lunes, 11 de febrero de 2013

Eustoquia (Lucrecia) Bellini, Beata


Venció al demonio, 13 de febrero
 
Eustoquia (Lucrecia) Bellini, Beata
Eustoquia (Lucrecia) Bellini, Beata

Monja

Martirologio Romano: En Padua, en la región de Venecia, beata Eustoquia (Lucrecia) Bellini, virgen de la Orden de San Benito (1469).

Etimología: Lucrecia = Aquella que gana, es de origen latino.

Fecha de beatificación: El Papa Clemente XIII, que anteriormente fuera obispo de Padua, confirmó su culto en 1760.
Su nacimiento no fue propiamente legítimo, Lucrecia Bellini nació en Padua en el año 1944, era fruto de la adultera relación mantenida por una monja del monasterio benedictino de San Prosdocimo con Bartolomé Bellini; cuando tenía cuatro años de edad el demonio se posesionó de su cuerpo, quitándole el uso de la razón, y atormentándola prácticamente toda la vida.

A los siete años fue confiada a las monjas de San Prosdocimo que mantenían en su monasterio una especie de escuela; la conducta de la comunidad no era ejemplar, pero Lucrecia despreciaba el ocio mundano, prefería los retiros, los trabajos y la oración, siendo muy devota de Nuestra Señora, de San Jerónimo y de San Lucas.

En 1460 el Obispo Jacopo Zeno, tras la muerte de la abadesa, intentó imponer una mejor disciplina en el monasterio, pero las monjas y las alumnas de la escuela, se regresaron a sus casas quedándose tan sólo Lucrecia Bellini en el monasterio.

Entonces vinieron a reemplazarlas unas monjas del monasterio benedictino de Santa María de la Misericordia, bajo la guía de la abadesa Justina de Lazzara. Lucrecia tenía casi dieciocho años, pidió ingresar a la orden, y el 15 de enero de 1461 toma el negro habito benedictino y cambia su nombre al de Eustoquia; el demonio que durante algún tiempo la había dejado en paz, tomó control de su cuerpo, obligándole a realizar actos contarios a la Regla; llevándola incluso a realizar actos tan ruidosos y violentos, que las hermanas estaban aterradas que optaron por tenerla atada a una columna durante varios días.

Más la calma duró poco, luego de que Eustoquia fuera desatada, la abadesa cayó enferma con un extraño malestar, ella sospechaba que Eustoquia tenía algo que ver con sus síntomas, creyendo incluso que practicaba brujería, por lo que fue obligada a mantener reclusión e ingerir tan sólo pan y agua durante los siguientes tres meses.

Pero todas estas pruebas no desaniman a la novicia quien y a todos aquellos que le proponían que retornara al mundo o que cambiara de monasterio ella les decía que todas aquellas tribulaciones eran bienvenidas ya que deseaba expiar el pecado del que ella había nacido, hacerlo allí donde fue cometido, en la soledad ella se confortaba recitando un rosario o una corana de salmos y oraciones que ella componía.

Una vez que fue liberada, el demonio volvió a atormentarla, con flagelaciones sangrientas, nauseas incontrolables y otras extrañas aflicciones que ella soportaba con una inflexible paciencia, lo que convenció a las hermanas de sus virtudes, y finalmente el 25 de marzo de 1465 se admitió su profesión solemne, y como era costumbre de aquel tiempo, dos años después se le impuso el negro velo de las benedictinas.

Su vida no fue larga, tubo gran belleza, pero las posesiones diabólicas, las enfermedades y penitencias, la habían reducido a casi un esqueleto viviente, por lo que los últimos años de su vida los pasó casi siempre enferma en una cama, absorta en la oración y meditación de la Pasión de Jesús.

Ella murió el 13 de febrero de 1469 cuando tenía tan sólo 25 años, su final fue tan sereno que su rostro pudo recobrar su antigua belleza, el demonio la había dejado finalmente en paz.

Eustoquia es que el único caso conocido de un creyente que logró triunfar en su deseo de santidad, aunque todos su vida fue poseída por el diablo.

Cuatro años después de su muerte, el cuerpo fue exhumado del sepulcro original, el que empezó a llenarse de una agua pura y milagrosa, que dejó de surgir sólo cuando el monasterio fue cerrado.

En 1475 su cuerpo fue trasladado a la iglesia del monasterio, y en 1720 fue puesto dentro de una arca de cristal. El monasterio de San Prosdocimo se suprimió en 1806 y el cuerpo de la beata benedictina fue trasladado a la Iglesia de San Pedro de Padua; sobre el altar de mármol que contiene su cuerpo, se encuentra una pintura de Guglielmi que representa a la beata pisoteando al diablo.

Su fiesta religiosa, actualmente oficiada en toda la diócesis de Padua, es el 13 de febrero.



Beata Eustoquio Bellini, virgen
fecha: 13 de febrero
n.: 1444 - †: 1469 - país: Italia
otras formas del nombre: Eustoquio de Padua
canonización: Conf. Culto: Clemente XIII 1760
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Padua, en la región de Venecia, beata Eustoquia (Lucrecia) Bellini, virgen de la Orden de San Benito.

Pocas hagiografías hay que llamen tanto la atención como la historia de la beata Eustoquio. Es preciso poner en claro desde el principio, que su culto parece que nunca ha recibido la aprobación formal de la Santa Sede [ver al final. n.ETF], aunque su vida se ha escrito repetidas veces y se le honra en Padua litúrgicamente hasta nuestros días. Su mismo nacimiento nos trae a la memoria el lamentable período en el cual reinaban escándalos terribles tanto en el claustro como en el mundo exterior. Fue hija de una monja que había sido seducida por un libertino. Se cuenta que nació dentro del convento en el cual, andando el tiempo, murió. Por orden del obispo, esa comunidad, que consentía tales irregularidades, fue dispersada y sustituida por hermanas de una fundación más observante. La pequeña Lucrecia (este fue su nombre de pila) mostró en su niñez señales de ser dominada por cierto tipo de posesión extraña. Se creía que estaba poseída del demonio. Fue enviada a la escuela de San Prosdocimo, el convento donde había nacido, y donde su conducta fue edificante por todos conceptos. Cuando fue un poco mayor, pidió ser admitida allí como novicia. La mayoría de los miembros de la nueva comunidad se oponían a su admisión, porque la historia de su nacimiento era bien conocida. Sin embargo, con la aprobación del obispo, más adelante se le dio el hábito y tomó el nombre de Eustoquio (como la discípula de san Jerónimo). Apenas había comenzado su noviciado, cuando se manifestaron los síntomas más extraños. Normalmente era el ser más apacible, obediente y bondadoso, lleno de fervor y observante de todas las reglas, pero a intervalos frecuentes su carácter parecía sufrir una completa transformación. Se volvía terca, grosera y sujeta a violentas explosiones de irascibilidad. Posiblemente se debiera a uno de esos casos de doble personalidad, que ahora conocemos por los modernos estudios psicológicos, pero entonces se atribuía a posesión diabólica.
En todo caso, la manera como trataban a la desgraciada joven no era muy sensata. Cierta vez tuvo una horrible escena cuando la atacaron las más horribles convulsiones; la novicia gritaba agudamente y hasta amenazó con un cuchillo, cuando intentaron contenerla. Se la trató como se trataba ordinariamente a los locos en ese tiempo, y por varios días se la tuvo amarrada a un pilar. Durante estos paroxismos, que recurrían de tiempo en tiempo, parece que algunas veces ella misma se hacía daño gravemente, lo cual se decía era causado por el demonio que la poseía. Aunque luego siguió un período de calma, todavía se miraba a Eustoquio con hostilidad y sospecha, y cuando la abadesa cayó enferma de una dolencia que los doctores no podían explicarse, se creyó que Eustoquio la había envenenado con prácticas diabólicas o de magia, en venganza por haberla tenido amarrada. La noticia de lo que estaba sucediendo se esparció por la población. Se reunió la multitud alrededor del convento, gritando que se la entregaran para quemarla por bruja. El obispo decidió que debía quedar presa en una de las celdas, sin darle nada más que pan y agua, tomando este alimento un día sí y otro no. Parece que este procedimiento duró por tres meses. Afortunadamente la abadesa se restableció, pero a pesar de los esfuerzos de su confesor, que declaró que Eustoquio era completamente inocente, el resentimiento de la comunidad contra ella era tan fuerte, que era tratada como una proscrita. Nadie le hablaba ni tenía que ver nada con ella. Se hicieron esfuerzos para persuadirla a que abandonara el convento por su propia voluntad, porque todavía no había hecho ningún voto. Se le prometió ayuda amistosa y una dote si aceptaba un marido, pero Eustoquio, cuando estaba en sus cinco sentidos, creía que Dios la había llamado para servirlo como religiosa y se negó a consentir.
Por mucho tiempo, los paroxismos volvieron a presentarse a intervalos. Cuando tenía estos ataques, Eustoquio, causando horror a las hermanas, subía a una viga en lo alto del techo, donde un paso en falso hubiera significado su instantánea perdición. En algunas ocasiones, dicen que era levantada en el aire y después dejada caer como una piedra; se la encontraba en su celda despojada de todas sus prendas de vestir, con señales de violencia en el cuello y en sus miembros; tomaba un cuchillo y se hacía cortaduras, lo cual le hacía perder grandes cantidades de sangre; pero tan pronto como estos espasmos pasaban, se volvía la misma criatura dulce y obediente y que no guardaba ningún resentimiento, dispuesta a sacrificarse en cualquier obra de caridad por los que la trataban tan duramente. Con el tiempo, después de cuatro años, se le permitió hacer sus votos, y gradualmente se ganó la buena voluntad y de hecho, la reverencia de sus compañeras monjas. Pasó sus últimos días en cama, con muchos sufrimientos físicos, y murió a la edad de veintiséis años, el 13 de febrero de 1469.
Al preparar su cuerpo para sepultarlo se encontró el nombre de Jesús cauterizado, aparentemente, sobre su pecho. Se dice que se siguieron muchos milagros y que del lugar de su sepultura salía una fragancia celestial. Tres años y medio más tarde, por orden del mismo obispo que había tenido parte en su cruel prisión, su cuerpo fue trasladado a un sitio de descanso más honroso. Aunque la habían enterrado sin ataúd, se encontró su cuerpo perfectamente incorrupto, como si lo acabaran de depositar en la tumba.
Pese a su apariencia fantástica, esta historia parece basarse en una buena evidencia contemporánea. Pedro Barozzi, que en 1487 llegó a ser obispo de Pádua donde dieciocho años antes Eustoquio había terminado sus días, compiló y publicó un breve ensayo. Posteriormente, se imprimieron biografías más completas por G. M. Giberti (1672) y por G. Salió (1734); pero la más digna de confianza, sin duda, es la del bien conocido historiador jesuita Giulio Cordara, que primero apareció en 1765. Cordara explica que basó su historia en la relación de un manuscrito, redactado por el sacerdote Jerónimo Salicario, quien era confesor de la comunidad durante todo el tiempo de la residencia de Eustoquio como monja y que había seguido personalmente el proceso. Esta relación todavía se conservaba en San Prosdocimo y se la confió al P. Cordara con motivo de su biografía.
Puede encontrarse una relación más detallada de la que aquí presentamos, en The Month, de febrero, 1926, titulada Una Cenicienta del Clustro, por el P. Thurston. Nota sobre la aprobación del culto: Según señala Antonio Borrelli en Santi e beati, el culto fue aprobado para Padua por el papa Clemente XIII en 1760, y se hizo extensiva la aprobación en 1767 para todos los estados de la República de Venecia. Es verdad que algunas veces esas "aprobaciones" no han sido del todo formales, y puede ser que tengan razón tanto el Butler como Borrelli; pero lo cierto es que en la actualidad está inscripta en el Martirologio Romano, por lo que no hay duda que goza de cierto grado de admisibilidad.


fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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