sábado, 10 de marzo de 2012

La enfermedad y el dolor del cristiano (I)


‘El dolor es un misterio. Hay que acercarse a él de puntillas y sabiendo que, después de muchas palabras, el misterio seguirá estando ahí hasta que el mundo acabe. Tenemos que acercarnos con delicadeza, como un cirujano ante una herida. Y con realismo, sin que bellas consideraciones poéticas nos impidan ver su tremenda realidad’. (José Luis Martín Descalzo. Sacerdote)

Estas palabras no son mías. Pertenecen a un sacerdote, también periodista y escritor, José Luis Martín Descalzo, que supo, desde su propia experiencia dolorosa, el desgarro que le producía el dolor de su enfermedad renal que, día a día, le hacía volverse hacia Dios y hacia las personas.

Personalmente debo confesarles que me ha ayudado muchísimo leerlo, lo mismo que otro gran amigo de la familia, también sacerdote: Juan de Dios, Juande para los amigos, el cual lleva soportando sus limitaciones físicas desde hace un mínimo de treinta y ocho años (el tiempo que lo conocemos), con una entereza, alegría, buen humor y optimismo envidiables, así como su hermana Asunción, que también ‘entiende’ de este tema.

Permítanme (y excúsenme) que les haga unas confidencias. Sobre este tema no digo nada ‘de memoria’, porque lo he vivido y lo sigo viviendo. Cuando hace veintisiete años, cuatro días después de mi segunda intervención quirúrgica en la zona lumbar de la columna vertebral, el neurocirujano me dijo: ‘Juan Manuel, la operación ha ido todo lo bien que se ha podido porque usted ya no soportaba más operación. Después de cinco horas y media en quirófano ha habido un momento crítico que nos impidió continuar. El dolor le acompañará mientras viva. Cuando ya no pueda soportarlo tome esta medicación que le prescribo’.

Por mi esposa y unas religiosas amigas, supe después que el ‘momento crítico’ coincidió con el momento de la Consagración de la Eucaristía que se estaba celebrando en la capilla de la clínica. ¿Qué quiero decir con esto? Nada…y todo a la vez.

Previamente había pedido la Unción, porque como yo también sé de Quién me fío, quise que también Él me acompañase en el quirófano.

Después…la vida, las limitaciones, el dolor y el sentido del humor que recobré después de los cinco amargos días posteriores a las palabras del neurocirujano, que no se los doy a pasar a nadie, y de la visita que nos hizo nuestro amigo Juande, muy fastidiado, como hacía mucho tiempo que no lo veía de esa manera, pero que se presentaba con una dosis de optimismo físico y espiritual que me supo inyectar. Ahí empezó mi comprensión de lo que supone participar en la Redención de Cristo, sin ningún mérito por nuestra parte, sino por la misericordia de Dios que nos permite esa participación.

A través de los años hasta llegar al momento de redactar este escrito, ha habido muchas experiencias, muchas llamadas de atención del Maestro y de la Madre, mucha oración esperanzada y, en ocasiones, desesperanzada, pero siempre abierto a un futuro mejor y más prometedor en comunión con Jesucristo. Y, desde luego, no vivir haciendo del dolor el eje de nuestra existencia. No. No le hagamos caso. Los calmantes existen. Tomémoslos cuando los necesitemos siguiendo las normas de los médicos, pero llenándonos de proyectos que nos impulsen, dentro de las limitaciones que podamos tener, a una existencia plenificadora fundamentada en el Evangelio. Olvidémonos del dolor. Cristo, en la Cruz, se olvidó de sí mismo para perdonar a los que le crucificaban y para darnos su Madre como Madre nuestra. Y también Él es nuestro Maestro en este tema.


Giovanni Battista Tiepolo

Sabía y sé que con Él, el sufrimiento, las molestias, los dolores, tienen un significado y un sentido plenos. Es necesaria una purificación continua a través de ellos y encontrarnos unidos a todos los que sufren, cada uno a su manera, y todos juntos unidos a la Vid, podremos encontrar una satisfacción a través del ofrecimiento del dolor que Dios puede hacer fructífero. ¿No decimos que creemos en la Comunión de los Santos? Pues hagámosla realidad con nuestro sufrimiento unido al del mundo entero y, todo junto, unidos a Jesucristo.

En diversas ocasiones me he tropezado con personas que llevaban una enfermedad más o menos seria, con un sufrimiento real y duro, lamentándose e interrogándose de por qué Dios le había enviado ese castigo. Y en estos casos reconozco que soy intransigente y cada vez que se plantea esto delante de mí, no puedo callarme.

Vamos a ver. Si el Evangelio nos relata numerosos casos en los que Jesús SE COMPADECE de los enfermos y los cura en cualquier momento, situación y circunstancia, ¿cómo va a mandar, como Dios que es, las enfermedades a las personas? Fijémonos: ‘Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias del pueblo’. (Mt. 4, 23).



George Percy Jacomb-Hood

Jesús vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo, y a través de ellas quiere acercar el Reino de Dios a los que le llevan y a quienes los llevan. ‘Llegó uno de los jefes de la sinagoga, se arrojó a sus pies y dijo: Mi hijita se está muriendo. Ven e imponle las manos para que sane y viva. Se fue con él….Cuando llegaron a casa del jefe de la sinagoga les dijeron: Tu hija ha muerto. ¿Por qué molestar ya al Maestro. Jesús dijo: NO TEMAS, TEN SÓLO FE. …Llegando a la casa les dice: ¿A qué viene ese alboroto y ese llanto? La niña no ha muerto, duerme….Tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los que iban con Él y entró donde estaba la niña. Y tomándola de la mano, le dijo: “Talitha qum”, que significa “Niña. A ti te digo. ¡Levántate!”. Y al instante se levantó la niña y echó a andar’. (Mc. 5, 21-43). Claro, que durante el camino a casa de Jairo ocurrió el episodio de la hemorroísa, a quien también curó por su fe. Me parece que es una prueba fehaciente de lo que supone para Jesús la enfermedad y el dolor.

Sí amigos. Jesús no solamente se dejó tocar por esta mujer y por otros enfermos, sino que era y es capaz de conmoverse ante el sufrimiento hasta el extremo de hacer suyas sus dolencias y las nuestras, como recuerda Mateo en la frase de Isaías: ‘Le presentaban muchos endemoniados y arrojaba con una palabra los espíritus, y a todos los que se encontraban mal los curaba, para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías: Él tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias.’. (Mt. 8, 16-17). (Is. 53, 4).

Lo mismo en el sentido del castigo. Jesús venía a SALVAR, no a condenar. Ese concepto de Dios se daba en el Antiguo Testamento. ¿Recuerdan el Libro de Job y sus enseñanzas? Después de todo el calvario que tuvo que pasar, de su entereza y confianza en Dios, Éste le premió: ‘Yavé restableció a Job, después de haber rogado él por sus amigos, y acrecentó Yavé hasta el duplo todo cuanto antes poseyera’. (Jb. 41, 10-17).

Veamos lo que dice Ezequiel: ‘Diles: Por mi vida, dice el Señor, Yavé, que yo no me gozo en la muerte del impío, sino en que se retraiga de su camino y viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos’. (Ez. 33, 11). Ese mensaje de Dios, ¿puede desear el castigo de una enfermedad? Y fíjense en Isaías: ‘¿Puede la mujer olvidarse del fruto de su vientre, no compadecerse del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaría. Mira te tengo grabada en mis manos, tus muros están siempre delante de mí’. (Is.49. 14-16). Incluso podría aplicarse este mensaje divino hoy a este tema tan polémico hoy, por desgracia, sobre la plaga del aborto que la sociedad soporta.

Jesús también se encargó de desmontar este criterio llamando a Dios Padre y mostrándolo con entrañas de misericordia, que no quiere la muerte del pecador, sino su conversión. ‘Vuestro Padre conoce las cosas de que tenéis necesidad antes que se las pidáis. Así pues, habéis de orar vosotros: Padre nuestro, que estás en los cielos…’ (Mt.6, 8-11).

Pienso que todos tenemos claro que nuestro cuerpo es materia y está sujeto al desgaste de su organismo. Aun cuidándolo estamos expuestos a muchas cosas, desde el simple resfriado al accidente de automóvil con sus secuelas, pasando por las herencias genéticas de nuestros antepasados, que todos tenemos. Incluso, con el paso de los años, cuando entramos en lo que se ha venido en llamar ‘la tercera edad’, una forma muy elegante y compasiva de decir que tenemos muchos años vividos sobre nuestros hombros, Jesús no permanece impasible y valora nuestras dificultades. Si leemos Lc. 2, 22-38, vemos que el evangelista recoge precisamente la actuación de dos ancianos, Simeón y Ana, para anunciar a María y a José lo que va a ser el Niño que llevan en sus brazos. Resalta así el amor a Dios de esos dos ancianos, su piedad y su esperanza en que Dios cumpla sus promesas.

Pero nosotros tenemos nuestro hoy. Nuestro día a día llevando a cuestas nuestra frágil salud de hierro, entera o resquebrajada. Pero sabiendo que hay Alguien que vela por nosotros y nos cuida en la salud y en la enfermedad, en la riqueza o la pobreza (¿les suenan de algo estas palabras? Pero nos vienen como anillo al dedo) todos los días de nuestra vida. Y también de nuestra muerte.

Como el tema es algo largo, lo finalizaremos la semana próxima para no cansarles.


Que Jesucristo, que conoció el sufrimiento en sumo grado y venció la muerte, y Nuestra Señora la Virgen de los Remedios de Riohacha, nos llenen con su bendición.

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