sábado, 10 de marzo de 2012

Obras de Misericordia (XIII): Corregir al que yerra o se equivoca.


Obras de Misericordia.-Caravaggio

¿Se han equivocado ustedes alguna vez? Yo sí. Y no pocas. A pesar de que se quieran hacer las cosas bien, podemos hacerlas desde una conducta o una visión equivocada.

La pena es cuando después de hechas no tienen solución porque no podamos dar marcha atrás. Y la pena todavía es mayor cuando involuntariamente se ha perjudicado a alguien, aunque sea poco. Lo cierto es que cuando se analizan posteriormente las cosas, independientemente del amargo sabor que nos queda, vemos que si hubiésemos tenido alguien con quien poder consultar, confrontar opiniones, pareceres, buscar soluciones conjuntamente, tal vez hubiese salido mejor lo que emprendimos.

Y si cuando se acabe de llevar a efecto lo que emprendimos algún amigo, familiar o compañero nos indica la posibilidad de haber ido por otros caminos y nos hace ver los fallos que hemos tenido, debemos escuchar con atención y sacar todas las conclusiones que nos parezcan. Siempre será por nuestro bien y para una mejor proyección de futuro.

La samaritana.-Paolo Veronese.-c. 1550

¿Dónde voy a parar con todo esto? Es que en el momento de ponerme a redactar esta entrada, he visto la enorme dificultad existente para hacer ver a otra persona sus errores, sus conductas equivocadas, que nosotros percibimos desde la objetividad de estar ‘fuera de’ la actuación de la otra persona, la cual ve las cosas desde su subjetividad.

En este punto me viene a la memoria el pasaje evangélico que hace referencia a la corrección fraterna. El Apóstol Santiago nos dice al finalizar su carta: ‘Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro lo convierte, sepa que el que convierte a un pecador de su extravío, se salvará de la muerte y obtendrá el perdón de muchos pecados’. (Sant. 5, 10-20).

Apóstol Santiago.-El Greco

Desafortunadamente, es rara la comunidad parroquial, social, familiar o del tipo que sea, en la que la convivencia, por muy buena que pueda ser la intencionalidad de sus miembros, no surjan alguna vez voces que puedan estar motivadas por conductas erróneas.

Y tenemos el deber de decir lo que creamos justo y conveniente para ayudar a esa persona, a esa situación y buscar entre todos una solución satisfactoria.

Si tu no se lo adviertes, si no hablas de tal manera que ese malvado deje su mala conducta y así salve su vida, ese malvado morirá debido a su falta, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. En cambio, si se lo adviertes al malvado y él no quiere renunciar a su maldad y a su mala conducta, morirá debido a su falta, pero tú habrás salvado tu vida’. (Ez. 3, 18-19).

Y por favor. No me malinterpreten al poner este texto. Pensemos en su edad, en los años que tiene (que aunque sea bíblico, este texto es un venerable anciano) y pensemos que está redactado para unas situaciones definidas y dirigido a unas personas concretas.

Quedémonos con el espíritu de la letra. No veamos ningún malvado ni sangre alguna, ni nada que se le parezca. Lo fundamental es que no caigamos en la omisión de nuestra colaboración para ayudar a personas y situaciones. Seamos instrumentos. Y dejemos a Dios ser Dios ‘que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia sobre justos e injustos’. (Mt. 5, 45).

Pero eso sí. La corrección fraterna debemos hacerla desde la humildad, desde nuestra honradez, desde el cariño,…y sin creernos superiores a nadie ni maestros de nada, porque nosotros también podemos ser futuros sujetos para ser corregidos y, lógicamente, lo que no quisiéramos que hiciesen con nosotros, no lo apliquemos a los demás. No caigamos, sin pretenderlo, en lo que dice Jesús: ‘Saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver para sacar la mota del ojo de tu hermano’. (Mt. 7, 5).

Es cierto que a todos nos pueden asaltar dudas respecto a los sempiternos respetos humanos. Al cabo de muchos años de brega en los que también los he tenido y sufrido, les aseguro que hemos de ignorarlos. Puedo decirles que cuando se trata de hacer el bien, de ayudar a otras personas y de procurar trabajar por Dios y por el Reino, no deben ser frenadas las iniciativas que podamos tener en bien de todos.

También es cierto que para corregir errores ajenos no se debe hacer a cualquiera ni de cualquier manera. Pienso que, en principio, es necesario saber decir las cosas con tacto suficiente para no ofender y una vez iniciado el diálogo buscar las raíces de su actuación, pues debemos tener en cuenta que nadie hace las cosas mal voluntariamente a no ser que tenga una mente retorcida y éste no es nuestro caso. Debemos pensar, por tanto, que puede estar convencido de obrar bien.

Por otra parte, para poder dirigirnos a él o a ella, deberemos tener un trato o confianza suficiente para que nos conozcan y sepan la honradez de nuestra intención. Así estarán predispuestos a escucharnos. Y sabiendo en todo momento que tenemos unos límites, que no lo sabemos todo y, por consiguiente, que existe la posibilidad de que no sepamos corregir al otro de una manera correcta y adecuada. Nadie tiene fórmulas ni recetas seguras para nada. San Pablo dice refiriéndose a los que están muy seguros de sí mismos: ‘Así pues, el que crea estar en pie, mire no caiga’. (I Cor. 10, 12). Y antes de hacer una corrección, considero necesario ponernos en contacto con el Espíritu Santo y pedirle que nos conceda luz y la fuerza de sus Dones En la medida que Él considere oportuna.

Es la caridad la que debe permanecer en el fondo de nuestra actuación y eso, además de todo los expuesto, su pone una gran discreción por nuestra parte evitando comentarios con otras personas. Y nadie nos debemos considerar censores ni inquisidores de nadie, porque la corrección fraterna, en cristiano, no va nunca por ese camino.

No obstante (me parece a mí y con todo el riesgo que tengo de equivocarme), podría darse el caso de tener que comentar el caso con otras personas cuando se dan las condiciones y circunstancias que Jesús nos indica y Mateo refleja en su Evangelio: ‘Si tu hermano no te escucha, toma contigo uno o dos, para que cualquier asunto se resuelva en presencia de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si tampoco hace caso a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano’. (Mt. 18, 16-17).

Si analizamos el sentido del texto veremos que es relativamente fácil descubrir que en el fondo lo que Jesús desea destacar es la unión de todos con todos para que la comunidad no sufra. No se debe olvidar que TODOS somos sus hijos.

Incluso si se llegase al extremo de tener que intervenir la comunidad porque no hace caso de nuestras observaciones, toda la comunidad debería ponerse en oración de forma especial y nosotros hacer otro intento de diálogo. Si resultase infructuoso, ya sería cosa de intentar entre todos el cambio de su actitud, pero respetando siempre su libertad. Hay personas que no aceptan fácilmente que les digan nada y pueden tomar esas cosas como una injerencia en sus asuntos.

Nosotros habremos actuado como debíamos según el espíritu evangélico, pero la otra persona tiene derecho a seguir su camino aunque sea erróneo. En ese momento ya no tenemos responsabilidad alguna. Acaso nos duela su empecinamiento, pero no podremos obligarle a nada.

Les dejo con estas citas: ‘El que acepta la instrucción va hacia la vida. El que desprecia la corrección, se extravía’. (Prov. 10, 17).

‘La corrección es la llave con que se abren semejantes postemas; ella hace que se descubran muchas culpas, que desconocen a veces incluso los mismos que las cometieron’. (San Gregorio Magno. Regla pastoral, 2, 4).




Que Nuestro Señor y Nuestra Señora de la Evangelización nos asistan y bendigan.

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