domingo, 10 de marzo de 2013

Ángela (Aniela) Salawa, Beata

Virgen Seglar, 12 Marzo
Ángela (Aniela) Salawa, Beata
Ángela (Aniela) Salawa, Beata
La beata Ángela (Aniela) Salawa, laica, virgen seglar de la Tercera Orden Secular de San Francisco de Asís, nació en Siepraw (Cracovia, Polonia), el 9 de septiembre de 1881 en el seno de una familia piadosa, de escasos recursos económicos. De sus padres aprendió pronto el amor a la oración, al trabajo y al espíritu de sacrificio.

En 1897, a la edad de 16 años, se trasladó a Cracovia para trabajar como empleada de hogar. Dos años después, conmovida por la serena muerte de su hermana Teresa e impulsada por una voz interior, tomó la firme decisión de buscar la santidad en ese tipo de vida humilde y pobre. Por gracia especial del Señor, se sintió llamada a vivir en el estado de castidad virginal.

Ejerció un apostolado activo entre las demás empleadas de hogar, numerosas entonces en la ciudad, para las que fue siempre un modelo y una guía de vida cristiana. Alimentaba constantemente su vida espiritual con la oración, que nunca le impidió el cumplimiento de sus deberes domésticos. «Amo mi trabajo -decía- porque en él encuentro una excelente ocasión de sufrir mucho, de trabajar mucho y de orar mucho; y, fuera de esto, no deseo nada más en el mundo».

Participaba con fe viva en las celebraciones sagradas, especialmente en la Eucaristía y el Vía crucis. Veneraba a la Madre de Dios con un amor filial. Así, pudo cultivar hasta un grado notable la vida teologal de fe, esperanza y caridad hacia Dios y hacía el prójimo, acogido como hermano en Cristo.

El año 1911 sufrió, de forma especial, por una dolorosa enfermedad, y por la muerte de su madre y de la señora para quien trabajaba, las dos personas que más quería. Además, se vio abandonada por sus compañeras, a las que ya no podía reunir en la casa.

En 1912 descubrió que su espíritu de humildad y pobreza tenían una gran afinidad con san Francisco, por lo que decidió profesar la vida de la orden secular franciscana. Durante la primera guerra mundial colaboró, en los ratos libres que le dejaba su trabajo doméstico, en los hospitales de Cracovia, asistiendo y confortando a los soldados heridos, que la llamaban «la señorita santa».

El año 1917 enfermó y se vio obligada a abandonar el trabajo. En una estrechísima habitación alquilada pasó los últimos cinco años de su vida, en medio de sufrimientos continuos, que ofrecía a Dios por la expiación de los pecados del mundo, la conversión de los pecadores, la salvación de las almas y la expansión misionera de la Iglesia.

Expiró serenamente en el Señor el 12 de marzo del año 1922 en Cracovia, y su fama de santidad se difundió rápidamente por toda Polonia.

La beatificó Juan Pablo II el 13 de agosto de 1991, en la misa que celebró en la plaza del Mercado de Cracovia.

En la homilía dijo, entre otras cosas: «Me alegra sobremanera haber podido celebrar en Cracovia la beatificación de Aniela Salawa. Esta hija del pueblo polaco, nacida en el cercano Siepraw, vivió una parte notable de su vida en Cracovia. Esta ciudad fue el ambiente de su trabajo, de sus sufrimientos y de su maduración en la santidad. Vinculada a la espiritualidad de san Francisco de Asís, mostró una sensibilidad insólita ante la acción del Espíritu Santo. Los escritos que nos dejó dan testimonio de ello». En otro momento de la homilía, se refirió a la beata Eduvigis, reina, y a la nueva beata: «Que se unan a nuestra conciencia estas dos figuras femeninas. ¡La reina y la sirvienta! ¿Acaso no se expresa toda la historia de la santidad cristiana y de la espiritualidad edificada según el modelo evangélico en esta simple frase: "Servir a Dios es reinar"? (cf. Lumen Gentium 36). La misma verdad encuentra expresión en la vida de una gran reina y de una sencilla sirvienta».
Beata Ángela Salawa, virgen
fecha: 12 de marzo
n.: 1881 - †: 1922 - país: Polonia
canonización: B: Juan Pablo II 13 ago 1991
hagiografía: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.
En Cracovia, en Polonia, beata Angela Salawa, virgen de la Tercera Orden Regular de San Francisco, que, eligiendo entregar su vida en el servicio doméstico, vivió humildemente entre las criadas, y en suma pobreza descansó en el Señor.

Hija de Bartolomé Salawa y Eva Bochenek, campesinos pobres y religiosos, nació el 9 de septiembre de 1881 en Siepraw, región muy árida e improductiva, distante 18 kilómetros de Cracovia. Ángela era la menor de nueve hermanos, nació y creció desnutrida, débil y enfermiza, era un tanto desobediente y caprichosa. Hizo los dos años de escuela posibles en el lugar, y aprendió a leer, aunque para escribir no tenía buena ortografía. Piadosa, aficionada a leer buenos libros. A los 12 años comenzó a trabajar al servicio de vecinos en oficios de hogar. A los 16 años, en busca de trabajo, se trasladó a Cracovia, donde ya residía su hermana Teresa. Esta le ayudó a conseguir su primer trabajo, pero los dos primeros años debió cambiar de empleo frecuentemente. Ingresó a la Asociación de Santa Zita, de las empleadas de hogar. En los primeros tiempos era vanidosa y frívola, y no muy piadosa, y mientras su hermana, según ella, iba de afán camino del cielo, ella también quería llegar, pero «despacito». Sin embargo, siguió fiel a sus prácticas de piedad, y a sus deberes religiosos, quizás un tanto rutinariamente. Los consejos de su hermana y la prematura muerte de ésta, la movieron a cambiar de conducta y a tomar más en serio su vida. Bajo impulso sobrenatural abandonó la frivolidad en sus diversiones y en su apariencia personal.

Comenzó a progresar en la piedad, poco a poco se fue corrigiendo hasta llegar a convertirse en consejera de sus compañeras. Con cierta frecuencia visitaba a su familia. Pensó algún tiempo en ingresar a un monasterio. Después de consultarlo con su confesor, hizo voto de castidad perpetua. Poco a poco comprendió que su vocación era sufrir con Cristo, y la aceptó resueltamente, pero consciente de su debilidad. Oraba largamente ante el Santísimo Sacramento y leía libros de alta mística tomando notas de los puntos prácticos que hallaba. Por orden del confesor comenzó a llevar un diario, para consignar sus vivencias místicas, facilitar las consultas y abreviar sus confesiones. Encontró al fin condiciones favorables de trabajo, llevaba ya cerca de ocho años trabajando con una pareja de esposos sin hijos. Su confesor estable, cansado de las intrigas de personas envidiosas, e inclusive de las calumnias movidas contra Angela, se negó bruscamente a atenderla en confesión, y públicamente la sacó de la fila del confesionario. Una mujer, en plena iglesia, le dio una bofetada; ella soportó pacientemente estas dolorosas humillaciones. La señora en cuya casa trabajaba, enfermó gravemente y murió, asistida por Ángela. Después de esto, dos parientas del viudo pasaron a vivir con él, y comenzaron a hacerle difícil a Ángela la vida y el trabajo. Al sentirse abandonada, de repente siente que Jesús le dice: «¿Hija, por qué te preocupas? Yo no te he abandonado». Toma como director espiritual a un padre jesuita, el cual la acompaña en su proceso hasta el fin. Para seguir más de cerca de Cristo pobre y crucificado, se hace terciaria franciscana el 15 de marzo de 1912, y hace su profesión el 6 de agosto de 1913.

Mientras dispone de trabajo, ayuda a los enfermos en los hospitales, a los pobres y a sus compañeras necesitadas. En el otoño de 1916 es expulsada del trabajo, acusada de ladrona. Las enfermedades la agobian, la necesidad la acosa, y las envidiosas la persiguen, insultan y calumnian. Consigue algunos trabajos pasajeros, pero en mayo de 1917 ya no puede trabajar más. En un primer momento se acoge al hospital de Santa Zita, como cumplida socia que había sido. Pero también allí la calumnia y la envidia la persiguen, y decide irse a vivir sola, logra alquilar una pequeña habitación dónde vivir. Allí, en medio de los sufrimientos, tiene algunas visiones de Jesús que la conforta pero también la corrige. A veces puede con gran dificultad ir a la iglesia y comulgar; pues una envidiosa, acusándola de fingir la enfermedad, había logrado impedir que los franciscanos le llevaran la comunión a su vivienda. Ofrece sus sufrimientos por la libertad de Polonia, su patria ocupada. En octubre de 1920, participa con ayuda de sus compañeras en una peregrinación a Chestochowa, que ellas organizaron para orar a la Virgen de Jasna Gora. A finales de 1920 hasta casi mediados de 1921 sufre terribles dolores, con crueles tentaciones de desesperación, ella acepta todos sus «queridos tormentos», para unirse a Cristo en su pasión. Cristo la conforta con algunas visiones, pero luego viene otro período de tentaciones diabólicas, sugestiones alternativas de desesperación y de orgullo y presunción. Por fin viene una última etapa de consolación, y finalmente muere con una envidiable paz del corazón el 12 de marzo de 1922. Fue beatificada el 13 de agosto de 1991 por Juan Pablo II, en Cracovia.

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