lunes, 11 de febrero de 2013

Y así nos vamos haciendo sabios

Al irnos haciendo viejos, y por lo tanto más "sabios", haremos buen uso de esa sabiduría que nos dan los años, la recibimos y damos como herencia valiosa a todos
 
Y así nos vamos haciendo sabios
Y así nos vamos haciendo sabios
“Y como decía mi madre… Buena razón tenía mi papá… Bien recuerdo la insistencia de aquel profesor, que nos decía…” Detrás de estas frases hay muchas, muchas cosas, de esas que se conocen como “sabiduría popular”, que son más bien sabiduría de vida; nos hace mejores personas y nos acercan a Dios, lo entendemos todo mejor.

Siendo niños y jóvenes, muchas veces no dábamos importancia a los buenos consejos de “los mayores”; otras sí, pero finalmente se guardaron en la memoria. Se memorizan por diversas razones, sea porque nos llamaron la atención, o fuera por su repetición, o porque al ignorarlos caímos en el error advertido, y venía el clásico: “¡te lo dije, no me hiciste caso, ya ves!” (Gulp). Pero al ir pasando los años, nos vienen a la mente y les damos razón, los valoramos. Podemos decir que nosotros vamos madurando.

Los buenos consejos terminan por ser aceptados, y al ir pasando nuestros propios años de vida, los repetimos, sea como cantinelas tipo “bien decía mi abuela que…” pero llenos de convencimiento, para que nuestros hijos y otros menores y jóvenes que nos rodeen, reciban esos buenos consejos. Son esos que nosotros mismos recibimos o que la vida nos va enseñando (bien sabemos que la vida cambia). También los damos a gente de nuestra edad y hasta a mayores que nosotros.

Circulaba hace algunos años una historia del niño que admira a su padre, pero llega a adolescente y empieza a dudar de él, más adelante llega a desdeñarlo: “el viejo está chocheando”. Pero con más edad empieza a decirse que bien podría pedirle consejo, y la historia termina cuando ese hombre maduro se dice “¡qué razón tenía mi padre, era un sabio, lástima que haya muerto!”

¿Qué sucede? Que con los años nos vamos haciendo más o menos “sabios”, y vamos dándole valor a los consejos que habíamos escuchado de nuestros mayores. Pero llegamos a ser nosotros mismos personas mayores y hasta ancianos, y valoramos más eso que se llama sabiduría popular, consignas sobre cómo ser mejores en la vida, en todos sentidos, cómo cuidarnos; cómo mejorar también nuestra relación con Dios.

En todas las culturas del mundo a los mayores, pero sobre todo a los ancianos, se les conceden posiciones de autoridad, moral o formal, a sabiendas de que con el transcurrir de los años, y a base éxitos, frentazos y fracasos, tienen una mejor manera de reflexionar sobre las personas y la vida: son sabios. Eso les ayuda a dar consejos, a tomar decisiones, y hasta a decidir leyes de gobierno. Así son los patriarcas y las matriarcas.

Muchas legislaciones exigen ciertos años cumplidos para ocupar posiciones de alta responsabilidad, como ser senador, presidente o gobernador (ejemplo: 35 años cumplidos). También en las empresas y en muchas organizaciones se exigen ciertos años de experiencia para ocupar posiciones de alta responsabilidad; o en la Iglesia para pasar de presbítero a obispo. En todos esos casos, saben más de la vida, han madurado.

¿Qué debemos hacer? Varias cosas; primeramente, a la edad que tengamos, aprender a valorar los viejos y tradicionales consejos, esos que nos ayudan a vivir mejor con quienes nos rodean y con nosotros mismos. Luego, aprender también a transmitirlos a las nuevas generaciones, tratando de que el mensaje les llegue en el lenguaje adecuado a sus formas de expresión y de reflexión, y con las nuevas condiciones de vida.

Así, al irnos haciendo viejos, y por lo tanto más “sabios”, haremos buen uso de esa sabiduría que nos dan los años, la recibimos y damos como herencia valiosa a todos.

No hay comentarios: