viernes, 8 de marzo de 2013

La Homilía : IV Domingo de Cuaresma. 10 de Maro de 2013

  
1.- EL PADRE MISERICORDIOSO
 
 
1.- Contar siempre con el Dios liberador. El maná, que fue el sustento providencial durante los largos años de marcha por el desierto, se termina cuando Israel se asienta en la tierra que le había sido prometida. Ya no hace falta. El hecho de tomar tierra supuso para este pueblo de nómadas un cambio cultural extraordinario. Por fin habían conseguido la libertad anhelada. Pero un peligro se cernía sobre el pueblo: Israel podía pensar que, en adelante, su vida ya no pendía tanto de la mano de Dios sino del trabajo y del cultivo de la tierra, o que ya había llegado a su destino y, en consecuencia, podía instalarse y vivir “su vida” sin contar con Dios. Es la tentación en la que va a sucumbir el hijo pródigo del evangelio. Pero Yavé sigue siendo el Dios de las promesas y de la historia, el que marcha delante de su pueblo hacia nuevas fronteras, el que ha de venir, el que siempre espera la vuelta del pueblo perdido. Por eso, la celebración de la pascua debe recordar a este pueblo que no debe instalarse nunca si no quiere caer en nuevas esclavitudes. Debe recordarle que sigue pendiente de la promesa y que es, por lo tanto, el pueblo de la salida o del éxodo permanente. Es lo que nos recuerda a nosotros la Eucaristía que celebramos.
 
2.- ¿Hijo Pródigo, o Padre Misericordioso? La parábola del “Hijo Pródigo” tiene un protagonista principal: no es el hijo pecador que se aleja, no es el hermano mayor que no sabe nada de cariño y de perdón, es el padre que perdona…. La parábola debería ser conocida con este título: “Parábola del Padre Misericordioso”. Nos lo recuerda aquel cuadro de Rembrandt en el que se ve cómo el hijo que regresa, desvalido y hambriento, es abrazado por un anciano, con dos manos diferentes: una de padre que le abraza fuerte; la otra de madre, afectuosa y dulce, le acaricia. Dios es padre y madre...El perdón y la alegría por el hijo “que estaba perdido y ha vuelto a casa” es la nota principal de este evangelio. El perdón cura las heridas del que lo recibe y llena el corazón de quien lo regala generosamente. Así queda reflejado en este pequeño cuento:
“Un hijo que marchó de casa, malgastó dinero, salud, el honor de la familia... cayó en la cárcel. Poco antes de salir en libertad, escribió a su casa: si le perdonaban, que pusieran un pañuelo blanco en el manzano, tocando la vía del tren. Si lo veía, volvería a casa; si no, ya no le verían más. El día que salió, llegando, no se atrevía a mirar... ¿Habría pañuelo? «¡Abre tus ojos!... ¡mira!», le dice un compañero. Y se quedó boquiabierto: en el manzano no había un solo pañuelo blanco, sino centenares; estaba lleno de pañuelos blancos”.
 
3.- Seamos como el “Padre Misericordioso”. Nosotros podemos ser el hijo que, cegado por el pecado, se aleja por los caminos de la perdición, podemos ser también el hijo mayor que no tiene entrañas de misericordia, pero lo que de verdad debemos ser es el padre que perdona y olvida las ofensas. Dios nos invita a su fiesta, nos invita a gozar del regalo del perdón. Aceptemos su invitación, reconozcamos que no vamos a estar mejor en ningún otro lugar como estamos en la casa del Padre, gozando de su amor y su misericordia.

2.- LA JUSTICIA MISERICORDIOSA DEL PADRE PRÓDIGO
 
 
1. Celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y lo hemos encontrado. Uso el término “pródigo”, aplicado al padre de la parábola, en el tercer sentido que le da el Diccionario de la Real Academia, como “muy dadivoso”. Porque es cierto que el hijo pródigo fue muy pródigo derrochando la fortuna que su padre le dio y viviendo perdidamente, pero no es menos cierto que su padre derrochó misericordia con el hijo, hasta un extremo que puede parecernos exagerado. Este padre de la parábola no encaja en la imagen tradicional que tenemos de la función de un padre en un matrimonio tradicional. Tradicionalmente, hemos considerado la función del padre, dentro del matrimonio, como el que pone orden y disciplina en la vida de los hijos, mientras que la función de la madre es poner ternura y corazón. Desde este punto de vista, el padre de nuestra parábola es más una madre, que un padre, es una madraza. Por algo los pastoralistas de hoy nos dicen que nuestro Dios es un Dios padre y madre a la vez. Y yo creo que es bueno que insistamos hoy en este aspecto; durante mucho tiempo nuestros teólogos y pastoralistas nos hablaron de nuestro Dios como de un Dios Padre castigador y justiciero. El miedo al infierno era el principal argumento que muchos predicadores esgrimían para convencer a sus oyentes de la necesidad de no pecar. Dios se encarga de que el que aquí la haga, allí la pague, parecían decirnos. Pues, no, el padre de la parábola del hijo pródigo no actuó así; su justicia no fue una justicia vengadora, sino una justicia misericordiosa. La justicia del padre misericordioso no estuvo motivada por la conducta del hijo, sino por el inmenso amor de su corazón de padre. El amor del padre fue mucho mayor que el pecado del hijo, y es que el amor de Dios siempre es mucho más grande que nuestros pecados. Esto no es una invitación a abusar del amor de nuestro padre Dios; sí es una invitación a convertirnos al amor de Dios. El amor a Dios es el que debe dirigir nuestra relación con Dios y con el prójimo, no el temor a Dios. Cuanto más amorosamente amemos y perdonemos a nuestro prójimo, más nos pareceremos a nuestro padre Dios, al Dios de la parábola del hijo pródigo.
  
2. El hijo mayor se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. No olvidemos que esta parábola se la dijo Jesús “a los fariseos y escribas que murmuraban entre ellos porque acogía a los pecadores y comía con ellos”. El hijo mayor actúa aquí como los escribas y fariseos: se considera buen hijo, porque siempre cumplió fielmente las órdenes de su padre; sin embargo ese otro hijo de su padre no merece el amor del padre, porque ha sido un hijo desobediente y malgastador. Desde la óptica del cumplimiento de la ley no hay duda que el hijo mayor tenía razones suficientes para indignarse contra su padre. Pero este padre de la parábola no actúa movido por el cumplimiento de la ley, sino movido por su amor de padre. Eso es lo que no entendían los fariseos y escribas: que Dios actuara movido más por el amor, que por el cumplimiento de la ley. Es cierto que el hijo pequeño se había perdido y estaba muerto para el padre, pero no es menos cierto que ahora volvía arrepentido, invocando el amor del padre. Y un buen padre nunca abandona a un hijo arrepentido que implora el perdón. Podemos preguntarnos nosotros ahora cuál es nuestra actitud ante las personas que, habiendo estado alejadas de nosotros, buscan después nuestro cariño y nuestro amor. ¿Actuamos como el hijo mayor, o como el padre pródigo en misericordia de la parábola?
 
3. Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de su pecado. Es el mismo mensaje de la parábola del padre misericordioso: Dios nos ha salvado, en Cristo, por su amor, no por nuestros méritos. Esta idea la repite san Pablo muchas veces: no son nuestras obras, sino el amor de Dios el que nos salva. Esto es lo que también deberemos hacer nosotros: reconciliarnos con Dios, reconciliándonos, por amor, con el prójimo. Si somos de Cristo, debemos actuar como criaturas nuevas, porque fue el mismo Cristo el que nos encargó “el misterio de la reconciliación”. La conversión cuaresmal nos exige precisamente esto: que nos reconciliemos con Dios por amor y que, por amor, nos reconciliemos con nuestro prójimo.

3.- ASÍ SIENTE DIOS
 
1.- Esta parábola del hijo pródigo es muy conocida, pero quizá hemos profundizado poco en ella. Los que lo han hecho han descubierto un nombre mejor para ella. En vez de la parábola del hijo pródigo, han preferido llamarla la parábola del Padre misericordioso, porque han descubierto que así siente Dios, y le han visto reflejado en el corazón y las actitudes del Padre de la parábola. Jesús nos enseña que su modo de actuar es reflejo de la manera de ser y sentir de Dios. Por eso “acoge a los pecadores y come con ellos”, porque no quiere que se pierda ninguno, porque hay mucha alegría en el cielo por uno que vuelve a casa. Por eso el Padre le dice al hijo mayor: “deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado”.
 
2.- Me llama la atención cómo empieza el texto. Dice que los publicanos y los pecadores “solían acercarse a Jesús a escucharle”. “Solían” quiere decir que lo hacían con cierta frecuencia. Jesús había captado su atención, seguramente porque no les hablaría como los escribas y fariseos, sino con esa autoridad que da el sentirse acogido y valorado, a pesar de las limitaciones y los pecados que uno pueda tener. Jesús se sentaba con ellos y les hablaba de un Dios misericordioso. Y mientras, los fariseos y escribas murmuraban y criticaban a Jesús. Y precisamente por ellos cuenta Jesús esta parábola, para ver si les toca el corazón y cambian de actitud. Ellos son en la parábola como el hijo mayor, que se enfada con el Padre por haber actuado con misericordia con su hijo “perdido”.
 
3.- A veces pensamos equivocadamente que nosotros somos “mejores” que otros porque hacemos muchas cosas por Dios, como los escribas y fariseos, que eran unos grandes “cumplidores” de la Ley. Pero a ellos les faltaba corazón. Y a nosotros también nos puede pasar lo mismo. La palabra “misericordia” viene del latín “misere-cordis” y significa aquel que tiene un corazón (“cordis”) solidario con aquellos que pasan miseria o necesidad (“misere”). ¿Y qué mayor miseria que la del pecado?
 
4.- Seguramente el hijo menor aprendió una gran lección para su vida después de haber pasado aquellas penalidades, pero debió aprender una más grande al sentir el abrazo misericordioso de su padre. Así es Dios. Así siente Dios, cuando acudimos a Él con un corazón arrepentido. Y después de acoger el amor y la misericordia de Dios, la reacción es la alegría y la fiesta. Por eso el Padre lo celebra con las mejores ropas y los mejores alimentos. Y la misma alegría hemos de vivir cuando vemos este amor y esta misericordia de Dios en otros hermanos nuestros que también la acogen. Y entonces comienza una vida nueva, porque “el que es de Cristo es una criatura nueva”, como dice San Pablo en la segunda lectura.
 
5.- Acojamos con alegría el inmenso amor de Dios y su misericordia. Tengamos una auténtica relación filial con Él, de hijos de un Dios que nos quiere a pesar de nuestros fallos, pero que nos pide un gran esfuerzo para vivir según su ley, que es el amor. Y reconozcamos en cada persona a un hermano nuestro, hijo de Dios también, con el que poder compartir la alegría de su amor y su perdón. “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. Hagamos ese gesto de pedir perdón a Dios y a los hermanos. Jesús nos dejó para ello el Sacramento de la Reconciliación. Que lo vivamos con intensidad en estos días de preparación para su resurrección, para que lleguemos a la Pascua con un corazón nuevo y “resucitado”.
 
Esa fiesta que el Padre celebra con su hijo “recuperado” es para nosotros la Eucaristía. Que la vivamos con la misma alegría, ya que celebramos el amor de Dios y su misericordia para con nosotros.

No hay comentarios: