lunes, 11 de febrero de 2013

Melecio de Antioquía, Santo


Obispo, 12 de febrero
 
Melecio de Antioquía, Santo
Melecio de Antioquía, Santo

Obispo

Martirologio Romano: Conmemoración de san Melecio, obispo de Antioquía, que, por defender la fe de Nicea, fue exiliado varias veces y falleció mientras presidía el primer Concilio Ecuménico de Constantinopla. San Gregorio de Nisa y san Juan Crisóstomo exaltaron su figura (381).
San Melecio de Antioquía (Meletius, Melétios, en griego, Μελέτιος) fue un eclesiástico griego del siglo IV nacido en Melitene en una familia destacada de la que heredó una hacienda en Armenia Menor y que fallecío en el año 381.

Por su buen carácter adquirió una gran reputación, y cuando Eustaquio fue depuesto como obispo de Sebaste en el concilio de Melitene el año 357, ocupó su lugar; el lugar era conflictivo y renunció, retirándose a Berea (Alepo) de donde supuestamente fue obispo y se decantó a favor de los arrianos y suscribió probablemente la confesión de fe de Ariminio, y la de los acacianos en Seleucia el año 359 bajo influencia de los cuales fue nombrado obispo (arzobispo) de Antioquía en el año 360 o 361.

Durante un tiempo intentó contentar a todo el mundo, con un lenguaje ambiguo, pero progresivamente regresó a una plena comunión con la Iglesia. Fue llamado por el emperador Constancio II quien ordenó a varios prelados que explicaran el texto del Libro de los Proverbios: «Diome Yavé el ser en el principio de sus caminos» (8,22-23). Habiendo recibido ya a Jorge de Laodicea y Acacio de Cesarea y habían dado explicaciones más o menos heterodoxas, sin embargo, Melecio lo expuso con sentido católico; los arrianos le acusaron entonces de sabelianismo y convencieron al emperador de que lo depusiera y desterrara, cosa que hizo y Melecio fue desterrado a Melitene; Euzoius, (quien anteriormente había sido expulsado de la Iglesia por san Alejandro, arzobispo de Alejandría), fue nombrado para ocupar el obispado que el destierro habia dejado bacante (hacia el año 361). Esto produjo un cisma, aunque el inicio real de este fue el destiero de san Eustaquio en el año 330.

Al llegar Juliano al trono el año 362, Melecio pudo regresar a Antioquía y trató de reconciliar a las partes, cosa que parecía más fácil después de la muerte de Eustaquio, pero el ordenamiento de Paulino como obispo de la Iglesia en Antioquía, lo hizo imposible; mientras los arrianos conservaban muchas iglesias y los católicos tan sólo tenían dos. Valente las privó de estas y Melecio fue nuevamente desterrado (hacia 365). En su ausencia, los católicos fueron dirigidos por Flaviano y Teodoro.

En 378, a la muerte de Valente, Melecio fue llamado otra vez, pero el edicto de Graciano que permitía volver a los exiliados hizo volver también a Doroteo, el obispo arriano sucesor de Euzoius, quien ocupó el arzobispado pero al cabo de un tiempo le fue devuelto a Melecio; sin embargo, aún estaba activo su rival Paulino, que no se avino a las propuestas que se le hicieron.

En 381, se reunió en Constantinopla el segundo Concilio Ecuménico, y san Melecio lo presidió. Estando el Concilio en sesiones, la muerte se llevó a este obispo, que tanta paciencia tuvo en el sufrimiento. La noticia de su muerte fue recibida con gran dolor de los Padres conciliares y del emperador Teodosio, quien le había dado la bienvenida a la ciudad imperial con una gran demostración de afecto, «como un hijo que saluda a un padre por mucho tiempo ausente». Con su humildad evangélica, Melecio se había hecho querer por todos los que lo conocieron. Crisóstomo nos dice que su nombre era tan venerado, que la gente en Antioquía escogía este nombre para sus hijos; grababan su imagen en sus sellos y en su vajilla y la esculpían sobre sus casas. Todos los Padres del Concilio y los fieles de la ciudad asistieron a sus funerales en Constantinopla. Uno de los prelados más eminentes, san Gregorio de Nisa, pronunció la oración fúnebre. En ella hace referencia a «la dulce y tranquila mirada, radiante sonrisa y bondadosa mano que secundaba a su apacible voz»; y termina con las palabras, «Ahora él ve a Dios cara a cara, ruega por nosotros y por la ignorancia del pueblo». Cinco años más tarde, san Juan Crisóstomo, a quien san Melecio había ordenado diácono, pronunció un panegírico el 12 de febrero, el día de su muerte o de su traslación a Antioquía. Todavía existen los panegíricos escritos por san Gregorio de Nisa y san Juan Crisóstomo.



San Melecio de Antioquía, obispo
fecha: 12 de febrero
†: 381 - país: Turquía
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Conmemoración de san Melecio, obispo de Antioquía, que, por defender la fe de Nicea, fue exiliado varias veces y falleció mientras presidía el I Concilio Ecuménico de Constantinopla. San Gregorio de Nisa y san Juan Crisóstomo exaltaron su figura.

Melecio nació en Melitene (actual Malatya, en Turquía) y pertenecía a una de las familias más distinguidas de Armenia Menor. Con su sinceridad y bondadosa disposición se ganó la estima tanto de los católicos como de los arrianos, y fue promovido al obispado de Sebaste. Sin embargo, encontró allí tan violenta oposición, que lo abandonó y se retiró primero al desierto y después a Beroa en Siria, una población de la cual el historiador Sócrates supone que fue obispo. Desde el destierro de Eustasio en 330, la Iglesia de Antioquía había estado oprimida por los arrianos, pues varios obispos que le precedieron habían fomentado la herejía. Eudoxio, el último de éstos, aunque arriano, fue expulsado por un grupo de arrianos en una revuelta contra las autoridades y poco después usurpó la sede de Constantinopla.
Entonces los arrianos y algunos católicos acordaron elevar a Melecio a la silla de Antioquía. El emperador confirmó su elección en 360, aunque otros católicos se negaron a reconocerlo, diciendo que era una elección ilegal, debido a que los arrianos habían tenido parte en ella. Los arrianos esperaban que Melecio se declararía en favor de su partido, pero se desengañaron cuando el emperador Constancio, venido de Antioquía, ordenó a varios prelados que explicaran el texto del Libro de los Proverbios: «Diome Yavé el ser en el principio de sus caminos» (8,22-23). Primero, Jorge de Laodicea lo explicó en sentido arriano; después, Acacio de Cesárea le dio un significado que lindaba con lo herético, pero Melecio lo expuso con sentido católico y relacionándolo con la Encarnación. Este testimonio público encolerizó a los arrianos, y Eudoxio, en Constantinopla, persuadió al emperador para que desterrara a Melecio a Armenia Menor. Los arrianos le dieron la sede a Euzoius, quien anteriormente había sido expulsado de la Iglesia por san Alejandro, arzobispo de Alejandría. Desde este tiempo data el famoso cisma de Antioquía, aunque su verdadero origen data desde el destierro de san Eustasio, unos treinta años antes.
Dieciocho años duraron los complicados acontecimientos durante los cuales san Melecio fue desterrado varias veces y llamado nuevamente, pero estos asuntos atañen más bien a la historia eclesiástica general. La suerte, tanto de los ortodoxos y de los arrianos, como la de Melecio y la de otros pretendientes a la sede de Antioquía, tenía sus altas y sus bajas, según la política y el punto de vista de los emperadores reinantes. Algunos prelados y otras personas estaban decididos «a acomodar sus opiniones a las de aquellos que estaban investidos de la suprema autoridad», como dice el historiador Sócrates. La muerte del emperador Valente, en 378, puso fin a la persecución arriana y san Melecio fue restablecido a su sede; pero sus dificultades no habían terminado, porque había otro jerarca ortodoxo, Paulino, reconocido por muchos como obispo de Antioquía.
En 381, se reunió en Constantinopla el segundo Concilio Ecuménico, y san Melecio lo presidió. Estando el Concilio en sesiones, la muerte se llevó a este obispo, que tanta paciencia tuvo en el sufrimiento. La noticia de su muerte fue recibida con gran dolor de los Padres conciliares y del emperador Teodosio, quien le había dado la bienvenida a la ciudad imperial con una gran demostración de afecto, «como un hijo que saluda a un padre por mucho tiempo ausente». Con su humildad evangélica, Melecio se había hecho querer por todos los que lo conocieron. Crisóstomo nos dice que su nombre era tan venerado, que la gente en Antioquía escogía este nombre para sus hijos; grababan su imagen en sus sellos y en su vajilla y la esculpían sobre sus casas. Todos los Padres del Concilio y los fieles de la ciudad asistieron a sus funerales en Constantinopla. Uno de los prelados más eminentes, san Gregorio de Nisa, pronunció la oración fúnebre. En ella hace referencia a «la dulce y tranquila mirada, radiante sonrisa y bondadosa mano que secundaba a su apacible voz»; y termina con las palabras, «Ahora él ve a Dios cara a cara, ruega por nosotros y por la ignorancia del pueblo». Cinco años más tarde, san Juan Crisóstomo, a quien san Melecio había ordenado diácono, pronunció un panegírico el 12 de febrero, el día de su muerte o de su traslación a Antioquía. Todavía existen los panegíricos escritos por san Gregorio de Nisa y san Juan Crisóstomo.
Véase el Acta Sanctorum, febrero, vol. II; BHG., p. 91; DCB., vol. III, pp. 891-893; Hefele en el Kirchenlexikon; y H. Leclercq en la Catholic Encyclopedia, vol. X, pp. 161-164.

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

No hay comentarios: