sábado, 16 de febrero de 2013

La Homilía de Betania: I Domingo de Cuaresma. 17 de Febrero de 2013




1.- LAS TENTACIONES NUESTRAS DE CADA DÍA

Por Gabriel González del Estal

1.- El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. También para nosotros la vida es, en muchos momentos, un desierto, cuando no vemos a nuestro lado a nadie que esté dispuesto a echarnos una mano, y cuando nuestro presente y nuestro futuro se presentan llenos de nieblas y oscuridades. Las tentaciones están dentro de nosotros mismos y a nuestro alrededor. Nos levantamos cargados de sueño y debilidades, nos pasamos el día evitando escollos y dificultades y llegamos a la noche sin saber a ciencia cierta cómo amaneceremos el día de mañana. Tentaciones físicas, tentaciones psicológicas, económicas y sociales. Es verdad que no todos los días son así, pero también es verdad que son muchos los días y los tiempos en los que las cosas no marchan como nosotros quisiéramos que marcharan. Si miramos dentro de nosotros mismos, en lo más profundo de nuestro ser, encontramos debilidades e incertidumbres que no nos permiten creernos tan buenos como nos ven nuestros mejores amigos; si miramos a nuestro alrededor vemos corrupción política, desigualdades económicas insoportables, ambición y egoísmos a troche y moche. ¿Merece la pena seguir y seguir luchando para ayudar al mundo a ser un poco mejor, o es preferible escuchar al diablo, y dedicarnos a comer y a beber, a mandar y a dominar, a buscar el aplauso fácil y el acomodo personal y social? Son muchas las tentaciones nuestras de cada día, si vivimos atentos a nosotros mismos y a los demás. El diablo y los muchos demonios interiores y exteriores que pueblan nuestro espacio vital nos tientan a todas horas. ¿Qué hacer? Imitemos a Jesús y mandemos al diablo a hacer puñetas, porque sólo a Dios hay que adorar y a él solo debemos darle culto.

2.- Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios. Moisés y todos los profetas exhortaban continuamente al pueblo hebreo a ser un pueblo agradecido a Dios, porque a Dios debía todo lo que era y tenía. La vida y la tierra en la que ahora vivían eran un regalo del Dios que les había librado de la esclavitud de Egipto y les había guiado a través del desierto hasta la tierra prometida. Por eso dar a Dios los diezmos y primicias de los frutos del suelo que el Señor les había dado, era un precepto sagrado para todo buen israelita. También a nosotros los cristianos, Cristo y todos los santos nos han recomendado siempre ser personas agradecidas a Dios y dedicarle a él lo mejor de nosotros mismos. ¡Todo es gracia!, nos han dicho los santos y, puesto que todo es gracia, nosotros debemos ser siempre personas agradecidas. Agradecidas directamente a Dios y agradecidas a todas las personas que, en nombre de Dios, nos han ayudado muchas veces en nuestra vida. Vivir como personas agradecidas a Dios y al prójimo que nos ha ayudado es una actitud cristiana encomiable. Debemos hacerlo no sólo de palabra y pensamiento, sino también de obra, aunque para hacerlo tengamos que renunciar alguna vez a algún capricho o gasto innecesario. La tentación del egoísmo es siempre una tentación diabólica.

3.- La Escritura dice: “la palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón”. Se refiera a la palabra de fe que os anunciamos. San Pablo les dice a los primeros cristianos de Roma que Jesús es el único Señor, tanto para los judíos como para los griegos. En la Sinagoga judía sólo podían entrar los judíos, pero, a partir de la muerte y resurrección de Cristo, ya no hay distinción entre judíos y griegos, porque Jesucristo es el único Salvador del mundo. Esta universalidad de la fe cristiana que predicaba Pablo es algo que debemos predicar también hoy nosotros, los cristianos. Nadie está excluido de la salvación, porque Cristo vivió, murió y resucitó para salvarnos a todos. Por eso nuestra Iglesia es una Iglesia católica, es decir, universal. La tentación del exclusivismo político y religioso pudo ser una tentación judía, pero nunca debe ser una tentación cristiana.

2.- LAS TENTACIONES DE JESÚS Y LAS NUESTRAS

Por Pedro Juan Díaz

1.- La Cuaresma siempre es una invitación especial al cambio, a cambiar a mejor, como veíamos el miércoles de ceniza. Es lo que queremos expresar cuando decimos la palabra “conversión”. Está claro que no podemos hacer ninguna conversión sin fe, es decir, sin apoyarnos en la Palabra de Dios y en el estilo de vida que Jesús nos ofrece. Por eso hablábamos el miércoles de ceniza de la importancia de vivir el ayuno, solidariamente con los que pasan hambre, de intensificar nuestros momentos de oración y de trato con Jesús en este tiempo, y de ser más generosos y compartir más en lo que se refiere al uso de nuestro dinero. En el fondo, se trata de adquirir unos valores y un estilo de vida que nos lleve a construir un proyecto de vida al estilo de Jesús para, de esta manera, poder hacer un mundo, una sociedad y una iglesia mejores, más parecidos a lo que Dios quiere. Y todo esto vivirlo en nuestras familias, en el trabajo, entre los amigos, y en todos los ambientes en los que nos movemos.

2.- Pero no todo es tan bonito como parece, ¿verdad? De repente aparecen esos días malos en que se nos presentan todo tipo de tentaciones: tentación de aprovecharnos de los demás, tentación de utilizar las cosas de manera posesiva y no agradecida, tentación de empavonarnos y de abusar de nuestro poder, tentaciones egoístas, individualistas, insolidarias… Desgraciadamente, muchas veces caemos en estas y otras tentaciones y entonces creamos situaciones de sufrimiento y deshumanización en la sociedad actual o dentro de nuestra casa. A eso es a lo que llamamos el pecado personal o el pecado estructural o social.

3.- Jesús también sufrió las tentaciones. Como persona humana que era, tuvo que ir discerniendo y escogiendo su estilo de vida, como vivir su condición de Hijo de Dios, cómo realizar en el día a día su vocación de Mesías… Pero con la diferencia de que Él no cedió ante la tentación, sino que la venció, para darnos a nosotros la enseñanza de que, apoyados en Él, nosotros también podemos vencerlas. Jesús afrontó, como toda persona, las grandes cuestiones de la vida. En el evangelio, vemos resumidas esas cuestiones en tres tentaciones: la tentación del materialismo, la tentación del poder y la tentación de utilizar a Dios.

4.- La tentación del materialismo está presente todos los días en nuestra vida, fundamentalmente por los medios de comunicación. Y siempre aparece muy bien camuflada, de tal manera que nos hacen creer que TENIENDO tal o cual cosa conseguiremos SER felices y estar a la última. Pero es el pez que se muerde la cola, porque siempre aparece algo superior que nos promete felicidad pero que nunca llega a dárnosla. Y seguimos cayendo en la tentación de poner nuestra felicidad en el TENER y no en el SER. Jesús decía que los dichosos, los felices, los bienaventurados, serían los pobres, los que fueran capaces de liberarse de la esclavitud de lo material.

5.- La tentación del PODER también la podemos ver todos los días en las noticias, cuando encontramos a gente que ha sido “pisada” por un sistema en el que “hay que subir más alto a cualquier precio”, incluso a costa de arruinar la vida de los que están a nuestro alrededor. Cuántas veces hemos escuchado que el poder acaba corrompiendo a las personas cuando este se utiliza para el beneficio personal y no para el servicio al bien común. Pero no hace falta que hablemos de grandes poderosos, cada uno de nosotros tenemos parcelas de poder en nuestra vida cotidiana, en nuestra familia, en el trabajo, y podemos ser verdaderos tiranos si nos dejamos llevar por esta tentación. Jesús nos habló de que ser el primero significaba SERVIR más que nadie, estar atento a las necesidades de los demás con mayor empeño, y procurar que lo que es de todos, fuera para todos, y que nadie pasase necesidad. Y también que el Reino de Dios no se impone, sino que se ofrece con amor. Jesús sólo adorará al Dios de los pobres, los débiles e indefensos. Y nosotros, ¿a quién queremos adorar?

6.- Finalmente, la tercera tentación la vivimos también en nuestra religiosidad. Todos tenemos la tentación de MANIPULAR A DIOS, de utilizarlo en nuestro beneficio personal. La corriente actual a nivel religioso consiste en hacerse una religión a la medida, un Dios que no me dé problemas, que me permita hacer todo lo que yo quiera y cuando yo quiera. Manipulamos a Dios en beneficio propio, le exigimos que nos conceda aquello que le pedimos, como niños pequeños que patalean porque sus padres no les dan lo que piden. Y no caemos en la cuenta de que la visión de Dios es más amplia que la nuestra, que Él sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos, y que sabe también cuáles son nuestras necesidades verdaderas y que hay otras necesidades en nuestro mundo que tal vez son más urgentes. Nos falta la CONFIANZA necesaria para saber que todo lo que nos venga de Dios será para nuestro bien, para nuestra felicidad. ¿O es que un padre no quiere la felicidad de sus hijos, aunque no les dé en ese momento lo que ellos están pidiendo porque creen que es bueno?

7.- Estamos llamados a alimentarnos con el Pan de la Palabra y el Pan viviente que es Cristo, para vencer las tentaciones, que en el fondo no son otra cosa que espejismos de falsas propuestas de vida. Para eso tenemos la Eucaristía, que Jesús nos dejó para coger fuerzas y vencer las tentaciones como Él lo hizo, apoyados en su estilo de vida y en su Palabra. Que este tiempo de Cuaresma, dentro del Año de la Fe, lo vivamos como una invitación a acercarnos más al estilo de vida de Jesús y a cambiar todo aquello que haya en nuestra vida que sea contrario. En definitiva, como un tiempo para crecer en la fe y convertirnos al Señor.

3.- SUPERAR LA TENTACIÓN

Por José María Martín OSA
1.- Pasar por la prueba para fortalecernos más. El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Es éste un lugar ambivalente: prueba y purificación, tentación y encuentro con Dios y con uno mismo. En el desierto pudo Jesús vivir su iluminación particular sobre la meta y los medios para anunciar el Reinado de Dios. Jesús, triunfa y la causa de Dios se impone sobre lo meramente humano. La experiencia del desierto nos muestra la evidencia de la fragilidad de nuestra vida de fe. El desierto es carencia y prueba, nos muestra la realidad de nuestra pobreza. Por eso tenemos miedo a entrar en nuestro interior, sentimos pavor ante el silencio. Surge la tentación, la prueba.....Sin embargo, el exponerse a una prueba es lo que hace progresar al deportista o al estudiante. Necesitamos pasar por la situación de desierto para reforzar nuestra experiencia de Dios. Jesús salió también reforzado en el desierto.
*  Las tentaciones de Jesús en el desierto son las nuestras:
--  El hambre, que simboliza todas las "reivindicaciones" del cuerpo.
--  La necesidad de seguridad, aunque sea al precio de perjudicar al prójimo.
--  La sed de poder, el temible instinto de dominación.

2.- ¿Por qué fue tentado Jesús? San Agustín nos dice que permitió ser tentado para ayudarnos a resistir al tentador: "El rey de los mártires nos presenta ejemplos de cómo hemos de combatir y de cómo ayuda misericordiosamente a los combatientes. Si el mundo te promete placer carnal, respóndele que más deleitable es Dios. Si te promete honores y dignidades temporales, respóndele que el reino de Dios es más excelso que todo. Si te promete curiosidades superfluas y condenables, respóndele que sólo la verdad de Dios no se equivoca. En todos los halagos del mundo aparecen estas tres cosas: o el placer, o la curiosidad, o la soberbia". La diferencia entre Jesús y nosotros es que el triunfó donde nosotros sucumbimos.

3.- En todas las eucaristías decimos “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal”. A fuerza de recitarlo tantas veces no nos enteramos muchas veces de lo que decimos, pues lo hacemos de forma mecánica. La tentación está ahí, acecha a todo ser humano. Lo malo no es ser tentado, Jesús también lo fue; lo malo es caer en la tentación. Iniciamos este tiempo de Cuaresma haciéndonos conscientes de que el mal y la tentación están cerca de nosotros. Está nuestra capacidad de elegir: de consentir o de vencer... La tentación es la posibilidad siempre presente de abrirle las puertas a fuerzas que se oponen al proyecto fraterno de Dios. El seductor es el que me aparta de mí mismo. Una gran tentación es eludir nuestras responsabilidades y así vernos libres del trabajo que comporta una vida entregada a la misión que Jesús nos encomienda. Sin embargo, en nosotros hay una llamada a dejarnos guiar por el Espíritu, a optar por Dios como compañero de camino, nunca para manipularlo y servirnos de Él, sino para que se realice el destino de vivir en libertad, pese al “poder de las tinieblas”. ¡Jesús ha vencido ya!

4.- Dios sigue confiando en nosotros. La conversión que pide Jesús como primer tema de la predicación del Reino debería empezar por dar la vuelta a nuestro modo de vivir ya habitualmente nuestra fe. Casi todos la vivimos en un contexto que favorece las posturas acomodaticias. Nos habituamos a largas componendas, a la generosa tolerancia con lo que sabemos no cuadra muy bien. Nos protegemos con la excusa de que somos así y al cabo de tanto tiempo no hay cambio posible. Pero el evangelio quiere sacudir esa modorra, denunciando que para nada nos sirve “retomar” las viejas prácticas con nuevo estilo. No es posible un cristianismo vivido “a medias”, ni se debe encapsular lo nuevo en moldes viejos. Hay que crear moldes nuevos, odres nuevos. No se trata de prácticas, sino de nosotros mismos. Basta con reflexionar sobre la facilidad con que pedimos el cambio de los demás. Su manera de entender y vivir la fe cristiana nos parece hipócrita o superficial, pero nosotros ¿cómo vivimos nuestra fe? Retirarse al desierto significa enfrentarse a solas con nosotros y naturalmente comenzar por la revisión crítica de nuestro modo de ser. El evangelio de hoy nos indica el camino que siguió Jesús antes de comenzar su actividad pública. El que hoy nosotros estamos invitados a recorrer también, si nos dejamos “empujar” por el Espíritu. Superar la tentación de lo fácil y lo cómodo es difícil, pero posible.

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