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Pafnucio, Santo |
Obispo de Tebaida
Martirologio Romano: Conmemoración de san Pafnucio, obispo en
Egipto, que fue uno de aquellos confesores que, en tiempo
del emperador Galerio Maximino, habiéndoles sacado el ojo derecho y
desjarretado la pantorrilla izquierda, fueron condenados a las minas, y
después, asistiendo al Concilio de Nicea, luchó denodadamente por la
fe católica contra el arrianismo (s. IV).
Fecha de canonización:
Información no disponible, la antigüedad de los documentos y de
las técnicas usadas para archivarlos, la acción del clima, y
en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que
tengamos esta concreta información el día de hoy. Si
sabemos que fue canonizado antes de la creación de la
Congregación para la causa de los Santos, y que su
culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.
Fue uno de los anacoretas de
su época. Vivía de las verduras que daba la tierra,
agua, un poco de sal y poco más. Compartía consigo
mismo la soledad del desierto. La oración y la penitencia
eran su principal modo de emplear el tiempo. A su
cueva acudían las gentes a recibir consejo, escuchar lo que
aprendía del Espíritu con sus rezos y a contrastar la
vida con el estilo del Evangelio.
Se vió obligado a dejar
la soledad contra su gusto porque fue nombrado obispo de
Tebaida. Por defender a Cristo sufrió persecución, le amputaron una
pierna y le vaciaron un ojo cuya órbita desocupada, según
cuenta la historia, gustaba besar con respeto y veneración el
convertido emperador Constantino.
Estuvo presente en el Concilio de Nicea, donde
se defendió la divinidad de Cristo y se condenó el
arrianismo.
En esa ocasión, al tratarse otros temas de Iglesia, tuvo
el obispo Pafnucio la ocasión de dar muestras de profunda
humanidad. El hombre que venia del más duro rigor del
desierto y podía exhibir en su cuerpo la marca de
la persecución se mostró con un talante más amplio, abierto,
moderado y transigente que los padres que no conocían la
dureza de la Tebaida ni los horrores de la amenaza,
ni la vejación.
Numerosos padres conciliares pretendieron imponer que los obispos,
presbíteros y diáconos casados dejaran a sus esposas para ejercer
el ministerio. El obispo curtido en la dura ascesis anacoreta
se opuso a tal determinación haciendo que se fuera respetuoso
con la disciplina de la época: autorizar el ejercicio del
Orden Sacerdotal a los ya casados y no permitir casarse
después de la Ordenación.
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