sábado, 5 de enero de 2013

DIOS



CREO EN DIOS PADRE  


“Escucha Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor…” (Deuteronomio 6, 4)

¿QUIÉN ES DIOS?

Tratar de definir a Dios es un intento inútil. Dios es mucho más grande que todo lo que podemos decir de Él. Dios es un misterio indescifrable. El profeta Isaías nos habla de un“Dios escondido” (cf. Isaías 45, 15), alguien a quien sólo podemos conocer en la medida en que Él mismo se nos dé a conocer, se nos revele.

¿QUÉ NOS HA DADO A CONOCER DIOS DE SÍ MISMO?

Desde el principio de los tiempos, Dios se nos reveló a los hombres como UNO, ÚNICO. Dios es único, no hay más que un sólo Dios: “Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Deuteronomio 6, 4-5).
En el episodio de la zarza que nos narra el libro del Éxodo, Dios se reveló a Moisés como un Dios VIVO, FIEL y COMPASIVO, que actúa en favor de su pueblo porque lo ama: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob… He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor… He bajado para liberarlo de la mano de los egipcios” (Éxodo 3, 6a.7a.8a.)
En esta misma visión, Dios dio a conocer a Moisés su nombre, que es expresión de su ser, de su identidad: “Yo soy el que soy…  Así dirás a los israelitas: Yo soy me ha enviado a ustedes… este es mi nombre para siempre, por el que seré invocado de generación en generación” (Éxodo 3, 14.15b). La Biblia traduce “Yo soy el que soy” por YAHVÉ.
En el desierto, en la cumbre del Sinaí, cuando Moisés invocó a Dios, Dios le dio a conocer sus atributos divinos: “Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad” (Éxodo 34, 5-6).
Con el correr de los años, Israel fue profundizando en las riquezas contenidas en el nombre de Dios, y llegó a decir que Dios es el creador de todo cuanto existe, que es todopoderoso, y que trasciende el mundo y la historia: “Desde antiguo, fundaste Tú la tierra, y los cielos son la obra de tus manos; ellos perecen, mas Tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan, como un vestido los mudas Tú y se mudan. Pero Tú siempre el mismo, no tienen fin tus años” (Salmo 102, 27-28).
Dios es la VERDAD misma; sus palabras no pueden engañar; por eso los seres humanos podemos entregarnos con confianza a la Palabra de Dios: “Es verdad el principio de tu Palabra, por siempre tus justos juicios son justos” (Salmo 119, 160).
Finalmente, Israel descubrió que la única razón que Dios tenía para escogerlo como pueblo suyo y revelársele, era su amor; un amor gratuito, comparable al que un padre siente por su hijo: “Cuando Israel era un niño, yo lo amé y de Egipto saqué a mi hijo” (Oseas 11, 1),dice el profeta Oseas.
En el Nuevo Testamento Jesús nos revela que Dios es nuestro Padre, y que nos ama con un amor inigualable, porque Él mismo es AMOR: “Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Juan 4, 16).

LA REVELACIÓN DE DIOS COMO TRINIDAD

El Misterio de la Santísima Trinidad, que nos habla de un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, es el centro de nuestra fe.
A pesar de su gran sentido religioso, Israel no logró penetrar en este Misterio. Sólo a partir de la Encarnación de Jesús, este “secreto” de Dios fue desvelándose y haciéndose accesible a los seres humanos.
Cuando Jesús fue bautizado por Juan en el río Jordán, el Misterio de Dios uno y trino, se manifestó con sorprendente claridad: “En aquellos días vino Jesús de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu en forma de paloma bajaba a Él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: ‘Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco’” (Marcos 1, 9-11).
El pueblo de Israel llamó a Dios PADRE, por ser el creador del mundo, y también por haber sellado con él una alianza y haberle dado su ley. Jesús nos reveló que Dios es PADRE, en un sentido nuevo. Dios es su Padre y él, Jesús, es su Hijo único: “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo, sino el Padre, ni al Padre lo conoce bien sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mateo 11, 27).
Por último, antes de su Pascua, Jesús anunció a los apóstoles que les enviaría un “defensor”, el Espíritu Santo, quien les ayudaría a cumplir su misión: “Yo pediré al Padre y les dará otro Defensor, para que esté con ustedes siempre, el Espíritu de la verdad… El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, se los enseñará todo y les recordará todo lo que Yo les he dicho” (Juan 14, 16. 17a.26).
La venida del Espíritu Santo a los apóstoles y a toda la Iglesia, en Pentecostés, revela plenamente el Misterio de la Santísima Trinidad.

EL DOGMA DE LA TRINIDAD

En el dogma de la Santísima Trinidad confesamos la existencia de un solo Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Toda la obra de nuestra salvación es una obra común de las tres personas divinas. Sin embargo, cada una de las personas realiza esta obra común según su condición personal. Es por esto por lo que decimos que Dios Padre es nuestro Creador, Dios Hijo, Jesús, nuestro Salvador, y el Espíritu Santo, nuestro Santificador.
Nuestra vida cristiana es siempre comunión con cada una de las tres personas divinas. El que da gloria a Dios Padre, lo hace por Jesús, en el Espíritu Santo. El que sigue a Jesús lo hace porque el Padre lo atrae y el Espíritu Santo lo mueve. El fin último de la obra de la salvación es que todas las criaturas entremos en la unidad perfecta de la Trinidad.

CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA

“Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas, que fijaste Tú, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de el te cuides?”               (Salmo 8, 4-5)
QUÉ NOS DICE LA FE SOBRE EL ORIGEN DEL UNIVERSO 
La Sagrada Escritura, Palabra de Dios a los hombres, comienza afirmando: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra” (Génesis 1, 1). Esta frase es para nosotros, una verdad de fe: Dios es el creador de todo cuanto existe, lo que vemos y lo que no vemos, lo material y lo espiritual.
El libro del Génesis, primer libro de la Biblia, nos narra, en un lenguaje simbólico, lleno de imágenes, esta acción creadora de Dios, que, llevado de su amor, quiso participar al universo y a los hombres, su propia existencia.
Dios es el principio de todo cuanto existe. Sin su intervención, nada de lo que vemos existiría. Este es el mensaje religioso que nos comunica la Sagrada Escritura, y que no contradice en nada las investigaciones de la ciencia, que se dedica más bien a examinar el desarrollo de la materia y de la vida, después de la intervención directa de Dios Creador.
EL MISTERIO DE LA CREACIÓN
Cómo procedió Dios en la obra de la creación, es un misterio escondido para la ciencia y para la fe. Lo importante es aceptar que Dios actuó en un primer momento, y que su acción creadora dio origen a una serie de procesos que desconocemos, pero que fueron dándose uno a uno, hasta llegar al momento actual, en el que la vida y la materia han recorrido un largo camino, y se encuentran en un estado avanzado de su crecimiento y desarrollo.
Cuando aceptamos la verdad de la creación, aceptamos también algunas otras verdades particulares que se derivan de ella, y que son importantes para nosotros hoy. Estas verdades son:
1. Dios creó el mundo y nos creó a nosotros, por un acto libre de su voluntad. Quiso participar a sus creaturas su ser, su bondad y su amor.
2. “Crear” significa “hacer de la nada”. Cuando Dios creó el mundo, no necesitó nada para hacerlo, y tampoco ayuda de nadie.
3. En la creación todo está rectamente ordenado y dispuesto, y todo es bueno, porque es fruto de la sabiduría de Dios.
4. Todo lo creado fue destinado por Dios mismo para el servicio de los hombres.
5. La creación entera, el cielo, la tierra, y los seres humanos, tenemos como misión fundamental, dar gloria a Dios, manifestando y comunicando su bondad, su bienaventuranza y su perfección.
6. Dios es infinitamente superior a sus obras, porque su grandeza y su poder no tienen límite, pero como Creador y Señor de todo cuanto existe, está en lo más íntimo de todas sus creaturas.
7. Todas las creaturas dependen, en una u otra forma, de Dios. Él las mantiene en su ser y las lleva a su término.
LA PROVIDENCIA DE DIOS
La fe en la creación alcanza su mayor profundidad y su sentido vital, cuando los hombres nos abrimos a la fe en la Providencia de Dios.
Dios creó el mundo y todo lo que vemos, en “estado de vía”, es decir, camino a la perfección de su propio ser. Llamamos Providencia de Dios, a la acción de Dios que conduce, de una manera misteriosa pero segura, a todas las creaturas, a esa perfección a la que son llamadas desde el principio.
La Providencia de Dios cuida de todo, desde las cosas más pequeñas, hasta los acontecimientos más grandes del mundo y de la historia.
Jesús nos pide un abandono filial en la Providencia del Padre, que conoce todas nuestras necesidades: “No anden preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer? ¿Qué vamos a beber? Ya sabe su Padre celestial que tienen necesidad de todo eso. Busquen primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se les darán por añadidura” (Mateo 6, 31-33).
La fe en la Providencia divina nos descubre, cada vez con mayor fuerza, la revelación del amor de Dios por nosotros.
LA PROVIDENCIA DE DIOS Y NUESTRA ACCIÓN HUMANA
Para la realización de sus designios de amor sobre el mundo, Dios se sirve de sus creaturas. Los seres humanos participamos en su Providencia con nuestra actividad libre y voluntaria. Dios actúa en nuestras obras.
Desde el principio del mundo Dios nos confió la responsabilidad de continuar su obra en la creación. Con nuestro trabajo honrado colaboramos con Dios en el desarrollo armónico de la creación, y conseguimos muchas cosas para nosotros y para los demás.
LA PROVIDENCIA DE DIOS Y EL PROBLEMA DEL MAL
Una de las grandes inquietudes de los seres humanos es la existencia del mal. Si Dios Padre Todopoderoso creó el mundo ordenado y bueno, ¿por qué existe el mal? La respuesta a esta pregunta es muy compleja. Todo el mensaje cristiano, es, en algún sentido, parte de esa respuesta. 
En términos generales podemos decir que Dios quiso, libremente, crear el mundo en “estado de vía”, hacia su perfección última, y en este camino de perfección es posible que con el bien físico exista también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado la perfección que busca.
Los seres humanos, por ser creaturas inteligentes y libres, debemos actuar siempre con libertad y movidos por el amor, empleando los bienes del mundo rectamente, para lo que fueron creados. Cuando no lo hacemos, damos lugar al mal moral.
Dios no es la causa del mal moral ni del mal físico. Solamente los permite, respetando la libertad de sus creaturas, y misteriosamente sabe sacar de los males, bienes.

DE TODO LO VISIBLE Y LO INVISIBLE

“¡Oh Yahvé, Señor nuestro, qué glorioso es tu nombre por toda la tierra!” (Salmo 8, 1)
EL MUNDO INVISIBLE
Junto con el mundo visible, Dios creó también un mundo invisible de seres espirituales a quienes la Sagrada Escritura y la Tradición llaman ÁNGELES.
¿QUIÉNES SON LOS ÁNGELES?
Los ángeles son creaturas puramente espirituales, seres personales dotados de inteligencia y voluntad, e inmortales. Su perfección es mayor que la de todas las creaturas visibles. Su misión propia es dar gloria de Dios. 
En la historia de las relaciones de Dios con los hombres, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. “Héroes potentes, ejecutores de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra” (Salmo 103, 20).
En la vida de Jesús, los ángeles desempeñan un papel importante, que comienza con el anuncio de la Encarnación y termina en la Ascensión.
La Iglesia primitiva se benefició repetidamente de la ayuda misteriosa y potente de los ángeles. Así podemos verlo en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Llenos de envidia echaron mano a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero el ángel del Señor, por la noche, abrió las puertas de la prisión, los sacó y les dijo: ‘Vayan, preséntense en el templo y digan al pueblo todo lo referente a esta Vida’” (Hechos de los apóstoles 5, 18-20).
La Sagrada Escritura y la Tradición nos enseñan, que los hombres somos custodiados y protegidos por un ángel, desde el nacimiento hasta la muerte, el “ángel de la guarda”. El Salmo 91 canta:
“No ha de alcanzarte el mal, ni la plaga se acercará a tu tienda; que Él dará orden sobre ti a los ángeles de guardarte en todos tus caminos” (Salmo 91, 10-11).
Las representaciones de los ángeles que vemos en los libros y en las iglesias, no tienen nada qué ver con su realidad objetiva. Como seres espirituales, los ángeles no tienen cuerpo, son invisibles a nuestros ojos.
SATANÁS: UN ÁNGEL CAÍDO 
Pero no todos los ángeles permanecieron fieles a Dios, alabándolo y glorificándolo. La Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia nos enseña que algunos de ellos rechazaron su condición de creaturas y se rebelaron contra su Creador y Señor. Estos ángeles rebeldes son SATANÁS y los ESPÍRITUS MALOS o DEMONIOS.
Los Evangelios nos muestran de un modo especial en el episodio de las Tentaciones (Mateo 4, 1-11), el intento de Satanás de desviar a Jesús de la misión que Dios Padre le había encomendado. El Evangelio de San Marcos describe la vida y las obras de Jesús como una lucha permanente contra el diablo y los espíritus malignos, y San Juan afirma en su Primera Carta: “El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3, 8).
La Sagrada Escritura nos atestigua la influencia dañina que Satanás ejerce contra los hombres, tratando de engañarnos para desviarnos del camino de Dios. Es “el padre de la mentira”, “homicida desde el principio”, dice San Juan (cf. Juan 8, 44).
Pero el poder de Satanás y de los espíritus malos, no es infinito. Son creaturas poderosas por su condición de espíritus, pero siempre creaturas, y como tales no pueden impedir definitivamente la edificación del Reino de Dios, aunque causen muchos males.
Con su muerte en la cruz y su resurrección, Jesús venció definitivamente a Satanás, y aunque Dios permita su actuación en nuestro mundo, la victoria final será del Bien contra el Mal.
Igual que ocurre con los ángeles, las representaciones que conocemos de los demonios, nada tienen que ver con la realidad, porque son espíritus, y por lo tanto, inaccesibles a nuestros sentidos.
 EL MUNDO VISIBLE 
Dios creó también el mundo material y visible en toda su riqueza, diversidad y orden. La Sagrada Escritura nos presenta esta obra de Dios de una manera simbólica, como un trabajo realizado en “seis días”, que termina con el descanso del “séptimo día”.
El sexto día Dios creó al hombre y a la mujer como los seres más importantes de la creación, y puso a su servicio todo lo que ya había creado.
El hombre y la mujer participamos del mundo visible en el que vivimos, porque somos un cuerpo, y participamos del mundo invisible, porque somos un alma espiritual e inmortal.
EL SER HUMANO 
La Sagrada Escritura nos dice que “Dios creó al hombre a su imagen… hombre y mujer los creó” (Génesis 1, 27). Esta afirmación trae consigo otras verdades que debemos conocer.
1. Por haber sido creados a imagen de Dios, los seres humanos somos capaces de conocernos a nosotros mismos y de relacionarnos con los otros, y somos también capaces de establecer una relación con Él.
2. Dios creó todo para nosotros los seres humanos, pero nosotros fuimos creados para servirlo y amarlo a Él y para ofrecerle toda la creación.
3. Los seres humanos somos seres corporales y espirituales a la vez. El principio espiritual se llama ALMA, y el principio material se llama CUERPO. El alma nos hace especialmente “imagen de Dios”, el cuerpo nos vincula al mundo en que vivimos. Cuerpo y alma íntimamente unidos forman LA PERSONA HUMANA
4. La Iglesia nos enseña que el alma es creada directamente por Dios, en el mismo instante de la concepción, y que es inmortal.
5. Debido a nuestro origen común, todos los hombres del mundo formamos una unidad. Esto quiere decir, que a pesar de la diversidad de razas, pueblos, y culturas, todos somos iguales en dignidad.
6. La diferencia de sexos, masculino y femenino, no indica ni superioridad ni inferioridad. “Ser hombre” y “ser mujer”, son dos modos complementarios de existir. El hombre y la mujer son “el uno para el otro”.
 7. En el matrimonio, Dios une al hombre y a la mujer, para que sean “una sola carne” (Génesis 2, 24), y puedan transmitir la vida humana.
8. Al transmitir la vida humana a sus descendientes, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan de una manera única en la obra de Dios.
EL HOMBRE EN EL PARAÍSO 
El hombre y la mujer fueron creados buenos, en perfecta armonía consigo mismos, con la naturaleza que los rodeaba, y en amistad con Dios. Esta armonía del hombre y su amistad con Dios es lo que llamamos “santidad y justicia originales”, participación de la vida misma de Dios.
Mientras el hombre y la mujer permanecieron en esta profunda armonía, participando de la vida de Dios, su vida fue tranquila y feliz, en un perfecto dominio de sí. Cuando pecaron, introdujeron el desorden y el mal en el mundo.
 EL PECADO ORIGINAL 
El relato del primer pecado, que nos trae el tercer capítulo del Génesis, está escrito, como los relatos anteriores, en un lenguaje simbólico, lleno de imágenes, pero como ellos nos presenta también un hecho real, que tuvo lugar al comienzo de la historia humana y que la marcó definitivamente.
Al crear al hombre y a la mujer, Dios les dio su amistad, que ellos debían vivir como una libre sumisión a Él. Por eso les puso un límite que debían respetar: “De cualquier árbol del jardín, pueden comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal, no coman, porque el día que de él coman, morirán sin remedio” (Génesis 2, 17).
Pero el hombre y la mujer se dejaron seducir por el demonio, que les prometió: “Se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal” (Génesis 3, 5).Entonces dejaron morir en su corazón la confianza en Dios, y abusando de la libertad, desobedecieron su mandato y así cometieron el PECADO ORIGINAL. A partir de este momento, una verdadera invasión de pecados inunda el mundo.
Las consecuencias del pecado original son muchas:
1. El hombre y la mujer perdieron la gracia y la santidad con que fueron creados.
2. La armonía del hombre con la creación, se rompió y la naturaleza se hizo hostil.
3. El hombre ya no es capaz de mantener el equilibrio entre el cuerpo y el alma.
4. Las relaciones entre el hombre y la mujer se ven marcadas por el deseo y el dominio, y sometidas a tensiones.
5. La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad.
6. Y por último, todos los hombres quedamos implicados en el pecado del primer hombre y la primera mujer.
El pecado original hirió la naturaleza humana, la debilitó y la sometió a la ignorancia, al sufrimiento y a la muerte, y la inclinó al mal. Esta inclinación al mal es lo que llamamos CONCUPISCENCIA. 
El Sacramento del Bautismo nos libra del pecado original y nos devuelve la vida de la gracia, pero nuestra naturaleza permanece inclinada al mal. Por eso nuestra vida se convierte en una verdadera lucha contra el pecado.
LA SALVACIÓN EN CRISTO 
Después del pecado, Dios no nos abandonó. Por el contrario, anunció de modo misterioso, su victoria sobre el mal. Dijo a la serpiente, figura de Satanás: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza, mientras acechas tú su calcañar” (Génesis 3, 15). Este pasaje del Génesis recibe el nombre de PROTOEVANGELIO, por ser el primer anuncio del Mesías Salvador, hijo de mujer que combatirá y vencerá al diablo.
María, la madre de Jesús, fue la primera beneficiada con la victoria que Jesús alcanzó sobre el pecado. Fue preservada del pecado original desde su concepción, y por una gracia especial de Dios, no cometió ningún otro pecado.


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