viernes, 9 de marzo de 2012

«LA MERCA» DE ALGO ANHELADO


«De sus jornales, Casimiro había ido apartando algo todos los sábados. Había comprado... una de esas... alcancías de cedro..., y en ella había ido echando... los centavitos de a diez... de a cinco... de a tres [y] de a uno.... Hasta que al fin... no cabía ya [ni uno más].... Casimiro... rió fuerte, él solo....

»—¿De qué te ríis, m’ijo?...

»—De nada, nana. De ver que ya yené l’alcancía....

—... ¿Y cuánto calculas que habís ajuntado ayí?...

»... ¡Traentisiete... cabal! Los traeintisinco que cuesta, y los otros dos que sobran p’al viaje. Uno p’al carro d’ida y güelta, y l’otro pa mercar alguna cosita... o chupar una paleta....»Amaneció el domingo. Muy tempranito... Casimiro... se encaminó al pueblo en busca de carro.... [y] se acomodó en el asiento trasero....

»El carro arrancó.... El chofer sonaba la bocina. Y no dejaba de gritar el “brocha”, delante de toda puerta abierta: “¡San Salvador! ¡San Salvador!...”

»... Asomaron los primeros ranchos de Paleca. Los primeros ranchos de Aculhuaca.... Se cruzaron con las primeras camionetas. Con carros que iban y venían. Con camiones cargados. Una parada.... De pronto el carro vuelve a detenerse.... Han llegado al “punto”....

»Casimiro... baja del carro.... En un papelito el chele José Ángel le ha dado la dirección del almacén [del turco] donde él compró su acordeón hace cerca de cuatro años.... Lo saca y... se encamina [al] almacén....

»... Ahí estaba precisamente lo que andaba buscando. Ahí estaban las cajas que guardaban los acordeones....

»Casimiro, con tremante mano, quitó la tapa de... la amarilla jaspeada de rojo.... De la caja... emanaba... un suave aroma de bar­niz fino, de tafilete nuevo. Era como una cosa sagrada.... Lo tomó en manos. Le dio vueltas por todos lados, examinándolo. Con la yema del dedo índice... sobó sus lengüe­tas, sus llaves, su teclado de válvulas, el tafilete del triple fuelle, sus esquineras de metal niquelado.... El turcote sonreía mirándole.

»—Es un Hohner legítimo. La bejor barca del bundo, barchante.

»Y... arrebatándoselo de las manos a Casimiro, [añadió]:

»—Es un Hohner de veintiuna teclas y ocho bajos.

Y abría los fuelles, hacía funcionar las válvulas [y] lo mostraba todo a la curiosidad del ingenuo marchante, cada vez más cautivado....

»—¿Y cuánto quiere por él?

»El turcote se le quedó mirando, como justipreciando su capacidad monetaria.

»—Trentasete colones no bás, barchante....

»—Le doy traentisinco, patrón.

»—Llevátelo..., barchante. Bor ser bos....

... Casimiro... sacando de su alforja los choricitos de níquel,... dijo al turcote:

»—Béya, patrón, s’istá cabal....

»—Trentasinco. Cabal, barchante.

»Casimiro tomó en brazos su envoltorio, y salió del alma­cén.»1

De ahí que a este cuento el escritor salvadoreño Arturo Ambrogi le haya puesto por título «La merca del acordeón». Menos mal que Dios, a diferencia del turco con relación a Casimiro, no evalúa nuestra capacidad económica a fin de vendernos la vida eterna. Pues si bien Dios pudiera vendérnosla a un precio muy alto, fuera del alcance de la gran mayoría de nosotros, nos la ofrece más bien a modo de regalo a pesar de que es algo de lo más anhelado. Es que no tiene precio lo que pagó su Hijo Jesucristo para ofrecérnosla. Él dio su vida misma al morir en la cruz por nuestros pecados.2 Más vale, entonces, si no lo hemos hecho todavía, que aprovechemos su extraordinaria oferta y que aceptemos hoy mismo ese regalo de la vida eterna.

1.- Arturo Ambrogi, El jetón y otros cuentos (San Salvador: UCA Editores, 1976), pp. 140-48.
2.- Ro 6, 23; 1P 1, 18-19

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