jueves, 14 de febrero de 2013

¡Gracias, Señor, por el Papa Benedicto XVI!

Con frecuencia se ven camiones en las carreteras de México (y supongo que también en otros países), que llevan inscripciones como: “Regalo de la Virgen de Guadalupe”, “Regalo del Señor de Chalma”, etc.

Estas personas fueron algún día en peregrinación a Chalma y a la Villa de Guadalupe para pedirles que les ayudaran a conseguir un camión para su trabajo; lo obtuvieron y ahora reconocen públicamente el favor obtenido, como gesto de gratitud. Seguramente habrán ido también al mismo Santuario para dar gracias a Dios o a la Santísima Virgen.
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La gratitud es una flor exótica. Ya en tiempos de Jesús sucedió con aquellos diez leprosos que Él curó y sólo uno volvió a darle las gracias. El Señor, apenado, dijo: «¿Acaso no han sido diez los sanados? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido otro, a excepción de este extraño, que volviese y (con su agradecimiento) glorificase a Dios»? (Lc 17,11-19)

La persona agradecida reconoce que ha recibido un don, que alguien, libremente, se acordó de ella, vio su necesidad y le ofreció un regalo, y entonces le brota un bello sentimiento que le hace decir: ¡Gracias! Es propio de personas humildes ser agradecidas, se sienten depositarios de una “gracia”, de un regalo que no merecían.

No es agradecido quien siente que lo que recibió se le debía, que era un derecho adquirido, que se lo merecía.

Gracias de Dios recibimos a diario y en abundancia. El don de la existencia, el don del bautismo, de la familia, de la libertad, de la salud, de la naturaleza, de los seres queridos, de la educación, del alimento, del perdón, etc. El amor de Dios es desbordante y está continuamente dándonos tantos dones inmerecidos.  Muchos de esos dones ni siquiera los pedimos, pero Dios nuestro Padre sabe de qué tenemos necesidad y se ocupa de nosotros como un buen Padre que nos da lo que nos conviene. “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” (Lc. 12, 26)

Por eso San Pablo nos exhorta diciendo: «Sed agradecidos; y todo lo que hagáis con palabra u obra, hacedlo en nombre del Señor Jesús y dando gracias por medio de Él a Dios Padre» (Col. 3, 15-17)

La oración de gratitud puede hacerse en cantidad de momentos a lo largo del día, no hay que esperar eventos extraordinarios. Gracias, Señor, por este nuevo día. Gracias por el trabajo. Gracias por mi familia. Gracias por la salud. Gracias por la enfermedad que permitiste en mi vida y que me ha sido medio de purificación para mí. Gracias por la sonrisa de este niño. Gracias por la Eucaristía. Gracias por los alimentos. Gracias por todo.

Hoy recibí un mensaje que me hizo mucho bien. Me escribe una señora diciendo: “Durante muchos años no pude asimilar una prueba que Dios había permitido en mi vida, pero hoy tengo que reconocer que Dios es infinitamente sabio y bueno y se lo he agradecido. He llegado a la conclusión de que el dolor y el sufrimiento son un don maravilloso de Dios. Son exceso de amor que no logramos comprender. Sólo en el dolor el corazón aprendí a amar y a confiar.

Es el medio más eficaz que he tenido en mi vida para aprender a ser humilde y compasiva. Cuando acepté mi miseria descubrí la misericordia de Dios....

Lo he tenido todo en la vida, pero ningún otro medio ha hecho tantos milagros en mi corazón. Siempre he estado en Manos de Dios, pero a veces me he comportado como mármol por mi corazón egoísta, endurecido, cerrado. Pero cuando el dolor tocó mi corazón, me volví como barro y entonces Dios pudo, con sus Manos benditas, formarme y transformarme en Él.”

Es hermoso aprender a dar gracias por lo que no entendemos. Gracias por lo que nos sorprende. Gracias por la misteriosa providencia de Dios sobre nuestras vidas. Gracias porque al mirar atrás, todo encuentra sentido.
Jesucristo nos dijo: “Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aún Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos.Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.” (Lc 12, 28-32)
Creo que esto es lo que ha sucedido en los últimos 8 años de nuestra historia. Dios sabía que su Iglesia tenía necesidad de un Papa como Benedicto XVI y nos lo dio. Le pedimos con insistencia que después del Papa Juan Pablo II enviara a su Iglesia al hombre justo que habría de guiar la barca por el camino correcto. Y así fue.

Es hora de reconocerlo y de hacer una oración de gratitud desde lo más profundo de nuestros corazones: ¡Gracias, Señor! ¡Gracias por el Papa Benedicto XVI! ¡Qué gran Pastor nos diste! ¡Muchas gracias!

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