lunes, 11 de febrero de 2013

Jesús en Genesaret

Marcos 6, 53-56. Tiempo Ordinario. Jesús no se cansa, cada día atiende a nuestras necesidades.
 
Jesús en Genesaret
Del santo Evangelio según san Marcos 6, 53-56


En aquel tiempo, cuando Jesús y sus discípulos terminaron la travesía, llegaron a tierra en Genesaret y atracaron. Apenas desembarcaron, le reconocieron enseguida, recorrieron toda aquella región y comenzaron a traer a los enfermos en camillas adonde oían que él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades o aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaban salvados.

Oración introductoria

Señor, creo en tu capacidad de curar física y espiritualmente. Me acerco a Ti en esta oración enfermo y débil espiritualmente, confío en tu deseo de sanarme y fortalecerme. Te ofrezco humildemente mi vida, herida por el cáncer del amor propio, el orgullo y la autosuficiencia y me abandono en tu misericordia. Pido a la santísima Virgen de Lourdes que interceda por mí.

Petición

Señor, sana mi alma y mi corazón. Ayúdame a hacer lo que necesito hacer, para mantenerme siempre en gracia.

Meditación del Papa

Son frecuentes y a veces inquietantes esos interrogantes, que en verdad, en un plano meramente humano, no encuentran respuestas adecuadas, pues el dolor, la enfermedad y la muerte en su significado siguen siendo insondables para la mente humana. Pero viene en nuestra ayuda la luz de la fe. La Palabra de Dios nos revela que incluso estos males son misteriosamente "abrazados" por el plan divino de salvación; la fe nos ayuda a considerar que la vida humana es hermosa y digna de vivirse en plenitud, a pesar de estar menoscabada por el mal. Dios creó al hombre para la felicidad y para la vida, mientras que la enfermedad y la muerte entraron en el mundo como consecuencia del pecado.
Sin embargo, el Señor no nos ha abandonado a nosotros mismos. Él, el Padre de la vida, es el médico del hombre por excelencia y no deja de inclinarse amorosamente hacia la humanidad que sufre. El Evangelio relata cómo Jesús "expulsaba los espíritus con su palabra y curaba a los enfermos", indicando el camino de la conversión y de la fe como condiciones para obtener la curación del cuerpo y del espíritu. (Benedicto XVI, 11 de febrero de 2009).

Reflexión

Los genios son genios no por lo que producen, sino por lo que proyectan, por lo que reparten. Un genio no es un hombre que tiene el alma muy grande, sino un hombre de cuya alma podemos alimentarnos. En los santos la cosa es aún más clara: son santos porque no se reservaron nada para sí, sino que se entregaron a todos cuantos les rodeaban.

Jesús, que acababa de multiplicar los panes compadeciéndose de la multitud, les da después, a los discípulos, un susto tremendo. Por así decirlo, se trata de una de esas «bromas del Altísimo». Una vez que se les pasó el miedo de haber visto a Jesús caminando sobre las aguas, tocan tierra de nuevo. ¡Qué personalidad la de Cristo! En cuanto bajó de la barca, le reconocieron y corrieron a Él. ¡Es la fuerza de los santos, la fuerza de Dios! Cada tarde, al volver del trabajo, anhelamos encontrar a nuestros seres queridos y disfrutar de la paz del hogar. El esfuerzo cotidiano exige un buen descanso. Jesús no se detuvo a contemplar su cansancio, su fatiga ni siquiera, si estaba o no dentro de su horario de trabajo o si se le pagaría una prima extra. Esta es la verdadera generosidad. Esto es no reservarse nada para sí, sino entregarse a los demás.

Le traían enfermos. Deseaban, al menos tocar la orla de sus vestidos para ser curados. A nosotros, Dios no nos pide directamente que curemos enfermos o hagamos todo tipo de milagros. Quizá no esté a nuestro alcance. Pero sí podemos dar una palabra de aliento al compañero de trabajo. Una sonrisa a quienes suben con nosotros en el ascensor. Una atención y un recuerdo en la oración para quien nos pide ayuda por la calle. La alegría y el detalle con nuestra esposa o esposo y nuestros hijos, a pesar de la tensión acumulada en el trabajo. Cosas sencillas pero que, a los ojos de Dios, tienen un valor inmenso. Los genios, los grandes santos, lo han sido a base de estos pequeños pero valiosos actos de amor y generosidad. Y tú, ¿qué esperas para ser feliz?

Propósito

Ofrecer a la Virgen de Lourdes un rosario por todas las personas enfermas, física o espiritualmente, para que encuentren consuelo en Cristo.

Diálogo con Cristo

Jesús, qué ciego he sido al temer más a la enfermedad o a los problemas cotidianos de la vida que al pecado. He abusado de tu eterna misericordia al no esforzarme por dominar mi debilidad, por eso suplico a la Virgen de Lourdes que me guíe para saber resistir la tentación.


lunes 11 Febrero 2013
Lunes de la quinta semana del tiempo ordinario

San Gregorio III



Leer el comentario del Evangelio por
San León Magno : “Y cuantos le tocaron quedaron salvados”

Lecturas

Génesis 1,1-19.

Al principio Dios creó el cielo y la tierra.
La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios se cernía sobre las aguas.
Entonces Dios dijo: "Que exista la luz". Y la luz existió.
Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas;
y llamó Día a la luz y Noche a las tinieblas. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el primer día.
Dios dijo: "Que haya un firmamento en medio de las aguas, para que establezca una separación entre ellas". Y así sucedió.
Dios hizo el firmamento, y este separó las aguas que están debajo de él, de las que están encima de él;
y Dios llamó Cielo al firmamento. Así hubo una tarde y una mañana: este fue el segundo día.
Dios dijo: "Que se reúnan en un solo lugar las aguas que están bajo el cielo, y que aparezca el suelo firme". Y así sucedió.
Dios llamó Tierra al suelo firme y Mar al conjunto de las aguas. Y Dios vio que esto era bueno.
Entonces dijo: "Que la tierra produzca vegetales, hierbas que den semilla y árboles frutales, que den sobre la tierra frutos de su misma especie con su semilla adentro". Y así sucedió.
La tierra hizo brotar vegetales, hierba que da semilla según su especie y árboles que dan fruto de su misma especie con su semilla adentro. Y Dios vio que esto era bueno.
Así hubo una tarde y una mañana: este fue el tercer día.
Dios dijo: "Que haya astros en el firmamento del cielo para distinguir el día de la noche; que ellos señalen las fiestas, los días y los años,
y que estén como lámparas en el firmamento del cielo para iluminar la tierra". Y así sucedió.
Dios hizo los dos grandes astros - el astro mayor para presidir el día y el menor para presidir la noche - y también hizo las estrellas.
Y los puso en el firmamento del cielo para iluminar la tierra,
para presidir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y Dios vio que esto era bueno.
Así hubo una tarde y una mañana: este fue el cuarto día.


Salmo 104(103),1-2a.5-6.10.12.24.35c.

Bendice al Señor, alma mía:
¡Señor, Dios mío, qué grande eres!
Estás vestido de esplendor y majestad
y te envuelves con un manto de luz.
Tú extendiste el cielo como un toldo
Afirmaste la tierra sobre sus cimientos:
¡no se moverá jamás!

El océano la cubría como un manto,
las aguas tapaban las montañas;
Haces brotar fuentes en los valles,
y corren sus aguas por las quebradas.
Las aves del cielo habitan junto a ellas
y hacen oír su canto entre las ramas.

¡Qué variadas son tus obras, Señor!
¡Todo lo hiciste con sabiduría,
la tierra está llena de tus criaturas!
Que los pecadores desaparezcan de la tierra
y los malvados ya no existan más.
¡Bendice al Señor, alma mía! ¡Aleluya!



Marcos 6,53-56.

Después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí.
Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús,
y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba.
En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por

San León Magno (?-c 461), papa y doctor de la Iglesia
Carta 28 a Flavio 3-4; PL 54, 763-767 (trad. breviario 25/03)

“Y cuantos le tocaron quedaron salvados”

La pequeñez humana fue asumida por la grandeza de Dios, nuestra
debilidad por su fuerza, nuestra condición mortal por la inmortalidad. Para
pagar la deuda de nuestra condición humana, la naturaleza inmutable de Dios
se unió a nuestra naturaleza expuesta al sufrimiento. Así, para curarnos
mejor, “el único mediador entre Dios y los hombres, el hombre Jesús” (1Tim
2,5) debía, por una parte, poder morir, y por otra, ser inmortal.


Tomó la condición de esclavo, pero libre de la sordidez del pecado,
ennobleciendo nuestra humanidad sin mermar su divinidad, porque aquel
anonadamiento (Flp. 2,7), suyo –por el cual, él, que era invisible, se hizo
visible, y él, que es el Creador y Señor de todas las cosas, quiso ser uno
más entre los mortales– fue una dignación de su misericordia, no una falta
de poder... En un nuevo orden de cosas... el que era inaccesible a nuestra
mente quiso hacerse accesible el que existía antes del tiempo empezó a
existir en el tiempo, el Señor de todo el universo, velando la inmensidad
de su majestad, asume la condición de esclavo (Flp. 2,7), el Dios impasible
e inmortal se digna hacerse hombre pasible y sujeto a las leyes de la
muerte.
La misma y única persona, no nos cansaremos de repetirlo, es verdaderamente
Hijo de Dios y verdaderamente hijo del hombre.   

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