miércoles, 9 de enero de 2013

Jesús te dice, “VEN”


La primera multiplicación de los panes narrada por Mateo, Marcos y Juan, fue sin duda uno de los acontecimientos más grandes en el apostolado de Jesucristo. “Los que habían comido eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños” (Mt 14, 21).  Jesucristo se estaba convirtiendo en un personaje famoso que no podía estar en un sitio sin que la muchedumbre lo identificara. Los discípulos estaban contagiados de la idea de la multitud de elegir a Jesús como rey, y era necesario hacerlos partir lo más pronto posible no fuera que se dedicaran a propagar los sentimientos políticos de la muchedumbre. Jesús conocía muy bien a sus discípulos y sabía muy bien que también ellos esperaban un mesianismo temporal, un Salvador que viniera a derrocar gobiernos opresores y a solucionar los problemas económicos de la gente. EL en cambio venía a obtener que cada uno busque el Reino de Dios y su santidad, y entonces sí, todo lo demás vendrá por añadidura.
Dice la Palabra de Dios que Jesús obligó a sus discípulos a que se embarcaran para irse a la otra orilla del lago y llegar más pronto que EL mientras Jesús despedía a la muchedumbre (Mt 14, 22). Tarea muy difícil porque si eran unos cinco milhombres sin contar las mujeres y los niños, conociendo a Jesús que siempre tenía unas palabras de aliento, una sonrisa, un saludo para todos y si a eso agregamos que la muchedumbre no se quiera despedir de EL, esto pareciera que no tuviera fin. Pero en el versículo 23 el Evangelio de Mateo nos dice que después de lograr la hazaña Jesús subió al cerro para orar a solas. Esta es una escena frecuente en la vida de Jesús. EL ama la soledad y el silencio para hablar con su padre. Y la pregunta que nos podemos hacer en este momento es, ¿busco también la soledad y el silencio para comunicarme con mi Padre Dios?
Lo que narra Mateo en el versículo 25 y 26 de este capítulo 14, es impresionante y anormal para los seres humanos. Por esa razón al ver los discípulos que se acercaba alguien, puesto que no lo habían reconocido, caminando sobre las olas del mar, se asustaron y exclamaron, “¡Es un Fantasma!”. Todos tenemos nuestros miedos, unos reales y otros imaginarios. Muchas de las veces nos asustamos por el fantasma del futuro, de lo que nos va a suceder. Realmente eso es lo que es, un fantasma, puesto que no existe en la realidad solo en nuestra imaginación. La calma y la confianza llegan a nuestro corazón cuando escuchamos la voz del Señor, esa voz del Buen Pastor a sus ovejas. Jesús les dijo, “Animo, no teman que soy yo” (Mt 14, 27). Pedro siendo el más impulsivo, el que toma las iniciativas del grupo de los discípulos le pide a Jesús que si en verdad es EL, que mande que también él camine sobre las aguas y valla a su encuentro. Realmente es una petición muy valiente la de Pedro. Quizás Pedro no pensó lo que estaba pidiendo y el Señor le tomó la palabra y le dijo, “VEN”. A veces no obtenemos más porque no nos atrevemos a pedir más. Nadie puede caminar sobre las olas del mar si Dios no le manda hacerlo. Es así como podemos explicar y comprender los grandes atrevimientos de los santos y de las personas de fe. Es que Jesús les ha dicho, “VEN” y se han lanzado a caminar sobre las olas de las dificultades. Pedro bajó de la barca y empezó a caminar sobre las aguas acercándose a Jesús. Dando pasos seguros ya que había confiado en el Señor. No había emprendido esta locura por sí solo, iba al encuentro del Señor y fue el Señor quien le dijo “VEN”.
“Pero el viento seguía muy fuerte, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Entonces gritó, ¡Señor sálvame!” Al instante Jesús extendió la mano y lo agarró diciéndole: “Hombre de poca fe, ¿por qué has vacilado?” (Mt 14, 30-31). Cuántas veces después en medio de las más feroces persecuciones, cuando todo parecerá hundirse bajo sus pies, San Pedro recordará esa mano que agarró la suya aquel día en el lago. Recordará que un día se arriesgó a dar un paso en el vacío y a adentrarse entre las olas ahogadoras, con tal de irse junto al Divino maestro, y que cuando sintió que se hundía bastó una súplica confiada al Señor y EL extendió su mano y lo salvó. Cuántos de nosotros hemos empezado a andar con el mismo entusiasmo del apóstol Pedro. Pero vinieron las dificultades, los peligros y nos hundiremos sin remedio si sólo confiamos en nosotros mismos. Aunque el mar de nuestras contrariedades tenga poca profundidad, podemos hundirnos en el desánimo, miedo por el futuro, tristeza por el pasado, problemas difíciles de resolver…etc.
¿De veras clamo a Jesucristo con toda mi alma pidiendo su ayuda? ¿Lo hago frecuentemente y con toda fe sin cansarme de clamar? Jesucristo nos dice que confiemos en EL puesto que ha vencido al mundo. Seguramente Jesús nos tendrá siempre que repetir el reproche que hizo a su apóstol: “¡Qué poca fe! ¿por qué has dudado?”.

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