lunes, 11 de febrero de 2013

San Severino de Agaune, abad

fecha: 11 de febrero
†: s. VI - país: Francia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Chateâu-Laudon, en la Galia, san Severino, abad del monasterio de Agaune.
Los escasísimos datos sobre san Severino dependen de un documento de muy bajo valor histórico: una «Vita» escrita tres siglos después, donde no parece que se haya recurrido a material más antiguo que sea digno de confianza. Lo que menos cuadra de su historia es la cronología, ya que la mencionada historia lo presenta como abad de Agaunum, siendo que para cuando él murió, hacia el 508, el monasterio no había sido fundado, ya que lo fue con posterioridad al 515. Quizás se deba no a una invención sino a confundir -tantos siglos más tarde- el que fue el importante monasterio con alguna comunidad de ermitaños que haya precedido a la fundación, como ha ocurrido tantas veces. En todo caso lo que sigue es todo lo que se puede recoger sobre su vida:
San Severino fue un borgoñón educado en la fe católica en un tiempo en que la herejía arriana estaba muy extendida en esa región. Abandonó el mundo en su juventud y entró al monasterio de Agaunum, que en aquel entonces sólo constaba de unas pocas celdas diseminadas. Llegó a ser abad. Había gobernado sabiamente su comunidad por muchos años, cuando, en 504, Clodoveo, el primer rey cristiano de Francia, que hacía dos años sufría de una dolencia que sus médicos no habían podido curar, envió a su chambelán para que condujera al santo a su corte, pues había tenido noticias de las curaciones maravillosas obtenidas por sus oraciones. Severino se despidió de sus monjes, diciéndoles que nunca más los vería en este mundo. En su viaje curó a Eulalio, obispo de Nevers, que por un tiempo había estado sordo y mudo, y también curó a un leproso en las puertas de París. A su llegada, logró que el rey recuperara totalmente la salud cubriéndolo con su propia capa. Cuando san Severino regresaba hacia Agaunum, se detuvo en Cháteau-Landon en el Gatinais, con dos sacerdotes que servían a Dios en una capilla solitaria, a quienes llamó la atención por su santidad, sin saber ellos quién era su huésped. Previó su muerte, la que acaeció allí poco después. La hermosa iglesia de San Severino en París se llama así en su honor y no por el ermitaño del mismo nombre.
Basado, aunque no del todo literalmente, en el artículo correspondiente del Butler, que remite en su bibliografía a: Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Merov, vol. III, pp. 166-183, Acta Sanctorum, febrero, vol. II y Véase Analecta Bollandiana, vol. XXXI (1912), pp. 354-355.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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