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Gregorio Grassi y 25 compañeros, Santos |
Martirologio Romano: En la ciudad de Tai-Juan-Fou, en la provincia
de Shanxi, también en China, pasión de los santos mártires
Gregorio Grassi y Francisco Fogolla, obispos de la Orden de
los Hermanos Menores, y de otros veinticuatro compañeros, que durante
la persecución llevada a cabo por el movimiento de los
Yihetuan fueron asesinados en odio al nombre cristiano (1900). Cuyos
nombres son: santos Elías Facchini, Teodorico Balat, presbíteros, y Andrés
Bauer, religioso, de la Orden de los Hermanos Menores; María
Ermellina de Jesús (Irma) Grivot, María Paz (María Ana) Giuliani,
María Clara (Clelia) Nanetti, María de Santa Natalia (Juana María)
Kerguin, María de San Justo (Ana Francisca) Moreau, María Adolfina
(Ana Catalina) Dierk, María Amandina (Paulina) Jeuris, Religiosas del Instituto
de las Franciscanas Misioneras de María; y también Juan Zhang
Huan, Patricio Dong Bodi, Felipe Zhang Zhihe, Juan Zhang Jingguang,
Juan Wang Rui, Tomás Shen Jihe, Simón Chen Ximan, Pedro
Wu Anpeng, Francisco Zhang Rong, Matías Feng De, Santiago Yan
Guodong, Pedro Zhang Banniu, Santiago Zhao Quanxin y Pedro Wang
Erman.
Etimológicamente: Gregoro = Aquel que esta siempre preparado, es de
origen griego.El 1 de octubre
del año 2000, el papa Juan Pablo II canonizó a
120 beatos martirizados en China. Treinta de ellos
pertenecen a la Familia Franciscana: uno, San Juan de Triora,
fue martirizado en 1816, y a él le dedicamos una
página especial; los otros 29 fueron martirizados en julio de
1900, y beatificados por Pío XII el 24 de noviembre
de 1946: San Gregorio Grassi y 25 compañeros inmolaron sus
vidas por la fe en Taiyuanfu, en la región de
Shansi, el 9 de julio; entre ellos se encontraban Santa
María Herminia de Jesús y otras seis Franciscanas Misioneras de
María, a las que dedicamos una página especial; días antes
y en el Hunan Meridional habían sido martirizados San Antonino
Fantosati y dos compañeros suyos. De estos 29 mártires, ocho
eran frailes menores (tres obispos, cuatro sacerdotes y un hermano
laico); siete, hermanas Franciscanas Misioneras de María; once, franciscanos seglares
chinos, cinco de los cuales eran seminaristas; y tres, fieles
laicos chinos.
La presencia franciscana en China se remonta a los
primeros tiempos de la Orden, y testigos de ello son
figuras tan representativas como Juan de Pian del Carpine (†
1252) y Juan de Montecorvino (†1328), primer arzobispo de Pekín,
o el Beato Odorico de Pordenone († 1331). Pero hay
que añadir que, si bien el testimonio franciscano no ha
faltado nunca en aquel inmenso Imperio, ha sufrido fuertes vaivenes
por las persecuciones que de tiempo en tiempo se han
ido repitiendo. Vengamos al siglo XIX: en 1816 fue martirizado
San Juan de Triora, y al final del siglo, en
1900, sufrieron el martirio, de mano de los boxers, otros
29 santos de la familia franciscana.
Con el término inglés "boxers"
se designa a los miembros de una sociedad secreta de
carácter religioso y político a la vez, cuyos inicios se
remontan a los primeros años del siglo XIX. Una de
sus principales características era la xenofobia, odio, repugnancia y hostilidad
hacia los extranjeros. Pasaron por largos períodos de vida más
o menos precaria. Pero, en febrero de 1900, en medio
de una situación social y política convulsionada, se les unieron
miles de soldados y no tardó en estallar la revolución
de los boxers, sucediéndose los asesinatos de chinos conversos y
de religiosos extranjeros, el incendio y la devastación de iglesias
y de misiones, la destrucción de vías férreas y de
tendidos eléctricos, etc. La vida y organización cristiana, que era
próspera en los vicariatos de Shansi y de Hunan, quedó
prácticamente asolada. De la familia franciscana fueron más de trescientas
las víctimas mortales. Entre ellas destacan los 29 santos, miembros
de la Primera y de la Tercera Orden, que ahora
recordamos: 26 fueron inmolados en el Vicariato Apostólico de Shansi
Septentrional y 3 en el de Hunan Meridional.
En el Vicariato
de Shansi fueron apresados y encarcelados el Vicario Apostólico, Mons.
Gregorio Grassi, y su Coadjutor, Mons. Francisco Fogolla, junto a
los sacerdotes Elías Facchini y Teodorico Balat, y al hermano
profeso Andrés Bauer, todos ellos de la Orden de Hermanos
Menores. Compañeras suyas de martirio fueron siete Franciscanas Misioneras de
María. Y compartieron su suerte 14 laicos, todos de nacionalidad
china, 11 de los cuales pertenecían a la Orden Franciscana
Seglar: cinco eran seminaristas, otros colaboradores domésticos de los obispos
y de los misioneros, catequistas, etc. Todos éstos dieron la
vida por Cristo en Taiyuanfu, capital de la provincia, el
9 de julio de 1900, en la sangrienta persecución de
los boxers.
También en el Vicariato de Hunan y aun antes
se desencadenó con toda su virulencia la revuelta de los
boxers. La revolución iniciada en Shantung, donde los boxers habían
resultado victoriosos contra los europeos, estalló en Hunan el 4
de julio de 1900 con actos de vandalismo y destrucción
de residencias, iglesia, orfanato, etc. De aquí se extendió rápidamente
a todas las otras comunidades cristianas del Vicariato, que fueron
saqueadas, incendiadas y destruidas; incluso las familias cristianas fueron depredadas.
Algunos del clero nativo se disfrazaron, otros huyeron o se
escondieron, y otros afrontaron la muerte. El primer franciscano en
ser inmolado fue el P. Cesidio Giacomantonio, quemado vivo el
4 de julio de 1900. Tres días después corrieron parecida
suerte sus hermanos de hábito Mons. Antonino Fantosati, Vicario apostólico
de Hunan Meridional, y su fiel compañero el P. José
María Gambaro.
He aquí una breve crónica del martirio.
A todos los
mártires de Shansi, después de un tiempo de cárcel, los
hicieron salir en fila, precedidos por los dos obispos y
rodeados de soldados que los custodiaban estrechamente para que no
pudieran escaparse. Mons. Grassi tuvo que decirles:
-- No es
necesario que nos atéis; iremos voluntarios a donde nos llevéis.
Como
respuesta, uno de los soldados hirió al obispo, y también
sus compañeros fueron heridos sin compasión; por su parte, las
hermanas fueron tratadas con saña y desprecio. Todos, camino del
tribunal del Virrey, fueron maltratados y escarnecidos por los soldados
y los boxers, que, temiendo que los cristianos reaccionaran y
trataran de liberarlos, los tenían más sujetos y vigilados.
Llegados al
tribunal, el Virrey mandó que las víctimas se arrodillaran en
una larga fila, y comenzó el juicio.
Dirigiéndose a Mons. Fogolla
le dijo:
-- ¿Desde cuándo estás en China y a cuántos
del pueblo has perjudicado haciéndolos cristianos?
-- Hace muchos años que
estamos en China -respondió el obispo- y nunca hemos perjudicado
a nadie; al contrario, hemos beneficiado a muchos.
-- ¿Y -prosiguió
el Virrey- qué medicina dais a la gente para hacerlos
cristianos, que ni siquiera los niños están dispuestos a abandonar
vuestra religión?
-- Nosotros no les damos ninguna medicina para hacerlos
cristianos, y ellos son plenamente libres; pero saben que no
deben apostatar, porque están convencidos de que es un mal,
y que es pecado no adorar al Dios del cielo.
El
Virrey dio unos puñetazos al obispo, y luego gritó:
--¡Matadlos, matadlos!
De
inmediato los soldados irrumpieron y brutalmente sacaron de la sala
del tribunal a las víctimas, desenvainaron las espadas y empezó
la salvaje carnicería. Los primeros en caer fueron los obispos
y los misioneros; luego, los seminaristas y los laicos; cuando
les llegó el turno a las religiosas, se quitaron el
velo, se cubrieron la cara y dejaron al descubierto el
cuello para facilitar su trabajo a los verdugos; entretanto, Sor
María de la Paz entonó el Te Deum que las
otras siguieron hasta su decapitación.
Los restos mortales de los
mártires, después de ser objeto de ludibrio de los boxers,
los soldados y la plebe, fueron arrojados a una fosa
común en la que eran enterrados los malhechores y los
vagabundos.
En cuanto a los mártires de Hunan, sus cuerpos fueron
incinerados y las cenizas arrojadas al viento y al río.
Los
perseguidores de Shansi y de Hunan creyeron que borraban la
memoria de sus víctimas mezclando sus huesos con los de
facinerosos, dándolos como pasto a los perros y a las
aves rapaces o dispersando sus cenizas. Pero se dice que,
cuando los restos fueron exhumados, la tierra se cubrió de
un suave manto de nieve, que hizo exclamar al Virrey,
impresionado por el espectáculo: «Estos extranjeros eran de veras gente
buena y valiente, el mismo cielo se asocia a sus
funerales». En los lugares del martirio y en las tumbas
que custodian los restos de los mártires, el gobierno erigió
monumentos expiatorios.
El papa Pío XII los beatificó a todos el
24 de noviembre de 1946, y Juan Pablo II los
canonizó el 1 de octubre del 2000.
A continuación damos una
breve noticia de cada uno de estos mártires. Recordamos que
tanto San Juan de Triora como Santa María Herminia de
Jesús y sus compañeras Franciscanas Misioneras de María tienen página
propia en nuestro Santoral.
MÁRTIRES DE SHANSI:
San Gregorio Grassi (1833-1900). Noble
figura de franciscano, misionero y obispo. Nació en Castellazzo Bormida,
provincia de Alessandria, en Piamonte (Italia), el 13 de diciembre
de 1833, siendo el tercero de los nueve hijos de
Juan Bautista y Paola Francisca Mocagatta. Fue bautizado el mismo
día con el nombre de Pierluigi, y su madre lo
consagró a la Virgen para que lo protegiera toda su
vida.
El 2 de noviembre de 1848 vistió el hábito franciscano
en el convento noviciado de Montiano (Forlí), y cambió su
nombre por el de Gregorio. En agosto de 1856, terminados
los estudios en el convento de la SS. Annunziata de
Bolonia, fue ordenado sacerdote, y pidió ser enviado a misiones.
Dos años después estaba en Roma, en el colegio misionero
de San Bartolomé de la Isla, preparándose para las misiones
de China, hacia donde partió a finales de 1860. Visitó
devotamente la Tierra Santa y llegó a Schang-tong. Destinado a
Shansi, trabajó varios años en el Distrito de Tee-yuen-sien, de
donde pasó a Taiyuanfu, capital de la provincia. Durante 40
años ejerció su dinámico apostolado, primero como misionero, después, en
1876, como obispo coadjutor con derecho a sucesión, y en
1891 como Vicario Apostólico de Shansi Septentrional, donde dio notable
desarrollo a la conquista misionera.
Hablaba perfectamente el chino. Fue rector
del seminario indígena. En 1893 abrió en el territorio de
Shansi el primer noviciado franciscano de China. Eran constantes sus
visitas pastorales a las numerosas pequeñas comunidades cristianas, distantes a
veces hasta 450 kilómetros, hechas con diligencia, por caminos en
extremo difíciles. En 1878 su territorio padeció una terrible carestía,
seguida de graves epidemias, con siete millones de víctimas, entre
ellas 4.000 cristianos. También él sufrió el mal, infectado en
la asistencia a los enfermos, pero se curó milagrosamente, y
reinició sus recorridos apostólicos consolando, alentando, ayudando generosamente. En su
largo apostolado, construyó 60 iglesias, entre ellas el santuario de
Santa María de los Angeles, a 2.000 metros de altura.
Fue asiduo en el confesionario y en la catequesis de
niños y adultos, en la asistencia a los pobres y
necesitados, y en la defensa y apoyo de los misioneros.
Dedicaba largas horas a la oración y meditación. Pensaba volver
a Italia para recobrar las energías, pero otro viaje lo
esperaba. En vísperas del martirio, invitado a huir y esconderse,
Mons. Grassi respondió: «Desde la edad de doce años he
deseado y pedido al Señor ser mártir, ¿y ahora que
ha llegado el momento deseado, tendría que huir?»
Recibió la palma
del martirio, a los 67 años, capitaneando un glorioso batallón
de mártires de la fe caídos bajo la espada de
los boxers el 9 de julio de 1900 en Taiyuanfu.
San
Francisco Fogolla (1839-1900). Obispo coadjutor de Mons. Grassi. Nació en
Montereggio, en la región de los Apeninos de Lunigiana, el
4 de octubre de 1839, por lo que le impusieron
el nombre del Santo de Asís. Recibió de sus padres
una buena educación moral y religiosa. En Parma, adonde se
había trasladado su familia, tuvo un contacto frecuente con los
Hermanos Menores de la iglesia de la Annunziata, y no
tardó en sentir crecer en su corazón la vocación franciscana
y misionera. Vistió el hábito franciscano en 1858 y, terminados
los estudios, fue ordenado sacerdote en 1863.
Después de la adecuada
formación, recibida en el convento romano de San Bartolomé de
la Isla Tiberina, en diciembre de 1866 se embarcó para
China. De camino, permaneció un año en Palestina para visitar
los Santos Lugares y prepararse espiritualmente. El 11 de febrero
de 1868 llegó a China y fue destinado a Taiyuanfu,
en Shansi, donde se encontraba Gregorio Grassi y donde fue
acogido con gran alegría por el Vicario Apostólico Mons. Mocagatta.
Pronto su celo suscitó la admiración de los fieles y
el odio de los adversarios. Llegó a poseer un extraordinario
conocimiento del idioma chino. A los siete años de su
llegada fue nombrado rector del seminario y Vicario General de
la misión de Lun-gan-fu, y en calidad de tal se
dedicó a visitar las comunidades cristianas, a administrar sacramentos, a
predicar a cristianos y no cristianos.
Era un año de carestía
y la gente, desnutrida y hambrienta, moría de hambre en
las casas, en las calles y en los campos. El
misionero pidió y obtuvo recursos de Europa a cambio de
estatuillas de bronce y objetos artesanales locales que recibió de
sus feligreses y envió a París; así fue para todos
amoroso dispensador de ayuda. Con ocasión de la Exposición Misionera
Internacional de Turín, viajó con cuatro seminaristas. En París lo
sorprendió la noticia de su nombramiento como obispo auxiliar de
Mons. Grassi, y allí mismo fue consagrado el 24 de
agosto de 1898. Recorrió Francia, Bélgica e Inglaterra buscando ayuda
para la misión, y en Roma consiguió la mejor que
podía desear: siete hermanas que la madre María de la
Pasión enviaba a Taiyuanfu para atender el orfanato y otras
tareas asistenciales. El 12 de marzo de 1899 emprendió el
viaje de regreso a China con las siete Franciscanas Misioneras
de María.
Entregado de nuevo a su trabajo y apenas asumidas
las nuevas responsabilidades que se le habían confiado, lo sorprendió
la persecución de 1900, con la llegada a Shansi del
sanguinario gobernador Ju-sien. Sus últimas palabras fueron: «Nunca hemos perjudicado
a nadie; al contrario, hemos beneficiado a muchos». A su
hermano que lo invitaba insistentemente a volver a Italia, le
escribió: «Deseo morir con las armas en las manos combatiendo
contra el infierno para estar más cerca de volar al
cielo».
Fue decapitado por los boxers el 9 de julio de
1900. Tenía 61 años de edad, 30 de misionero y
dos de obispo.
San Elías Facchini (1839-1900). Sacerdote. Nació en Reno
Centese, provincia de Ferrara, pero arzobispado de Bolonia, en 1839,
de Francisco y Mariana Guaialdi. Los compañeros lo apodaban «el
loco Facchini». Cuando se difundió la noticia de que quería
hacerse fraile, una viejecita exclamó: «Si ese se hace fraile,
me hago cortar la cabeza». Y es que tenía un
carácter jovial y jocoso, pero al mismo tiempo cándido y
generoso. Admitido entre los hijos de San Francisco, profesó el
1 de noviembre de 1859, y fue ordenado sacerdote en
diciembre de 1864 en Ferrara.
En 1866 pidió y obtuvo el
permiso para incorporarse a las misiones de China. A tal
fin se estuvo preparando en el convento romano de San
Bartolomé de la Isla Tiberina. En abril de 1868 llegó
a Taiyuanfu con otros cinco frailes con quienes compartía sus
anhelos, y compartiría las fatigas y también las alegrías de
la evangelización. Su primer campo de apostolado fue Ta-cong-fu. Pero
muy pronto lo llamaron a dirigir el seminario indígena de
Taiyuanfu, en el que enseñó letras y teología. Trabajaba intensamente,
dormía poco, escribió textos para los seminaristas y obras de
formación espiritual. Participó en dos Sínodos Regionales del Vicariato, el
de 1880 y el de 1885, y en el III
Sínodo de Shensi.
En 1893 fue nombrado superior y maestro de
novicios en el nuevo convento que había construido Mons. Grassi
en Tun-el-koun. También aquí, como trabajador incansable, hacía miles de
cosas con una facilidad asombrosa. Cuatro años después lo llamaron
a tomar de nuevo la dirección del seminario mayor de
Taiyuanfu. Vivía habitualmente en oración y en él se podía
admirar al auténtico franciscano de vida austera, al rector de
seminario sabio y prudente que formó para la vida cristiana
y para el sacerdocio a numerosos jóvenes, al misionero incansable
en la conversión de los infieles, al escritor ilustrado que
preparó y escribió textos de estudio y de formación religiosa.
Cuando a principios de 1900 comenzaba a entrever la proximidad
del martirio, solía decir: «Si me matan, iré más pronto
al Paraíso. Mi cuerpo está ya desgastado. Si he de
morir por la Religión, daré gracias al Señor». Cuando sufrió
el martirio el 9 de julio de 1900, tenía 61
años de edad, de los cuales había pasado 33 de
vida misionera en China.
San Teodorico Balat (1854-1900). Sacerdote. Nació
el 23 de octubre de 1858 en San Martín de
Tour, diócesis de Albi (Francia), por lo que sus hermanos
de misión lo llamaban «el buen albigense». Sus padres, Juan
Francisco y Rosa Taillefer, se esforzaron por darle una educación
profundamente cristiana. A los 11 años entró en el seminario
menor de Lavour, y a los 20 en el de
Albi. Era de carácter inquieto y a ratos de genio
áspero. El 29 de junio de 1880 vistió el hábito
franciscano en Pau en el noviciado de la Provincia Minorítica
de San Luis. Pero, al decretarse el destierro de los
religiosos, tuvo que continuar el noviciado en Inglaterra, y el
30 de junio de 1881 hizo la profesión en el
convento de Woodlands, donde permaneció algunos años.
La vocación misionera entusiasmaba
al joven P. Teodorico, que decidió partir para China. Antes
visitó los lugares franciscanos, La Verna y Asís, y luego
Tierra Santa. Aquí su salud, ya frágil, empeoró: fiebre y
fortísimos y agotadores espasmos al estómago, pero se alivió rápidamente.
Desembarcó en China en octubre de 1884, y en diciembre
de 1885 llegó a Taiyuanfu. Pronto aprendió muy bien la
lengua china. Siempre estuvo lleno de juvenil entusiasmo, activo, incansable.
Mons. Grassi le confió oficios delicados: profesor en el seminario
menor, maestro de novicios en el noviciado franciscano, ecónomo de
la misión y capellán de las religiosas Franciscanas Misioneras de
María y del orfanato. En el desempeño de esta última
tarea lo sorprendió la revolución de los boxers. Alguien le
aconsejó que huyera, pero él respondió: «Mi deber es permanecer
aquí». Cuando llegó a la residencia misionera el tirano Ju-sien
con sus secuaces, él estaba rezando tranquilamente el breviario; se
levantó, bendijo a las hermanas y las acompañó valientemente al
suplicio compartiendo con ellas la palma del martirio el 9
de julio de 1900.
San Andrés Bauer (1866-1900). Religioso profeso. Nació
en Guebwiller, Alsacia (Francia), el 24 de noviembre de 1866,
de Lucas y Lucía Moser, siendo el sexto de ocho
hermanos. Hombre sencillo y sin malicia, el 12 de agosto
de 1886, a los 20 años de edad, vistió el
hábito de la Orden de Hermanos Menores, como religioso no
clérigo, en Clevedon, Inglaterra, pues las leyes entonces vigentes no
le permitían hacerlo en Francia. Pronto la legislación militar de
su país lo reclamó y tuvo que regresar a Francia,
donde vistió el uniforme militar por espacio de tres años.
Luego, en vista de la necesidad que sufrían sus padres,
decidió ayudarles por un tiempo. Al prolongarse éste, su piadosa
madre le dijo: «Andrés, sigue tu vocación. No te preocupes
por nosotros, la Providencia nos asistirá. No te demores para
responder al Señor, que el mundo no quiere saber más
de ti».
Volvió a vestir el hábito franciscano en Amiens
el año 1895. Más tarde fue destinado a París. Andrés,
desde que ingresó en la Orden, tenía la aspiración de
ser misionero, y esa aspiración pudo hacerla realidad cuando en
París conoció a Mons. Fogolla, que se preparaba para la
consagración episcopal: se enroló en su expedición y el 4
de mayo de 1899 Andrés se encontraba ya en Taiyuanfu,
China, ansioso por convertir a muchos infieles. Servicial con todos,
no sabía estarse quieto sino en la oración. El Vicario
Apostólico, Mons. Grassi, le confió la dirección del personal laico
de su casa y el ambulatorio, aparte los servicios que
tenía que prestar en su comunidad religiosa. Fue un enfermero
entregado a los pacientes, un verdadero samaritano.
Su vida misionera duró
sólo 14 meses. La revuelta de los boxers le sorprendió
cuando atendía el ambulatorio de hombres. Poco antes había escrito
a un hermano suyo: «Nos encontramos en el amanecer de
un nuevo siglo, y no sé lo que nos espera.
¡Ojalá pudiese, como el buen ladrón, robar también yo el
Paraíso!» Cuando meses más tarde, un soldado chino le pedía
las manos para atarlo, Andrés se postró ante él y
besó las cadenas, por considerar que el verdugo venía a
abrirle las puertas del Paraíso. Sereno y cantando el salmo:
«Alabad al Señor todas las naciones...», se encaminó hacia el
lugar donde la hermana muerte saldría a su encuentro en
la decapitación. Era el 8 de julio de 1900 y
tenía 33 años de edad.
San Juan Tchang (1877-1900). Seminarista. De
nacionalidad china, a los 11 años entró en el Seminario,
primero en Ko-lao-kou y luego en Taiyuanfu, donde tuvo de
superior al P. Facchini y donde inició los estudios teológicos.
Estudiaba con mucha diligencia y era cumplidor de su deber.
De carácter muy vivo, pero ejemplar entre sus compañeros. Había
recibido ya las órdenes menores e, iniciada la teología, se
había hecho terciario franciscano. De carácter inquieto, debió imponerse fuertes
renuncias para vencerse. Muy devoto, a diario oía la misa,
tomaba la comunión, rezaba el rosario y hacía el vía
crucis. Pudiendo librarse del martirio si renegaba de la fe
cristiana, rechazó resueltamente tal propuesta y, a los 23 años,
fue el primero del grupo de cinco seminaristas en derramar
la sangre por Cristo a manos de los boxers el
9 de julio de 1900.
San Patricio Tong (1882-1900). Seminarista. Nació
en China en 1882, y a la edad de 12
años ingresó en el seminario menor; a su debido tiempo
pasó al seminario mayor de Taiyuanfu y se hizo terciario
franciscano. El P. Fogolla, que era su rector, premió la
bondad del joven escogiéndolo como compañero de viaje a Italia,
con ocasión de la Exposición Misionera Internacional de Turín de
1898; además, lo acompañó, junto con otros chinos, en las
visitas que hizo a Francia, Bélgica e Inglaterra, dejando en
todas partes óptimas impresiones de alma cándida y privilegiada. A
su regreso de Italia manifestó su gran deseo de hacerse
Hermano Menor. Cuando estaba a punto de entrar en el
noviciado, se desencadenó la persecución religiosa de los boxers. De
Patricio se recuerda esta anécdota: mientras estaba en la cárcel,
obtuvo permiso para volver al seminario por un objeto que
apreciaba mucho y para saludar a sus padres, familiares y
amigos. Todos lo apremiaban, y sus padres lo hacían con
llanto, para que no volviera a la cárcel sino que
se pusiera a salvo. Él rehusó enérgicamente todas las propuestas
y volvió pronto a la prisión. Fue inmolado el 9
de julio de 1900 cuando tenía 18 años.
San Felipe Tchang
(1880-1900). Seminarista. Nació en 1880, hijo de fervorosos cristianos. A
los dieciséis años entró en el seminario menor, donde se
mostró dócil, manso y sobre todo devoto. Tardo de ingenio,
encontró muchas dificultades en el estudio y sobre todo en
el aprendizaje del latín, pero supo superar ese obstáculo con
el esfuerzo propio de las almas generosas y nobles que
saben hacer frente a todo para realizar su propio ideal.
Tanto los superiores como los compañeros lo estimaban y admiraban
porque era bueno y caritativo, firme y generoso para secundar
nobles iniciativas. En su momento pasó del seminario menor al
mayor de Taiyuanfu, donde con el estudio, la oración y
la disciplina se preparaba para ser un digno sacerdote de
Cristo, continuador entre su pueblo de la obra evangelizadora de
los misioneros; se hizo terciario franciscano, y la espiritualidad franciscana
le ayudó mucho en la elevación de su alma a
Dios. Pero su final glorioso estaba ya muy cercano. La
persecución de Ju-sien le dio la oportunidad de dar su
vida por Cristo. Sereno y decidido subió a su Calvario,
donde fue decapitado cuando apenas tenía 20 años, el 9
de julio de 1900.
San Juan Tchang (1882-1900). Seminarista. Era el
primogénito de cinco hermanos, y sus padres, fervientes católicos, murieron
cuando él era todavía un niño. En el seminario menor
hizo rápidos progresos en los estudios, de modo que los
superiores lo encargaron de enseñar las ceremonias, el latín y
otras materias escolares a los compañeros más lentos para el
aprendizaje. De carácter dinámico y fuerte, cuando era vencido por
su forma de ser lo reconocía cándidamente ante su rector,
el después obispo mártir Francisco Fogolla. En 1897 recibió las
órdenes menores, y por los mismos días recibió el hábito
de la Tercera Orden franciscana de manos del también mártir
Elías Facchini que admiraba su índole noble y sus virtudes
no comunes. Un compañero suyo, que no tuvo la gracia
del martirio, lo describió así: «Juan era modelo para todos
nosotros por su diligencia, empeño y constancia en el estudio.
Era fervoroso en la oración, se acercaba devotamente a la
comunión, participaba activamente en la santa Misa, y hacía largas
meditaciones. Había logrado moderar su carácter vivaz con una amable
dulzura. Todos aprendimos de él». Al desatarse la persecución, fue
hecho prisionero. Tuvo la oportunidad de huir, pero no quiso.
Le propusieron renegar de su fe, y él lo rechazó
enérgicamente. Recibió la palma del martirio el 9 de julio
de 1900 cuando tenía dieciocho años.
San Juan Wang (1885-1900). Seminarista.
Su padre era presidente de la comunidad cristiana del lugar
en que nació, y Juan recibió una buena formación religiosa,
a la cual sirvió de apoyo su índole jovial, inquieta
y resuelta. Profundamente atraído por las cosas espirituales, a los
diez años entró en el seminario. En 1897 fue escogido
con otros para ir a Italia y participar en la
Exposición Misionera Internacional de Turín, de donde regresaron en 1899.
Juan era el más joven del grupo, apreciado por su
piedad y su carácter amable y jovial. En Turín pronto
se convirtió en el ídolo de los visitantes. Ya había
recibido la tonsura y hecho la profesión en la Tercera
Orden Franciscana. La Madre María de la Pasión, fundadora de
las Franciscanas Misioneras de María, escribe: «Juan Wang era un
pequeño y simpático seminarista, sabía manejar magistralmente los instrumentos de
la música china...». Durante el tiempo en que estuvieron encarcelados
por los boxers, Juan jugaba e invitaba a los compañeros
a jugar con él. A Fray Elías Facchini, su rector,
le parecía una ligereza, por lo que le llamó la
atención. Juan sonriendo le contestó: «Padre, ¿por qué tenemos que
estar tristes? ¿Por fortuna, si nos matan, no vamos al
Paraíso? Con mayor razón debemos estar alegres». Un sacerdote chino,
que poco antes de la matanza del 9 de julio
los había visitado en la cárcel, atestigua que los seminaristas
estaban alegres, no temían nada, oraban y seguían en sus
juegos. Juan tenía 15 años y cuatro meses cuando una
espada le segó la vida.
Santo Tomás Sen-Ki-Kuo (1851-1900). Franciscano
seglar. Nació en el seno de una familia cristiana pobre
y temerosa de Dios, y desde niño comenzó a frecuentar
los sacramentos. Mons. Fogolla lo admitió a la profesión en
la Tercera Orden franciscana. A los 24 años entró al
servicio del sacerdote chino Pablo Chang, pero poco después tuvo
que retirarse a causa de una grave enfermedad. Recuperada la
salud, entró al servicio de Mons. Grassi, a quien sirvió
por espacio de diez años como verdadero modelo de fidelidad
y obediencia. Obispo y fámulo se entendían a la perfección
y, al desatarse la persecución, juntos sufrieron valerosamente el martirio
por Cristo. Tomás tenía 49 años de edad.
San Simón Tcheng
(1854-1900). Franciscano seglar. Fámulo de Mons. Fogolla. Nació de padres
católicos viejos y muy fervorosos. Ingresó en el seminario, pero
la mala salud le obligó a dejarlo. Entró después al
servicio de su párroco, el P. Francisco Fogolla, a quien
sirvió durante 30 años, siendo siempre un «siervo bueno y
fiel». Fue ejemplo de piedad y humildad para la comunidad
cristiana. Ingresó en la Tercera Orden Franciscana, y procuró vivir
la espiritualidad evangélica y franciscana en el amor a Dios
y a los hermanos, en la pobreza y en la
intimidad con Dios. Se dedicó gustoso a la catequesis de
niños y adultos. Permaneció voluntariamente célibe para dedicar su vida
al servicio de los demás. Con su obispo y cuatro
seminaristas viajó a Italia para participar en el Congreso Misional
de Turín en 1899, siendo el ecónomo de la comitiva.
Inmoló serenamente su vida por Cristo y su fe el
9 de julio de 1900.
San Pedro U-Ngan-Pan (1860-1900). Franciscano
seglar. Fue seminarista y tomó el hábito de la Tercera
Orden franciscana. Pero entendió luego que su vocación no era
la sacerdotal y dejó el seminario, aunque decidió permanecer célibe
para servir más libremente a la Iglesia. Por su carácter
franco y valeroso y su notoria pasión por el estudio,
Mons. Grassi le asignó un maestro con la intención de
que llegara a ser doctor en letras, para facilitar las
relaciones diplomáticas entre las autoridades civiles y la Iglesia. Pedro
llegó a ser un aceptable versificador. Enviado por el obispo
a llevar ayuda a los misioneros de Tshiang-kou, en el
momento en que salía de la ciudad fue detenido y
luego colgado en una viga, hasta la tarde; cuando llegó
el mandarín encargado de cerrar las puertas de la ciudad,
lo hizo liberar con la condición de que no volviera
a servir a los europeos. Pedro, una vez liberado, volvió
a la misión. Detenido y encarcelado con los obispos y
los misioneros, sufrió gozoso el martirio con ellos el 9
de julio de 1900 a los 40 años de edad.
San
Francisco Tchang (1840-1900). Franciscano seglar. Modesto agricultor, dedicado a los
trabajos del campo y al cuidado de su numerosa familia.
Era descendiente de viejos cristianos. Tenía cincuenta y dos años
cuando pasó al servicio de la misión, como portero del
orfanato regido por las Franciscanas Misioneras de María. Las Hermanas
lo llamaban «el abuelo». Una buena palabra, una sonrisa, modales
siempre delicados y gentiles daban encanto a su actividad. Se
prestaba para todos los trabajos que se le encomendaban. Siempre
alegre, parecía haber encontrado el secreto de la verdadera y
perfecta alegría. Había ingresado en la Tercera Orden Franciscana y
era devotísimo de la Santísima Virgen. Pasaba las horas libres
orando y rezando el rosario. Siguió a las Hermanas a
la cárcel, considerándose afortunado al poder ir con ellas al
martirio. De Francisco Tchang, un amigo dijo: «Era un hombre
extraordinario, admirable por su candor y sencillez, ejemplo de virtud
y de piedad. Era querido por todos». Tenía 60 años
cuando fue inmolado el 9 de julio de 1900.
San Matías
Fun-Te (1855-1900). Franciscano seglar. Ferviente neófito que, después del bautismo,
vistió el hábito de la Tercera Orden franciscana; admiraba de
San Francisco el espíritu de pobreza y de humildad, y
su intenso amor a Dios y a los hermanos en
una vida totalmente evangélica. Matías vigilaba de noche la residencia
episcopal, marcando al estilo chino las vigilias de la noche
con el tam tam, instrumento metálico sonoro. El martirio lo
sorprendió el 9 de julio de 1900 a los 45
años de edad.
San Santiago Ien-Kun-Tun (1855-1900). Franciscano seglar. Hombre de
extraordinaria simplicidad, que pertenecía a la clase humilde de los
agricultores pobres y asalariados; estaba encargado de cultivar las hortalizas
para los misioneros, las hermanas, el seminario y el orfanato
de la Santa Infancia. Desempeñaba su trabajo con prontitud y
diligencia, y sobre todo con gran alegría; a menudo acompañaba
sus labores con el canto. El último año de su
vida fue ayudante de cocina. La comida del 9 de
julio de 1900 fue la última que sirvió, pues por
la tarde fue martirizado a la edad de 45 años.
San
Pedro Tchang (1849-1900). Laico. Apodado «Pan-piú», «medio buey», por su
gran fuerza física y por su disponibilidad para el trabajo
duro. Era un hombre recto, bueno, modelo de piedad cristiana.
No era doméstico ni trabajador a sueldo de la misión,
sino que era llamado para trabajos extraordinarios. Con pasión casi
religiosa prestaba toda su colaboración. Asiduo a las funciones religiosas;
la misa, la comunión y la oración eran la fuerza
de su vida; difundía el culto a la Santísima Virgen
y cada día reunía a su familia y recitaba con
devoción la corona franciscana. Al desencadenarse la persecución, viendo que
algunos compañeros huían por miedo, quiso sustituirlos afrontando con los
obispos el martirio el 9 de julio de 1900 cuando
tenía 51 años. Pocos días después se apareció glorioso a
su hijo, que todavía aterrorizado por la muerte de su
padre, estaba haciendo el Vía crucis. Lo exhortó a no
temer, sino a permanecer fiel y constante. Cinco días más
tarde, también el hijo moría bajo la espada del tirano,
confesando intrépido su fe.
San Pedro Wang (1870-1900). Laico. De niño
fue acogido y educado amorosamente en el orfanato de Kalao-Kou,
y toda su vida estuvo agradecido a la Misión por
lo que había recibido de ella. Era un hombre bueno,
que siempre se empeñó en cumplir los mandamientos de Dios.
En un primer tiempo estuvo al servicio del sacerdote indígena
Pedro Su, que llegado el momento también entregaría su vida
por la fe. Dos años antes de la persecución, fue
recibido en Taiyuanfu en calidad de cocinero del seminario. Ejerció
este oficio con entrega y fidelidad. Se mantuvo al lado
de los misioneros hasta dar la vida por Cristo el
9 de julio de 1900 cuando tenía 30 años.
San Santiago
Tchao (-1900). Laico. Nació de padres cristianos, que le dieron
una óptima educación en la fe. Se casó y tuvo
dos hijos. Fue hombre de gran bondad y rectitud. Llevó
una vida pobre y laboriosa, pero adornada de virtudes familiares.
Era sirviente ocasional de la Misión Franciscana. Cuando los obispos,
los misioneros y las hermanas fueron encarcelados, compadecido, durante el
día les servía en cuanto necesitaran y por la tarde
se iba a su casa. El día 8 de julio
de 1900, por la tarde, al volver a casa, dijo
a su mujer y a su anciana madre que al
día siguiente no regresaría, pues había oído decir que los
encarcelados de la Misión serían ejecutados, y él quería morir
con ellos. La esposa y la madre, preocupadas por el
porvenir suyo y de los hijos, lloraban amargamente: «¿Si te
matan, quién se preocupará por tu familia, quién ayudará a
tu mujer, a tus hijos y a tu afligida madre?»
Jaime, señalando al cielo, les dijo: «Las encomiendo a Dios.
La Providencia proveerá. ¿Acaso no hay un Dios que es
Padre de todos, especialmente de los huérfanos y de los
pobres? Desde el cielo estaré más cercano que cuanto lo
he estado sobre la tierra. Les ayudaré y les daré
ánimo». Pasó la noche en oración y por la mañana
se dirigió a la cárcel, donde fue arrestado y colocado
junto con los demás. Mientras era llevado al tribunal de
Ju-sien, algunos soldados, viejos colegas, con intención de salvarlo dijeron
que Jaime no era cristiano, pero él los desmintió, reafirmando
sin miedo su fe, y fue ejecutado.
MÁRTIRES DE HUNAN:
San Antonino
Fantosati (1842-1900). Obispo. Nació en Santa María del Valle, cerca
de Trevi, provincia de Perusa en Umbría, el 16 de
octubre de 1842. De muy joven profesó en la Provincia
franciscana de Asís y a la edad de 23 años
recibió la ordenación sacerdotal. En octubre de 1867 dejó Roma
y se dirigió a las misiones de China con un
pequeño grupo de compañeros entre los que estaba el P.
Elías Facchini. Llegó a Hupeh, sede del Vicariato y residencia
principal de la misión, el 15 de diciembre de aquel
mismo año. De sus 33 años de apostolado en China,
los siete primeros fueron los más serenos entre aquellas heroicas
cristiandades; pudo dedicarse al estudio de la lengua hasta hablarla
expeditamente como un chino y ser llamado «el maestro europeo».
Fue misionero de grandes y geniales iniciativas.
Pasó luego a Lao-ho-kow,
centro fluvial de primera magnitud, donde ejerció durante 18 años
el ministerio con tacto, prudencia y singular penetración de la
mentalidad china. Fue Administrador Apostólico del Alto Hupeh; en aquel
tiempo la carestía y la peste desolaron China. En 1878
fundó un orfanato para los niños abandonados y organizó la
distribución de las numerosas ayudas provenientes de Europa. Luego fue
vicario general del obispo Banci. En 1888 estuvo algún tiempo
en Italia. De nuevo en China, fue nombrado en 1892
Vicario Apostólico del Hunan Meridional, adonde se trasladó en noviembre
de aquel año.
Sus últimos años estuvieron saturados de cruces y
persecuciones, pero las adversidades no apagaron su celo. En la
feroz persecución de los boxers perecieron en solo Shansi y
Hunan más de 20.000 cristianos. En esta última provincia le
precedió en el martirio el P. Cesidio Giacomantonio, quemado vivo
el 4 de julio. Mons. Fantosati intuyó pronto la inminencia
de la explosión revolucionaria y se preparó con valentía. Se
encontraba lejos de su residencia ordinaria practicando la visita pastoral,
acompañado por el P. Gambaro. Ante la gravedad de la
situación, se apresuraron a regresar a Heng-tchen-fu, residencia del Vicario
Apostólico, el 6 de julio de 1900 con algunos cristianos.
Estos trataron de convencerlo de que no volviera a la
ciudad, pero Mons. Fantosati les respondió que su deber lo
llamaba a defender a sus hijos: «Si hemos de morir,
moriremos juntos». Cerca ya de la ciudad se enteró de
la muerte del P. Cesidio y de que habían destruido
la iglesia y el orfanato. El día 7 llegaron a
la ciudad. En el momento del desembarco muchos pescadores asaltaron
la embarcación. Desde la orilla el obispo trató de aplacar
a la masa, pero un golpe de timón en la
cabeza lo lanzó a tierra. Los revoltosos los asediaron, y
arrojaron sobre los misioneros una granizada de piedras y de
objetos contundentes, mientras éstos repetían los nombres de Jesús y
María. El martirio del obispo se prolongó por más de
dos horas entre atroces tormentos, hasta que un pagano, viéndolo
todavía vivo, lo atravesó de parte a parte con un
largo palo de bambú con una aguda punta de hierro.
Los dos cadáveres, arrojados primero al río, fueron luego recogidos
para ser quemados y sus cenizas dispersadas en el agua
o arrojadas al viento, a fin de que no se
honrara su sepultura. Aquel 7 de julio Mons. Fantosati tenía
58 años de edad.
San José María Gambaro (1869-1900). Sacerdote.
Nació en Galliate, provincia de Novara (Italia), el 7 de
agosto de 1869. A los trece años entró en el
colegio seráfico, y el 27 de septiembre de 1886 tomó
el hábito de los Hermanos Menores en la Provincia de
Piamonte. Activo y circunspecto, entusiasta y prudente, fue estimado y
apreciado por los superiores, que lo escogieron, cuando aún era
clérigo teólogo, como asistente de los hermanos jóvenes del colegio
de Ornavasso, elección que se demostró sabia, pues produjo frutos
copiosos en aquellos jóvenes que se preparaban al sacerdocio y
a la vida religiosa franciscana. Apenas ordenado sacerdote fue nombrado
rector del mismo colegio. Pero un año después, atendiendo su
deseo, se le permitió irse como misionero: dejó Italia y
llegó a China en marzo de 1896. Fue destinado a
Hunan Meridional.
Esta nueva experiencia se le manifestó de inmediato en
su áspera dificultad: los usos y costumbres tan diversos no
fueron tan difíciles de asimilar como la lengua. El Vicario
Apostólico Mons. Fantosati, considerando las óptimas cualidades del P. Gambaro,
le encomendó la tarea de formar en el estudio y
la piedad a los aspirantes del Seminario indígena, del que
fue tres años rector y profesor. Luego, al faltar el
misionero en la importante cristiandad de Yen-tchiou, el P. José
María fue encargado de sustituirlo. Supo hacer frente a la
vida misionera activa y a sus inevitables pruebas, con serena
fortaleza y absoluto abandono en las manos del Señor.
En Pentecostés
de 1900 lo llamó Mons. Fantosati para que lo acompañara
en la visita a diversas cristiandades del Vicariato. En estas
circunstancias se abatió sobre ellos la persecución, que estalló el
4 de julio de 1900 en la ciudad de Heng-tchen-fu,
residencia del Vicario Apostólico. Apenas llegaron las primeras tristes noticias,
ambos se apresuraron a regresar a la sede; en vano
los cristianos insistieron para que buscaran un refugio seguro; ambos
declararon abiertamente que, a cualquier costo, su puesto estaba junto
a las ovejas en peligro. Se embarcaron hacia Heng-tchen-fu, y
ambos compartieron el mismo vía crucis. Una turba fanática y
enfurecida los aguardaba. Al desembarcar, fueron rodeados, asediados, apedreados y
apaleados. También el P. José María, tendido en el suelo
y agonizante, repetía el nombre de Jesús y de María.
Aún tuvo arrestos para aproximarse a Mons. Fantosati, que estaba
envuelto en sangre, intentar abrazarlo y susurrarle unas palabras; expiró
mientras el obispo levantaba la mano para bendecirlo. Su martirio
había durado veinte minutos. Era el 7 de julio de
1900, y él tenía 30 años de edad, catorce de
religioso, ocho de sacerdocio y cuatro de vida misionera.
San Cesidio
Giacomantonio (1873-1900). Sacerdote. Nació en Fossa, provincia de L´Aquila en
los Abruzos (Italia), el 30 de agosto de 1873. Desde
muy joven visitaba a menudo el convento de Ocre, que
dista algo más de un kilómetro de su pueblo y
donde reposan los restos de los beatos Bernardino de Fossa
y Timoteo de Monticchio. La oración de aquel lugar recogido
hizo germinar en su corazón la vocación religiosa franciscana. El
21 de noviembre de 1891 vistió allí mismo el hábito
de los Hermanos Menores. Después de la profesión, completó los
estudios en varios conventos y finalmente recibió la ordenación sacerdotal.
La afabilidad con todos, la cortesía en el trato, la
sonrisa siempre en la boca fueron dotes suyas naturales sobre
las que la gracia sembró a manos llenos virtudes sobrenaturales
como el gran amor a Dios y a la Virgen,
el espíritu de oración, la sumisión filial a la divina
voluntad, el deseo de la conversión de las almas hasta
desear con ardor el martirio.
Durante algún tiempo ejerció el ministerio
de la predicación, pero pronto fue enviado a Roma como
candidato a las misiones. Completada su formación, partió hacia China
junto con otros dos frailes. A él le cabe el
honor de ser el protomártir del Colegio Internacional de San
Antonio de Roma. Al llegar, fue acogido con inmensa alegría
por el Vicario Apostólico, el obispo Antonino Fantosati. A pesar
del ambiente de persecución que ya se respiraba, Cesidio puso
todo su afán y empeño en predicar, convertir y bautizar
en el nombre del Señor al mayor número posible de
nativos. Para esto aprendió bien la lengua china, y su
apostolado se vio colmado de satisfacciones.
En una carta dirigida a
sus padres poco antes del martirio, describe su alegría de
encontrarse en China y pide oraciones por la conversión de
muchos infieles. Luego añade: «Procuremos hacernos santos, si alcanzamos esta
gracia podremos cantar en el cielo el eterno aleluya». La
persecución lo sorprendió en Heng-tchen-fu el 4 de julio de
1900, cuando llevaba un año de apostolado en China. La
residencia principal de la misión, donde él se encontraba, fue
invadida por los boxers y por la multitud. En medio
del tumulto que se produjo, el P. Cesidio, olvidando el
peligro que corría y temiendo que las Sagradas Formas fueran
profanadas, corrió a la capilla a consumir el Santísimo Sacramento.
Los exaltados perseguidores desahogaron contra él su furia hiriéndolo con
palos y lanzas. Semivivo, cuando todavía respiraba, lo envolvieron en
una manta empapada de petroleo y le prendieron fuego. Así
fue martirizado el 4 de julio de 1900 cuando sólo
tenía 26 años de edad.
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