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Pudor: defiende la intimidad personal |
I. LA ELEGANCIA Y LA ANTROPOLOGÍA
La elegancia abarca todos los
modos de presentarse y comportarse la persona. Se extiende también
a los objetos humanos de uso más directo y de
un modo amplio se puede hablar de una arquitectura o
de una ciudad elegante. El arte, como creación humana, puede
extenderse a todo el ámbito de la vida y el
actuar humano resaltando la belleza que se advierte sensiblemente. Sin
embargo, hay un sentido más estricto de la elegancia que
se refiere al vestido. El modo de vestir, teniendo más
o menos en cuenta los dictados de la moda, en
definitiva tendría que ser la expresión de la personalidad de
quien se viste. En este sentido, y teniendo en cuenta
que cada persona es única e irrepetible habría que concluir
que cada persona requeriría un diseño exclusivo. Algo de eso
puede haber en el anhelo de exclusividad. Lo cierto es
que un modo de vestirse auténtico ha de llevar el
sello del estilo propio.
La elegancia está relacionada con la belleza.
A los requerimientos éticos -que realzan lo específicamente humano, el
buen gusto y el estilo propio añaden atractivo a lo
ya realmente valioso. Ser ético no basta: hay muchos modos
de hacer el bien. Lo estético aumenta y realza lo
bueno que hay en cada persona. Sin embargo ,aquí, no
voy a referirme directamente a los aspectos éticos. Voy a
detenerme en el significado antropológico que tiene el modo de
comportarse. Voy a descender al por qué de las actitudes,
que los filósofos han explicado desde hace tiempo. Voy a
tratar de profundizar en algo que los clásicos llamaron vergüenza
y más adelante se llamó pudor, porque al profundizar en
esa actitud humana se encuentra lo más noble del
ser humano que se denomina con el término persona.
1. Modos
de presentar el pudor
Hay varias maneras de enfocar el pudor:
a) Una clásica, que lo presenta no tanto como
una virtud sino como un sentimiento, vinculado a cierto tipo
de manifestaciones. Es un sentimiento que se confunde con el
de la vergüenza. Cuando falta se habla de desvergüenza.
b) Otro modo
de afrontar el pudor es el de los filósofos llamados
personalistas. Sostienen que es característico de la persona ser pudorosa.
El pudor es como la salvaguarda de la intimidad, la
prueba de que la persona tiene intimidad y no una
existencia meramente pública. El pudor acompaña siempre a la persona
y su desaparición comporta una disminución de la personalidad.
c) Para otros
el pudor es un prejuicio injustificado, que va en contra
de lo natural y del que conviene librarse. Se destaca
su carácter convencional, en dependencia con las diversas culturas, por
lo que no se puede decir exactamente en qué consiste.
Ante
estos planteamientos hay que decir que el pudor es un
sentimiento, pero es más que un sentimiento. Tiene un profundo
significado antropológico. Por eso el planteamiento personalista es el más
profundo. Y frente a quienes propugnan librarse de él como
algo antinatural hay que decir que ciertamente el pudor ofrece
muchas variantes y que no tiene, por así decir, reglas
fijas, pero también es claro que aparece en todas las
culturas. La clave del pudor es que el hombre es
un ser personal; se pierde el pudor porque se debilita
el sentido de ser persona o por un ambiente que
fomenta la despersonalización y la masificación.
El carácter personal del hombre
explica el pudor; los animales tienen miedo y temor pero
no son pudorosos ni impúdicos, se comportan de manera instintiva.
El ser humano, en cambio, es personal y en él
aparece el pudor o la vergüenza, ante determinadas cosas que
aparecen públicamente y que deberían haberse conservado en la intimidad.
La desvergüenza obedece a una pérdida de la intimidad.
2. El
fenómeno del pudor
a) El pudor como sentimiento[1]
Descrito como sentimiento dice Aristóteles que la vergüenza se produce
cuando el ser humano cae en la cuenta de que
no controla con su razón su expresión corpórea, sus movimientos,
sus actividades. Entonces se siente inhábil, culpable o incapaz. Este
sentimiento tiene una manifestación psico-fisiológica que es ruborizarse.
La vergüenza está relacionada
con el afán de éxito o con la conciencia del
propio valor. Tiene que ver con el temor a fracasar,
a fallar, a hacer el ridículo, a que no hagan
caso de uno o no le aprecien. La vergüenza tiene
que ver con el peligro de no ser aceptado. Por
lo tanto se refiere a los demás. Su carácter social
es patente.
b) Experiencia del pudor[2]
A primera vista el pudor es
una tendencia a disimular hechos exteriores y estados interiores. No
se siente vergüenza sólo de las cosas malas. A veces
se tiene también vergüenza de una acción buena (a eso
se le llaman respetos humanos). El pudor se refiere al
hecho de exteriorizar. La exteriorización es lo que se experimenta
como mal.
El pudor tiene que ver con el miedo aunque se
distingue de él. Miedo es el sentimiento negativo ante un
mal inminente. Sin embargo, la vergüenza se produce ante el
miedo a que otros lleguen a saber algo que debería
permanecer oculto. Pudor es más que miedo. Sólo puede aprehenderse
advirtiendo que la persona posee una interioridad que es propia
sólo de ella, y que siente la necesidad de ocultar
ciertos valores o hechos.
c) El pudor y la vanidad[3]
Lo contrario del pudor está
relacionado con la vanidad, con el afán de llamar la atención.
El vanidoso pretende que se le aprecie, pero ese deseo
puede hacerse irracional. Entonces se puede llegar a la impudicia
que es la magnificación de algún rasgo humano aislado, que
se considera atractivo. El vanidoso se avergüenza cuando fracasa pero,
como el motivo por el cual quiere que le aprecien
es superficial, está expuesto a que no le tomen en
serio, o a que se burlen de él.
Hay una relación entre la
vergüenza y vanidad. Si se trata de llamar la atención
a toda costa se cae en el exhibicionismo. Entonces la
persona se convierte el mero objeto para llamar la atención,
se transforma en cosa. Esto es la cosificación del hombre.
El ser humano, que es persona, se presenta a sí
mismo como cosa. Esta cosificación es degradante por contagio: estropea
las relaciones humanas, porque los que se sienten atraídos por
el exhibicionismo se cosifican también.
Este es el régimen de la publicidad
presente en la sociedad de consumo. Todo se entiende desde
la idea de tráfico, de lo que se vende. Así
se desencadena la exhibición de excelencias aparentes, reforzadas por asociaciones
fáciles que sugieren otras satisfacciones. Con tal de llamar la
atención se acude a lo procaz.
Cuando la necesidad de llamar la
atención se transforma en una necesidad sin control se emplea
cualquier medio para lograrlo. Entonces lo más fácil es apelar
a los malos instintos de la gente. De ahí se
llega al escándalo público. Escandalizar provocando un deseo carnal puramente
fisiológico. Inventarse utopías, mundos imaginarios, personajes estúpidamente brillantes (telenovelas).
d) El pudor
del cuerpo
Cuando se habla de pudor, aunque salvaguarda todos los aspectos
de la intimidad, se suele entender generalmente pudor sexual, que
es quizá su sentido más característico o el más atacado.
Se trata de una actitud de disimular u ocultar los
órganos que determinan el sexo, sobre todo, frente al otro
sexo.
El
pudor del cuerpo se manifiesta cubriendo la desnudez. El modo
de cubrirlo obedece a criterios culturales. A veces el vestido
puede ponerlos más en evidencia. Lo común a todas las
culturas es la tendencia a ocultar los valores sexuales, en
la medida en que constituyen en la conciencia un “objeto
de placer” .
II. LA ELEGANCIA Y EL PUDOR
La elegancia, entendida
como el buen gusto y el estilo propio en el
modo de presentarse, está articulada con el pudor, actitud humana
que defiende la intimidad personal. En este sentido se puede
hacer una distinción entre lo que es atraer, seducir y
provocar. Estos tres vocablos designan actitudes diversas. La atracción, característica
propia de la belleza, potencia la libertad del que es
atraído porque le reclama una respuesta ante una realidad que
no defrauda. La seducción tiene un significado menos positivo pues
se refiere al modo de atraer no tanto al contenido
de la realidad atractiva. Por su parte la provocación es
la apelación directa a las fuerzas que esclavizan a la
persona: la persona provocada es cosificada, como se ha visto
antes, lo que significada el deterioro de sus más nobles
energías.
Ahora
bien, por qué y desde cuando, las mismas realidades pueden
ser bien o mal vistas. Esto lleva a la pregunta
por el origen del pudor, es decir, por el origen
de la necesidad de defender la intimidad personal que se
manifiesta a través del cuerpo.
3. Origen del pudor
En este punto no
es suficiente la antropología filosófica. Por ello recurro a la
antropología teológica que subyace a la cultura europea.
La Sagrada Escritura narra
que cuando Dios creó al ser humano, «estaban ambos desnudos,
el varón y su mujer, sin avergonzarse de ello» (Gen
2, 25). La experiencia de la desnudez es una de
las experiencias originarias, cuando el ser humano saliendo directamente de
las manos del creador, era perfecto y con una conciencia
inocente.
¿Qué
quiere decir que no tenían vergüenza de su desnudez? No
se trata de una carencia de la misma, ni de
un subdesarrollo de la misma, sino de una real no
presencia de la vergüenza. Esa falta de vergüenza no era
una desvergüenza. Simplemente no la necesitaban. ¿Por qué? Por el
estado inocente de su conciencia. Porque no tenían desorden en
su intimidad. Esto lo sabemos porque el mismo texto bíblico,
un poco más adelante, después de la desobediencia de nuestros
primeros padres, describe que «Abriéronse los ojos de ambos, y
entonces, viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera
y se hicieron unos cinturones» (Gen 3, 7). Y poco
más adelante el varón dice a Dios: «Te he oído
en el jardín, y temeroso, porque estaba desnudo, me escondí»
(Gen 3, 10).
Estos dos textos relatan un cambio de situación.
¿Es que antes del pecado no estaban también desnudos?
Sin embargo antes no tenían vergüenza y después sí. Hay
un cambio radical del significado de la desnudez originaria de
la mujer frente al varón y del varón frente a
la mujer.
En la primera experiencia tenían una especial plenitud de conciencia
y se veían entre ellos como los veía Dios. La
«desnudez» significa, en el primer momento, el bien originario de
la visión divina, cuando a medida que Dios iba creando
las cosas, y sobre todo al ser humano, se afirma
«Y vio Dios ser muy bueno lo que había hecho»
(Gen 1, 31). Significa toda la sencillez y plenitud de
la visión a través de la cual se manifiesta el
valor “puro” del hombre como varón y mujer, el valor
“puro” del cuerpo y del sexo. Al no tener ruptura
interior ni contraposición entre lo espiritual y lo sensible tampoco
hay oposición entre la persona y el sexo, entre la
persona y lo masculino y lo femenino. Dicho en palabras
de Juan Pablo II, que actualmente es una de las
personas que más ha profundizado en estos temas: «El
hombre, consciente de la capacidad procreadora del propio cuerpo y
del propio sexo, está al mismo tiempo libre de la
“coacción” del propio cuerpo y sexo. Esa desnudez originaria, recíproca
y a la vez no gravada por la vergüenza, expresa
esta libertad interior del hombre»[4]. Es decir, su sexo
y su cuerpo no coaccionan su libertad. El cuerpo y
el sexo no se ven como un objeto, sino como
expresión de la persona y de la imagen de Dios.
Porque en
su significación más profunda el cuerpo y el sexo son:
a)
expresión de la persona: «El cuerpo expresa a la persona
en su ser concreto ontológico y existencial (...), expresa el
“yo” humano personal, que construye desde dentro su percepción exterior»[5].
También
el sexo, que se manifiesta en la corporalidad, es expresión
de la persona. En la antropología y en la teología
del cuerpo de Juan Pablo II el sexo es constitutivo
de la persona: «La función del sexo, que en cierto
modo es “constitutivo de la persona” (no sólo “atributo” de
la persona), demuestra lo profundamente que el hombre, con toda
su soledad espiritual, con la unicidad e irrepetibilidad propia de
la persona, está constituido por el cuerpo como “él” o
“ella”»[6].
En
otro lugar afirma: «Esta verificación puramente antropológica (la alegría del
varón al ver a la mujer creada por Dios y
la felicidad presente en el comienzo de la existencia del
hombre en el mundo) nos lleva al tema de la
“persona” y al tema “cuerpo-sexo”. Esta simultaneidad es esencial. Efectivamente,
si tratáramos del sexo sin la persona, quedaría destruida toda
la educación de la antropología que encontramos en el libro
del Génesis»[7].
b) imagen de Dios: «El hombre, al que Dios ha
creado “varón y mujer”, lleva impresa en el cuerpo, “desde
el principio”, la imagen divina; varón y mujer constituyen como
dos diversos modos del humano “ser cuerpo” en la unidad
de esa imagen»[8].
La imagen de Dios, dicho brevemente, no está sólo
en que el ser humano sea persona inteligente y libre,
sino fundamentalmente en su capacidad de amar, que le lleva
a vivir en comunión de personas: en vivir no sólo
“con” otro sino “para” otro. Dicho en palabras de Juan
Pablo II: «Podemos deducir que el hombre se ha convertido
en “imagen y semejanza” de Dios no sólo a través
de la propia humanidad, sino también a través de la
comunión de las personas que el varón y la mujer
forman desde el comienzo. La función de la imagen es
la de reflejar a quien es el modelo, reproducir el
prototipo propio. El hombre se convierte en imagen de Dios
no tanto en el momento de la soledad cuanto en
el momento de la comunión»[9]. La «comunión de personas
significa existir en un recíproco “para”, en una relación
de don recíproco»[10].
Pues bien, desde este punto de vista, también el
sexo, es imagen de Dios, porque mediante el sexo se
expresa corporalmente que el ser humano no tiene la plenitud
de su esencia sólo en sí mismo, sino que
está llamado a la comunión de personas: «El hombre
por sí “solo” no realiza totalmente esta esencia. Solamente la
realiza existiendo “con alguno”, y más profundamente y más completamente:
existiendo “para alguno»[11]. La masculinidad y la feminidad, presentes
en la corporalidad, expresan físicamente la apertura al otro y
la comunión de personas: «El cuerpo, que expresa la
feminidad “para” la masculinidad, y viceversa la masculinidad “para” la
feminidad, manifiesta la reciprocidad y la comunión de personas»[12].
La sexualidad humana
no es sólo fuente de fecundidad; es imagen de Dios
porque tiene capacidad de expresar el amor. A esto Juan
Pablo II le llama el significado “esponsalicio” del cuerpo:
«La revelación y, al mismo tiempo, el descubrimiento originario del
significado “esponsalicio” del cuerpo consiste en presentar al hombre, varón
y mujer, en toda la realidad y verdad de su
cuerpo y sexo (“estaban desnudos”) y, a la vez, en
la plena libertad de toda coacción del cuerpo y del
sexo. De esto parece dar testimonio la desnudez de los
progenitores, interiormente libres de la vergüenza. Se puede decir que,
creados por el Amor, esto es, dotados en su ser
de masculinidad y feminidad, ambos están “desnudos”, porque son libres
de la misma libertad del don. Esta libertad está precisamente
en la base del significado esponsalicio del cuerpo. El cuerpo
humano, con su sexo y con su masculinidad y feminidad,
visto en el misterio mismo de la creación, es no
sólo fuente de fecundidad y de procreación, como en todo
el orden natural, sino que incluye desde “el principio” el
atributo “esponsalicio”, es decir, la capacidad de expresar el amor:
ese amor precisamente en el que el hombre‑persona se convierte
en don y -mediante este don- realiza el sentido mismo
de su ser y existir»[13].
¿Qué pasa después del pecado? Que en
el cuerpo y en el sexo se ve no a
la persona misma sino un objeto de placer, que puede
ser usado sin ser amado. Puede ser usado sin tener
en cuenta que corresponde a una persona, que es un
cuerpo personal, donde el sexo no se puede separar de
la persona. Ya no se ve en él la imagen
de Dios.
III. LA PERSONA, EL AMOR Y EL PUDOR
Las consideraciones anteriores
ponen de relieve la relación directa que existe entre cada
persona, su corporeidad y su condición sexuada. El cuerpo humano
no puede entenderse separadamente de la persona. Y algo parecido
ocurre con la condición sexuada, con el hecho de ser
varón o ser mujer.
Ser varón y ser mujer implica ciertas diferencias
que anulan su más profunda igualdad, pero tiene sus matices
a la hora de encarnar los valores, a la hora
de realizar las tareas. Algo parecido ocurre al captar los
valores. En primer lugar, habrá que clarificar esas diferencias con
respecto al pudor.
Por otra parte, si el pudor es la actitud
humana que defiende la intimidad personal habrá que ver
más detenidamente en qué consiste esta defensa. Y si la
persona ha de ser tratada con amor habrá que ver
qué relación existe entre el pudor y el amor.
4. Rasgos
diferenciales en la percepción del pudor entre el varón y
la mujer
Las mujeres y los varones tienen diferentes estructuras de las
fuerzas psíquicas y experimentan de un modo diferente la relación
entre la sensualidad y la afectividad[14].
Los varones tienen más fuerte y
acentuada la sensualidad. Ven en el cuerpo de la mujer
un objeto de placer. Por eso las mujeres tiene una
mayor necesidad de vivir el pudor.
En las mujeres la afectividad supera
la sensualidad. La mujer es más sensible a los valores
de la persona, a cierta masculinidad psíquica, experimentada también psíquicamente.
Por esto sienten menos la necesidad de esconder su cuerpo,
objeto posible de placer. La educación de la mujer en
el pudor requiere un conocimiento del psiquismo masculino.
Los varones no tienen
que temer la sensualidad de la mujer tanto como ella
teme la de él. Pero sienten interiormente su propia sensualidad,
que su cuerpo reacciona independientemente de su razón, lo cual
es para ellos una fuente de vergüenza. El varón siente
los valores sexuales estrechamente unidos al cuerpo y al sexo
en cuanto objetos posibles de placer. Tienen vergüenza de sentir
así a la mujer y de sentir su propio cuerpo,
de la manera como su cuerpo reacciona ante el cuerpo
de la mujer.
El pudor es la necesidad de impedir que el
otro reaccione ante el cuerpo de una manera incompatible con
el valor de la persona.
5. El pudor, la intimidad,
la persona
Dicho con otras palabras el pudor es la salvaguarda de
la intimidad. La intimidad es una característica del hombre como
ser personal. Es más, la intimidad en último término es
la persona misma. Ser persona, desde el punto de vista
filosófico, consiste, a diferencia de las demás realidades del cosmos,
en tener el propio acto de ser en propiedad. Por
eso se ha podido describir a la persona como «alguien
delante de Dios y para siempre»[15]. La persona
está constituida por un núcleo interior del cual nacen sus
acciones, del cual ella es propietaria, y nadie más (excepto
Dios) tiene derecho de propiedad sobre ella. La persona es
dueña de sí, tiene derecho a la autodeterminación, y nadie
puede poseerla a menos que se entregue. Ahí radica su
dignidad.
¿Qué
es el pudor sexual?
Presentarse a sí mismo como persona.
Ocultar en cierto modo los valores sexuales, para no aparezcan
como objeto, como cosa. No dar pie a que los
demás, ni siquiera con el pensamiento, puedan vernos como meros
objetos, sino que vean en nosotros un ser valioso.
Con el pudor el ser humano manifiesta casi “instintivamente” la
necesidad de la afirmación y de la aceptación de ese
“yo” según su justo valor.
El pudor refleja la esencia de la
persona. Es una revelación del carácter supra-utilitario de persona. Oculta
para mostrar. Oculta lo que puede distraer para que se
capte lo importante.
«De ahí el sentimiento de la inviolabilidad que se
traduce en la mujer por el “no me toques, aunque
sea por un deseo interior”, y en el varón por
el “yo no puedo tocarla, aunque sea por un deseo
interior; ella no puede ser un objeto de placer”. Este
temor del “contacto”, característico de las personas que verdaderamente se
aman (y no están comprometidas), es una expresión indirecta de
la afirmación del valor de la persona misma»[16].
6. El pudor
y el amor
El pudor es una experiencia compleja porque, en un
primer momento, aleja un ser humano del otro y al
mismo tiempo busca la cercanía personal, creando una base y
un nivel idóneos.
No se trata sólo de evitar la reacción cosista
del otro sexo, ni la propia reacción análoga. A la
vez el pudor va unido al deseo de despertar el
amor. El amor es la reacción adecuada frente al valor
de la persona en el otro. El pudor busca ser
tratado como persona, es decir, con amor.
La mujer y el varón
tienen también una diferencia relacional frente al amor. Algunos autores
la expresan del siguiente modo: La mujer tiende a ser
objeto de amor para amar a su vez, el varón
tiende a amar para llegar a ser amado[17]. Buscan el
amor con actitudes complementarias: la mujer atrae, el varón conquista.
En el fondo son dos modos complementarios de la misma
actividad que anhela darse, ser aceptado y recibir al otro
como don.
El amor es el modo adecuado de tratar a la
persona. El pudor es medio para llegar al amor. Encubrir
los valores sexuales es la manera de permitir que se
descubran los valores de la persona misma. El pudor protege
el valor de la persona.
Además del pudor del cuerpo, existe lo
que se podría llamar: el pudor de los actos de
amor. El amor conyugal tiene manifestaciones físicas. Pues bien, estas
manifestaciones sensibles del amor piden ser hechas sin ser visto
por los demás. No porque sean algo malo, sino para
que no se confunda el amor con el uso utilitario
del otro. En el amor lo más importante es la
unión de las almas, de la cual es expresión la
unión de los cuerpos. Pues bien, la unión de las
almas los demás no la pueden ver. Los demás sólo
ven lo de fuera y eso se puede cosificar.
El pudor, que
tiende a encubrir los valores sexuales para proteger el valor
de la persona, tiende igualmente a cubrir el acto sexual
para proteger el valor del amor.
Hay una relación peculiar entre la
vergüenza y el amor: la superación de la vergüenza. Cuando
media el amor de verdad -en el ámbito conyugal-, entonces
el pudor queda superado porque está superada su razón de
ser. El pudor que defendía a la persona, desaparece en
el amor porque pierde su razón de ser objetiva, porque
en el amor la persona está esencialmente afirmada.
Las relaciones entre esposos
no son impudor legitimado, sino que son relaciones conformes a
las exigencias del pudor, porque custodian el valor de la
persona. Pero no hay que confundir el amor como sentimiento
con el verdadero amor. El amor como sentimiento, que de
suyo es pasajero y temporal, no legitima la unión corporal:
hace falta el compromiso estable (para toda la vida) con
el bien de la otra persona y la apertura a
la vida..
7. Educación del pudor
Presentarse como personas. Tener en cuenta la
psicología del sexo contrario para guardar lo que el otro
puede deformar. Presentarse como imagen de Dios y dejar que
ella brille en nosotros, agradando y elevando conjuntamente. Se puede
y se debe atraer sin despertar los “instintos” de los
demás, que les dificultan reaccionar como personas ante las personas.
Comentando un
versículo del libro del los Proverbios: “Fortaleza y buena gracia
su vestido: reirá hasta el día postrero” (Prov 31,25), y
hablando concretamente de las mujeres afirma Fray Luis de León:
«Los
que han visto alguna mujer de éstas podrán haber experimentado:
A todo tiempo y a toda sazón se halla en
ella dulce y agradable acogida (...) y esta gracia y
dulzura suya no es gracia que desata el corazón del
que la ve ni le enmollece, antes le pone concierto
y es como una ley de virtud, y así le
deleita y aficiona, que juntamente le limpia y purifica, y
borrando en él las tristezas, lava las torpezas también, y
es gracia que aún la engendra en los miradores»[18].
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[1] Una
descripción del pudor como sentimiento y sus relaciones con la
vanidad puede encontrarse en POLO, Leonardo, El significado del pudor,
Piura, 1991.
[2] Un descripción del pudor, sobre todo del
pudor sexual, y de su interpretación puede verse en WOJTYLA,
Karol, Metafísica del pudor, en Amor y responsabilidad, ed. Razón
y fe, Madrid 1978, pp. 193-214.
[3] Cfr. POLO,
Leonardo, El significado del pudor, pp. 18-20.
[4] JUAN
PABLO II, Audiencia General, 9-I-80, n. 6, en Varón y
mujer. Teología del cuerpo, ed. Palabra 1996, p. 105.
[5]
JUAN PABLO II, Audiencia General, 12-XII-79, n. 4, en Varón
y mujer, p. 92.
[6] JUAN PABLO II, Audiencia
General, 21-XI-79, n. 1, en Varón y mujer, p. 78.
[7] JUAN PABLO II, Audiencia General, 9-I-80, n. 3, en
Varón y mujer, p. 103.
[8] JUAN PABLO II, Audiencia
General, 2-I-80, n. 2, en Varón y mujer, p. 97.
[9] JUAN PABLO II, Audiencia General, 14-XI-79, n. 2,
en Varón y mujer, pp. 73-74.
[10] JUAN PABLO II,
Audiencia General, 9-I-80, n. 2, en Varón y mujer, p.
102.
[11] JUAN PABLO II, Audiencia General, 9-I-80, n.
2, en Varón y mujer, p. 102.
[12] JUAN
PABLO II, Audiencia General, 9-I-80, n. 4, en Varón y
mujer, p. 104.
[13] JUAN PABLO II, Audiencia General,
16.I.80, n. 1, en Varón y mujer, pp. 107-108.
[14] Para el desarrollo diferencial del pudor entre varones y
mujeres cfr. WOJTYLA, Karol, Metafísica del pudor, en Amor y
responsabilidad, ed. Razón y fe, Madrid 1978, pp. 196-197. Aquí
se hace un resumen de esas ideas.
[15]
CARDONA, Carlos, Metafísica del bien y del mal, Eunsa, Pamplona
1987, p. 90.
[16] WOJTYLA, Karol, Metafísica del pudor,
en Amor y responsabilidad, p. 200.
[17] Así lo expresa
Wojtyla en el libro citado. Cfr. también JUAN PABLO II,
Carta Mulieris dignitatem, n. 29.
[18] FRAY LUIS DE LEÓN,
La perfecta casada, cap. 14.
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