sábado, 10 de marzo de 2012

La enfermedad y el dolor del cristiano (y II)


Esta semana voy a intentar dejar terminado este tema, si bien estoy seguro que no es así, porque el dolor, el sufrimiento del tipo que fuere y la enfermedad podría tener tantas variantes como personas vivimos en este bendito planeta llamado Tierra y es un tema siempre inacabado. Todos podríamos exponer, con lo cual nos enriqueceríamos mucho y acaso nos ayudásemos mutuamente, nuestras propias experiencias así como la forma de intentar dominarlas entre la Medicina y nuestra confianza en el buen Dios. En fin. Vamos allá.

Acaso alguien pudiera pensar que la época bíblica que relatan estos hechos comentados la semana pasada referentes al dolor y la enfermedad, no es la del siglo XXI y ahora hay muchos avances médicos y farmacológicos. Es cierto, pero eso no modifica un àpice la situación. Continúan las enfermedades, continúa el dolor, continúa la esperanza en la curación y en ocasiones…continúan los desengaños en las esperanzas de curación o mejora que teníamos. Y acaso alguno de ustedes me pueda dar la razón.

Incluso me atrevo a decir y digo con conocimiento de causa, que hay unos médicos, enfermeras y enfermeros, así como sacerdotes que llevan la Capellanía en los hospitales, que con sus concienzudos trabajos, con un trato totalmente humanizado y cristiano hacia los enfermos, preocupándose no sólo de sus dolencias físicas sino también de los problemas personales que pueden ser causa de algunas de esas dolencias, hacen una labor humanitaria que jamás estará pagada ni compensada en lo que realmente vale porque va más allá de las tareas clínicas que les corresponden. Y eso los enfermos sabemos valorarlo porque ese trato, cuando vamos amargados a un hospital y encontramos la afabilidad del trato y del ánimo que recibimos, sentimos un agradecimiento tan grande de ver que nos consideran PERSONAS con los problemas de salud que traemos y los otros problemas que llevamos a cuestas, que sentimos hacia ellos un agradecimiento, una seguridad en sus tratamientos que nos hacen estar predispuestos a la sanación ‘de otra manera’.

Incluso existe una Comisión de Humanización formada por profesionales de la salud que intenta marcar pautas de actuación con los enfermos de los hospitales con el fin de hacerles sentir, dentro de lo que cabe, un bienestar y una seguridad en su estancia hospitalaria de la que están muy necesitados. Que dentro de sus dolencias, se encuentren como si estuviesen en su propio domicilio.

¿Saben una cosa? En el campo de las ayudas a enfermos sería injusto no nombrar al voluntariado de hombres y mujeres de todas las edades que se dedican a atender y ayudar enfermos en muchas facetas: facilitando una orientación sobre ubicación de servicios hospitalarios, estando presentes en algunos servicios (Rayos X, hospital de día, oncología y un largo etc.) independientemente de su permanencia en el despacho en el que tienen lo que podríamos llamar su sede, acompañan a los enfermos que los pueden necesitar en su habitación ayudándoles en la comida u otros menesteres,… Con los niños se encargan de distraerlos con juegos, música, teatro o con la mil y una posibilidades y recursos que tienen para hacerles llevadero su problema de salud. Todos tienen una formación específica en lo referente al voluntariado y en relación de ayuda que les hace ser especialmente válidos en los hospitales.

Está claro que hemos de hacer lo que podamos por mejorar nuestra salud (ya sé que esto es evidentísimo) con la medicación y los tratamientos que se nos puedan dar, pues a nadie nos gusta estar enfermo y aguantar el sufrimiento. Pero desde el punto de vista cristiano todo sigue igual que hace siglos, es decir, con la mirada puesta en la Cruz. Los israelitas hicieron la serpiente de bronce en el desierto para ser curados de la picadura de serpientes venenosas (Num. 21, 6-9). Nosotros tenemos Alguien a quien mirar porque se lo debemos todo. No en vano nos dijo que él es el Camino, la Verdad y la Vida.

La serpiente de bronce. 1841.-F.Bruni

Además, la Iglesia, Madre y Maestra, también se preocupa de esta faceta de sus hijos. Juan Pablo II publicó su Carta Apostólica ‘Salvici Doloris’ dando una muestra inequívoca de la postura que tenía la Iglesia manifestada a través del sucesor de Pedro. Lean, por favor:

‘En su actividad mesiánica en medio de Israel, Cristo se acercó incesantemente al mundo del sufrimiento humano. «Pasó haciendo bien », y este obrar suyo se dirigía, ante todo, a los enfermos y a quienes esperaban ayuda. Curaba los enfermos, consolaba a los afligidos, alimentaba a los hambrientos, liberaba a los hombres de la sordera, de la ceguera, de la lepra, del demonio y de diversas disminuciones físicas; tres veces devolvió la vida a los muertos. Era sensible a todo sufrimiento humano, tanto al del cuerpo como al del alma. Al mismo tiempo instruía, poniendo en el centro de su enseñanza las ocho bienaventuranzas, que son dirigidas a los hombres probados por diversos sufrimientos en su vida temporal. Estos son los « pobres de espíritu », « los que lloran », « los que tienen hambre y sed de justicia », « los que padecen persecución por la justicia », cuando los insultan, los persiguen y, con mentira, dicen contra ellos todo género de mal por Cristo..’. (Juan Pablo II, Carta Apostólica Salvifici Doloris, 16.-11-02-84.)

¿Es así o no? Paro hay más. Pienso que en este tema tan sensible para nosotros, debemos caminar espalda contra espalda, hombro con hombro, ayudándonos y animándonos mutuamente. ‘En caso de caída, el uno levanta al otro; pero ¡ay del solo que cae y no tiene a nadie que lo levante!’ (Ecl. 4 10). Estoy bastante metido en este mundo del enfermo y veo, especialmente en los que no pueden salir de casa o viven prácticamente solos, cuánto agradecen la compañía y el diálogo (especialmente cuando se les escucha) cuando les llevamos la Comunión los domingos o los visitamos entre semana. Procuramos acercarnos a ellos con el respeto y el cariño que merecen. En ellos está Cristo. ‘Cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis’ (Mt. 25, 40). Ellos son algo que no se acaba de entender bien en nuestra sociedad, excesivamente mundanizada: el tesoro de la Iglesia. Precisamente por el valor redentor de su dolor y de su sufrimiento.


En este sentido dice San Pablo: ‘Ahora me complazco en mis padecimientos por vosotros y en compensación completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia’. (Col. 1, 24). Y eso es, ni más ni menos, que sentirnos unidos a aquel Gólgota de la Historia, cuyo Protagonista cambió la faz del mundo y le dio unos nuevos horizontes de los que nosotros somos herederos. De ahí que miremos el futuro con expectativas de esperanza. Fácil no es mucho, ya lo sé. Pero cuando se tiene el sentido de ser protagonista de una epopeya que escribimos con nuestros sufrimientos bajo las banderas de Cristo Resucitado, que ha vencido el dolor y, sobre todo, la muerte, ¿a qué vamos a temer?

El dolor y la enfermedad pueden ser un aliciente que nos impulse a la superación personal, sin que eso signifique que deseemos estar enfermos, pero jamás deberemos desperdiciar la vida en lamentos y ayes estériles que no conducen a ninguna parte. Está claro que en ocasiones son inevitables y tenemos derecho a desahogarnos de alguna manera, pero luego mantengamos nuestra ecuanimidad, nuestra propia autoestima y, muy importante, nuestro sentido del humor. Es tremendo el valor que tiene y la ayuda que da en estos momentos crudos en que ‘aprieta’ ese vecino tan molesto que todos tenemos llamado dolor, siendo fundamental el apoyo, atención, ánimo y cariño que el enfermo pueda recibir de sus familiares y amigos. De esto, doy fe y siempre le he agradecido. Todos sabemos que nos apoyamos mutuamente en todos los acontecimientos familiares del tipo que fuere, el último de los cuales fue el atropello de mi esposa por un automóvil todos vivimos (y sufrimos) su extrema gravedad, en bloque.

El sentido del humor es imprescindible en cualquier momento. Riámonos de nosotros mismos y de nuestras limitaciones. Seamos como el niño o la niña que se hace daño con cualquier cosa y dice ‘¡Pues ahora no lloro!’ cuando sentimos algún que otro ‘mordisco’ que nos desafía en ese cuerpo que el Señor nos ha dado para darle gloria con él. Para eso tenemos su Gracia que se hace presente en los Sacramentos en cualquier momento de nuestra vida y, en estos casos, con más necesidad que nunca. Que nadie tenga miedo o respetos humanos a solicitar el Sacramento de la Unción DE LOS ENFERMOS. ¡Si está puesto para que nosotros nos encontremos con Jesucristo!

Miren ustedes. En nuestra ermita se programó el ‘Día del Enfermo’. El Equipo, con nuestro Vicario parroquial coordinando todo, preparamos un acto cuidando todos los detalles para que los enfermos se encontrasen a gusto y no se sintiesen como algo que va allí para que todos los miren y los compadezcan. No. No era eso. La compasión es lo que menos necesitamos. Se trataba de que se sintiesen protagonistas, personas útiles a través de sus enfermedades y limitaciones, en esa gran familia que es la Iglesia.

En principio estaba previsto que recibieran la Unción los enfermos aquellos a los que llevamos la Comunión, unos ocho, pero dejando la puerta abierta para que si algún enfermo o persona con edad avanzada lo deseaba, también pudiese recibirlo. Incluso a personas que sabíamos que tenían enfermedades más o menos serias o crónicas les invitamos personalmente a recibir el Sacramento. No se atrevían. Salir en medio de tanta gente a que los vieran…les imponía muchos respetos humanos.

El día llegó. El Vicario hizo una explicación del acto (aquello parecía una catequesis en toda regla) y qué era el Sacramento que se iba a dar, invitando a los presentes que creyeran que podían recibirlo por padecer alguna enfermedad, podían hacerlo, haciendo especial hincapié en que NO ERA LA EXTREMAUNCIÓN, que solamente se aplicaba cuando el enfermo estaba moribundo, sino que la Iglesia, no solamente había cambiado el nombre, sino que había querido que los enfermos, aun sin estar graves, pudiesen recibir el Sacramento.

Todo empezó muy bien. Participaron incluso los cuidadores de los enfermos, pero cuando llegó el momento de recibir el Sacramento, se acercaron al Presbiterio unas ciento veinticinco personas de las presentes. Incluso los que habían declinado el ofrecimiento de recibirlo por los respetos humanos al sentirse protagonistas del acto, como me dijo una enferma que había invitado previamente y me dijo que no. Al finalizar, muchísima gente entró a la sacristía a pedir que ese acto se continuase celebrando. Realmente fue emocionante para mucha gente (yo, uno de ellos, como enfermo y como componente del equipo). Y creo que todos aprendimos un poquito más de lo que supone hacer presente a Jesucristo en nuestras dificultades. Fue como el abrazo de ánimo de Jesús a todos nosotros.

Tanto en Antiguo como en el Nuevo Testamento podemos ver que personas como Abraham, Moisés, Elías, Pablo de Tarso, Esteban, y tantos otros no lo tuvieron fácil en los padecimientos y dificultades que tuvieron, pero no les faltó el auxilio de la Gracia que les ayudó en cuanto Dios les pedía. Ahora nos toca a nosotros y permítanme que les haga una sugerencia. Si tenemos momentos de pasarlo mal por el dolor, el sufrimiento del tipo que sea, la enfermedad o lo que cada uno sabe, ¿por qué no lo ofrecemos por las vocaciones, por la perseverancia de los sacerdotes, religiosos, religiosas y de los laicos que día a día hacen presente la realidad de la Iglesia? ¿Se imaginan el valor y los resultados de lo que podamos ofrecer? Si no lo imaginan, no importa, porque Dios que va a recibir todo nuestro sacrificio sabrá acogerlo y hacerlo fructífero donde Él quiera, como Él quiera y cuando Él quiera.

NAUFRAGIO DE SAN PABLO EN MALTA.-Nicolò Circignani

Comenzaba esta entrada con un pensamiento de José Luis Martín Descalzo, sacerdote ya fallecido, y no me resisto a la tentación de cerrarla con este otro, también suyo, que me dio y me sigue dando una gran esperanza. Con personas así, realistas ante el dolor y la enfermedad desde el prisma cristiano de su dura experiencia, vemos que no es imposible cristianizar el dolor y la enfermedad y hacer de ellos una ofrenda permanente en las Eucaristías que vivamos, aunque sean por televisión si no podemos acudir a ellas personalmente por alguna imposibilidad temporal o definitiva. La Comunión de los Santos y Jesucristo triunfante y vencedor de la muerte, ya se encargarán de que fructifiquen nuestros sufrimientos.

‘Os confieso que jamás pido a Dios que me cure mi enfermedad. Me parecería un abuso de confianza; temo que, si me quitase Dios mi enfermedad, me estaría privando de una de las pocas cosas buenas que tengo: mi posibilidad de colaborar con él más íntimamente, más realmente. Le pido, sí, que me ayude a llevar la enfermedad con alegría; que la haga fructificar, que no la estropee yo por mi egoísmo’. (José Luis Martín Descalzo. Sacerdote).




Que Dios, nuestro Padre, y Nuestra Señora de Akita nos colmen de bendiciones.

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