Un ermitaño vivía íntimamente familiarizado con el Cristo de la iglesia, llamado de los favores por las gracias que concedía.
Un
día, en un arranque de fervor, el buen ermitaño pidió al Cristo que le
dejara quedarse en su lugar, clavado a la cruz que los sostenía. Favor
que le concedió el Cristo pero con una condición que debía cumplir a
rajatabla: pasara lo que pasara, no podía decir absolutamente ni una
palabra. Y así, mientras Cristo le suplantaba en su trabajo, él se quedó
clavado en la cruz, en lugar de la imagen de Jesús.
Se la acercó primer un hombre muy rico.
Rezó y al marcharse dejo olvidada una bolsa llena de monedas. El
ermitaño de buna gana le hubiera avisado, pero no podía hablar.
Llegó después un padre de familia muy
pobre. Pidió al Cristo algo con que sostener a su numerosa familia. Al
volverse y ver la abultada bolsa de monedas salto de contento, tomándola
como un favor estupendo de Cristo. De nuevo el ermitaño se mordió los
labios y calló.
Finalmente se presentó un joven y se
postró ante el Cristo. Rezando estaba todavía cuando llegó sofocado el
hombre rico para recuperar la bolsa olvidada. Viendo al joven y que
había desaparecido su bolsa, le acusó de habérsela apropiado. Por más
que el joven declarara que no la había visto, el hombre rico amenazaba
con denunciarlo sin contemplaciones. En vano el joven protestaba que
tenía que emprender un largo viaje y que el barco estaba a punto de
partir.
Ante esa “injusticia” el ermitaño se vio
en la “obligación” de deshacer el problema y hablando lo arregló todo:
el rico recuperó su dinero, que el pobre restituyó, y el joven, liberado
de la falsa acusación, se pudo embarcar a tiempo.
Terminado el día, el ermitaño, muy satisfecho de su sensatez, contó al Cristo los pormenores de la jornada.
- Pues todo lo has estropeado – le
contestó el Cristo -. Te había recomendado que callaras, pasara lo que
pasara. Mira el resultado de tu desobediencia:
- El hombre rico llevaba aquella bolsa de dinero para malgastarle en vicios y pecados como efectivamente lo está haciendo.
- Al pobre este dinero le hubiera solucionado los graves problemas de su familia.
- En cuanto al joven, aunque detenido,
hubiera salvado su vida, pues el barco que logró tomar ha naufragado y
han muerto todos los pasajeros.
A veces nos quejamos de los “despistes”
de Dios o confundimos las gracias con lo que llamamos desgracias…caben
muchas más reflexiones pero son a cargo del lector.
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