sábado, 3 de marzo de 2012

LA RESPUESTA DE DIOS

¡Oh Dios crucificado! ¿Se te acabó la sangre?
¡Responde, Jesucristo! ¿Ya no eres Redentor?
¡Ha muerto la esperanza sobre tu rostro exagüe!...
¿Transido de impotencia calló tu corazón?

Así, ante el crucifijo, que grita su tragedia,
oraba el misionero; se le anudó la voz
entre las fauces secas de angustia y de miseria
y en un sollozo inmenso su súplica quebró…
(El alba se asomaba por las tapias del huerto,
en los azahares blancos se perfumaba el sol).

“La de perfil oscuro, la raza de obsidiana,
la que lleva un abismo en sus ojos sin sol;
la raza de suplicio, que ante la roja llama
que hace rosas sus plantas no llora de dolor…
Esa raza de piedra… ¡No puede tener alma,
no merece siquiera a la cruz del Redentor!”

Así vociferaba ante las llenas arcas
el rubio aventurero sin ley ni corazón;
mientras repleto de oro, por las azules aguas,
navegaba arrogante el hispano galeón…
¡Y sus velas hinchadas iban tintas en sangre,
y sus tesoros iban temblando con horror!

¡Pobre raza de piedra! Tu rostro de tortura
como el rostro de Cristo es hiel de imploración
y tu perfil estoico de ingenuidad de niño
es un remanso oscuro de cruel contradicción.
El misionero llora: Salva, Señor al indio;
un animal, le dicen, que no tiene salvación.

¡Pobre raza de piedra! Siempre serás el mismo
símbolo encarnizado del pobre pecador…
Ante la turbamulta que te contempla impávida,
el fariseo o el fraile ¿quién tiene la razón?
No pidas la respuesta sutil al metafísico:
¡Escucha la respuesta pronunciada por Dios!...

Celestes clarines esbeltos preludian el paso del alba
que viene,
los verdes nopales del triste collado despiden
alegres un raro fulgor…
Detrás del recodo se escuchan los pasos cansados del indio.
La Madre lo espera poniendo en el iris del aire temblores de amor.

¿Qué dice al mirarlo la Virgen Morena
que al indio palpita cual roja amapola del viento su frío corazón?

Hijito pequeño –suspira su boca-, hijito querido, tu Madre
soy yo.
No temas; las penas de invierno florecen en rosas;
recoge puñados, van ellas en prenda de tu filiación.

Por la mañana augusta sembrada de diamantes
afila sus saetas el arquero del sol…
lleva el indio cetrino mucha miel en la entraña
y sus labios entornan esta excelsa canción:

Ya las piedras del monte reventaron en rosas,
ya los indios de piedra ¡son hermanos de Dios!

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