miércoles, 9 de enero de 2013

Testigos de Cristo Por el Sacramento de la Confirmación


La vida del Cristiano no es para desarrollarse normalmente en un claustro o en el desierto, lejos del contacto con el mundo. La vida Cristiana debe desenvolverse en el mundo, en medio de los otros que marchan con la misma esperanza y también cuando no hay esa misma esperanza. El Cristiana debe ser sal de la tierra y luz del mundo. La sale s para dar sabor, no para guardarse; la luz es para iluminar, no para ponerla debajo de la mesa.

El cristiano desarrolla su vida en la familia, en el trabajo, en la escuela, en la fábrica, en el campo, en la oficina; en los días de trabajo y en los días de descanso; en la alegría y en la tristeza. En todas las situaciones concretas de su propia vida y en la relación con los otros que lo rodean. Vivir cristianamente en todas las situaciones requiere una fuerza especial. Es a la vez un compromiso adquirido por ser cristiano. El vivir ese compromiso es lo que se llama DAR TESTIMONIO CRISTANO, es decir, mostrar ante los demás con los hechos que estamos convencidos de ser cristianos. Esta fuerza para cumplir nuestro compromiso y así dar testimonio es lo que nos da el Espíritu Santo por la confirmación. Los Apóstoles se encerraban por el miedo, pero al recibir al Espíritu Santo proclamaron públicamente a Cristo; llevados Pedro y Juan ante el mismo tribunal que condenó a Cristo les echan en cara su pecado. Los mártires cristianos tuvieron esa fuerza especial para entregar su vida sin negar la fe. El Espíritu Santo les dio la fuerza necesaria.
La confirmación perfecciona la obra de Cristo realizada en nosotros por el bautismo. El primer efecto es sacarnos de nosotros mismo para dar testimonio. Este es uno de los aspectos claros en toda la historia de la Iglesia como efecto de la confirmación. Esa fuerza del testimonio lleva consigo toda la amplitudes de una liberación de uno mismo y de solidaridad con los demás.
El Concilio Vaticano II nos dice: “Todos los cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar, con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra, el hombre nuevo de que se han revestido en el bautismo, y la virtud del Espíritu Santo, por quien han sido fortalecidos con la confirmación, a fin de que los hombres vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre Celestial” (Conc. Vat. II A.G. n. 11).
En la vida de la Iglesia hay dos momentos importantes: La Pascua de Señor y Pentecostés. En la vida de cada uno de los nosotros hay dos momentos iniciales, los más importantes: el bautismo y la confirmación. Por ellos nos unimos a Cristo muerto y resucitado y recibimos el Espíritu de los hijos de Dios. Cada uno de nosotros tiene su propia historia de salvación con que Dios quiere salvar a todos los hombres. El Bautismo y la Confirmación nos han introducido a ella. La Palabra de Dios nos dice en Efesios 1, 13-14 que hemos creído en Cristo cuando se anunció el mensaje de la verdad y fuimos unidos y sellados como propiedad de Dios y que el Espíritu Santo es la garantía de la herencia que Dios tiene preparada para nosotros una vez que haya liberado a los suyos.

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