sábado, 17 de marzo de 2012

Venimos ante Ti, como el publicano


Lucas 18, 9-14. Cuaresma. Pidamos a Cristo que nos enseñe a orar con espíritu humilde y sencillo.
Venimos ante Ti, como el publicano
Del santo Evangelio según san Lucas 18, 9-14


En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias." En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.

Oración introductoria

Señor, hoy como el publicano y el fariseo, me acerco a Ti a orar. Me acerco, porque sé que sin Ti nada puedo, como Tú mismo nos lo dijiste. Señor, yo llevo en mi interior un fariseo y un publicano. Tú conoces mi debilidad y cómo a veces, sin yo quererlo, caigo y te ofendo; otras, me esfuerzo por hacer tu Voluntad, pero cuántas veces en este interés por agradarte me busco a mí mismo. Señor, sin Ti nada puedo, y como me doy cuenta de ello, me acerco una vez más para presentarme como soy y dejar que Tú lleves las riendas de mi vida. Tú toma lo bueno que me has dado, para mayor gloria tuya, pero también hazte cargo de mi debilidad y utilízala también en favor tuyo; pues, como San Pablo decía, "cuando soy débil es cuando soy fuerte", porque Tú tienes un mayor protagonismo. Señor, yo sólo quiero ser tu instrumento.

Petición

Señor, toma mi vida y guíala por el camino que lleva a Ti; que en cada momento mi actuar vaya dirigido a cumplir tu Voluntad con alegría y sencillez.

Meditación del Papa

Esta mañana hemos dejado el aula del Sínodo y hemos venido «al templo para orar»; por esto, nos atañe directamente la parábola del fariseo y el publicano que Jesús relata y el evangelista san Lucas nos refiere (cf. Lc 18, 9-14). Como el fariseo, también nosotros podríamos tener la tentación de recordar a Dios nuestros méritos, tal vez pensando en el trabajo de estos días. Pero, para subir al cielo, la oración debe brotar de un corazón humilde, pobre. Por tanto, también nosotros, al concluir este acontecimiento eclesial, deseamos ante todo dar gracias a Dios, no por nuestros méritos, sino por el don que él nos ha hecho. Nos reconocemos pequeños y necesitados de salvación, de misericordia; reconocemos que todo viene de él y que sólo con su gracia se realizará lo que el Espíritu Santo nos ha dicho. Sólo así podremos «volver a casa» verdaderamente enriquecidos, más justos y más capaces de caminar por las sendas del Señor. (Benedicto XVI, Homilía en la Basílica Vaticana, domingo 24 de octubre de 2010)

Reflexión

Este tiempo de cuaresma nos invita a la conversión. Sin duda, todos tenemos necesidad de transformación interior, de volver nuestro rostro a Dios. Durante nuestra vida, nosotros también nos comportamos algunas veces como el publicano o como el fariseo. En ambas situaciones, tenemos necesidad de poner los ojos en Dios y reconocer lo que de verdad somos; Él sí nos conoce y sabe de qué barro estamos hechos. Esta cuaresma es una nueva invitación que nos hace a fijarnos en Él, en dejar de lado todo lo que nos distancia de su presencia. Con un corazón humilde acudamos a su presencia y renovémosle nuestro amor, pidamos perdón por nuestras faltas y ofrezcámonos a ser cirineos en el camino al Calvario, para alivianar la carga de Jesús.

La humildad, la sencillez, la docilidad al Espíritu Santo son esenciales para abrir el corazón de Cristo. A los hombres nos gusta que nos aprecien, que nos estimen, que nos tomen en cuenta, que nos amen. Buscamos llamar la atención de quien nos rodea, de quien queremos que nos ame. ¿No queremos de igual forma llamar la atención de Cristo? ¿No queremos que Cristo nos vea y nos manifieste su amor? Pues estas virtudes serán el motivo para que Dios pose su mirada en nosotros. Siempre lo hace pero si nos esforzamos en vivir estas virtudes lo hará de manera especial.

Por el contrario, la soberbia, el orgullo, la vanidad nacen del egoísmo y lo que parecería oración no es otra cosa más que alabanza a nosotros mismos. Come el fariseo que agradecía a Dios no ser como los demás hombres porque no cometía sus mismos errores y pecados que ellos.

Los dos hombres estaban en oración pero qué oraciones tan distintas. Una hecha con presunción personal y la otra con humildad, con el corazón triste por haber fallado a Dios.

¿Quiere decir entonces que para hacer buena oración forzosamente debemos golpearnos el pecho y debamos hacer exámenes personales de autocrítica, rayando casi con un pesimismo?

Seguramente Cristo no quiere esto. Él más bien nos pide que como niños nos acerquemos a su corazón reconociendo las cualidades que nos ha dado pero tan bien con la humildad necesaria para reconocer nuestras faltas. Recordemos lo que dice el Catecismo respecto a la oración, dice que la piedad de la oración no está en la cantidad de las palabras sino en el fervor de nuestra alma.

Pidamos a Cristo que nos enseñe a orar con espíritu humilde y sencillo como el publicano que el evangelio nos presenta el día de hoy.

Propósito

Haré una visita al Santísimo en la que, con humildad, le pediré al Señor me enseñe a amarle más y a cumplir su Voluntad.

Diálogo con Cristo

Señor, hoy como el publicano nos acercamos a Ti, pues nos reconocemos débiles y necesitados de Ti, que eres la fuente de toda gracia. Señor, Tú conoces nuestro corazón y sabes que sin Ti nada podemos; por eso, queremos pedirte que te quedes con nosotros, que nos acompañes en todo momento de nuestro día. Señor, queremos amarte, pero a veces no conocemos bien el camino, o nos dejamos llevar por nuestros intereses; por eso, como el publicano, te pedimos: ¡Ten compasión de nosotros! Y escucha nuestra oración.

El cimiento de la oración va fundado en la humildad, y mientras más se abaja un alma en la oración, más la sube Dios. (Santa Teresa de Avila)

Leer el comentario del Evangelio por

Juan Taulero (v. 1300-1361), dominico en Strasburgo
Sermón 48, Para el domingo 11 después de la Trinidad

"Dos hombres subieron al Templo a orar"

Estos dos hombres subieron al Templo. El Templo, es el más profundo
interior del alma, en el cual la Trinidad santa vive gozosamente, obra tan
noble, donde depositó generosamente todo su tesoro, donde tiene su
complacencia y su felicidad, gozando de su noble imagen y semejanza (Gn
1,26). Nadie puede suprimir la nobleza y la alta dignidad de este templo;
es allí dónde se debe entrar para orar. Y para que la oración este bien
hecha deben haber allí dos hombres que suben..., el hombre exterior y el
hombre interior. La oración que hace el hombre exterior sin el
hombre interior no sirve de gran cosa, incluso de nada en absoluto. Para
avanzar realmente en el camino de la oración verdadera y bien hecha, no hay
nada más seguro, más grande y más útil que el precioso Cuerpo Eucarístico
de Nuestro Señor Jesucristo... Queridos hijos, debéis estar
extraordinariamente agradecidos, porque esta gracia se os concede con más
frecuencia que antes y debéis usarla más que otros auxilios... Uno
de los dos hombres era Fariseo, y el Evangelio nos dice lo que hizo. El
otro era un publicano, se quedó alejado, no se atrevía a levantar los ojos
hacia el cielo y decía: "Señor, ten piedad de mí, pobre pecador"; para éste
su oración acabó satisfactoriamente. En verdad, yo querría actuar como lo
hizo el publicano y considerar continuamente mi nada. Este será el camino
más noble y más útil que se pueda seguir. Este camino lleva siempre y sin
intermediario al hombre hacia Dios, porque dónde Dios viene con su
misericordia, viene con todo su ser, es él mismo el que viene.
Entonces, ocurre que los mismos sentimientos de este publicano se apoderan
del corazón de ciertas personas, que conscientes de sus pecados, se alejan
de Dios y el Santísimo Sacramento, diciendo que no son dignos de acercarse.
No, queridos hijos, por el contrario, debéis acudir voluntariamente con más
frecuencia a la comunión, con el fin de ser perdonados de vuestras faltas y
decir: "Ven, Señor, ven aprisa, antes de que mi alma perezca en el pecado;
es necesario que vengas pronto, antes de que perezca completamente" (cf Jn
4,49).




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