martes, 6 de marzo de 2012

El canon de los libros sagrados



1. Conceptos preliminares

1. ¿Qué es el "canon" bíblico?

Se entiende por canon bíblico el conjunto de todos los escritos que componen la Biblia, o sea, el catálogo completo de los escritos inspirados?

2. ¿Qué quiere decir la palabra "canon"?

La palabra griega "kanon" significa "caña larga", usada como instrumento para medir longitudes. Por esta razón, "kanon" se traduce también por "medida", "regla", "norma". Así pues, "canon" significa "regla, norma".

¿En qué sentido hablamos de la lista de libros inspirados como del "canon de la Biblia"? En un doble sentido:

  1. Son la regla de la fe, es decir, los libros en los que la Iglesia ha encontrado reflejada y expresada su propia fe, y por eso estos libros son la "norma de la fe", el criterio por el que se puede "medir" hasta dónde llegan los contenidos de su fe.

  2. Son la regla de la inspiración, es decir, los libros que señalan el límite hacia el que se extiende la inspiración bíblica. En este sentido, el "canon" es el "catálogo de los libros inspirados".

3. ¿Hasta dónde se extiende la canonicidad?

Concilio de Trento: Decreto de 8 de abril de 1546

"El Santo Concilio... recibe y venera todos los libros tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento con el mismo sentimiento de piedad y de respeto, porque Dios es el autor de ambos." (DS 1501)

"Y para que nadie pueda dudar cuáles son los que recibe este Concilio, ha juzgado conveniente insertar en este decreto la lista de los Libros Sagrados" [sigue la lista de todos los libros del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento] (DS 1502)

"Si alguno no recibiese como sagrados y canónicos estos mismos libros en su integridad, con todas sus partes (libros ipsos integros cum omnibus suis partibus) ... sea anatema" (DS 1504)

Por tanto, según la definición del Concilio de Trento, la canonicidad se extiende:

  • A todos los libros del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, tanto "protocanónicos" como "deuterocanónicos".

  • A todas sus partes.

4. ¿Qué son libros "protocanónicos", "deuterocanónicos" y "apócrifos"?

PROTOCANÓNICOS: Aquellos libros sobre cuya canonicidad nunca se dudó.

DEUTEROCANÓNICOS: Aquellos libros sobre cuya canonicidad alguna vez hubo dudas, pero que al final llegaron a entrar en el canon. Estos libros son:

  • En el Antiguo Testamento: los libros o las partes de libros escritos en griego. Son: Tobías, Judit, 1 y 2 Macabeos, Baruc, Sirácida, Sabiduría y partes de Ester (Est 10,4-16,24) y partes de Daniel (Dn 3,24-90; 13-14).

  • En el Nuevo Testamento: Hebreos, Santiago, Judas, 2 Pedro, 2 y 3 Juan, Apocalipsis, y Mc 16,9-20 (final "canónico" del evangelio) y Jn 7,53-8,11 (la mujer adúltera).

APÓCRIFOS: Son los libros sobre cuya canonicidad se dudó durante un cierto tiempo, pero que al final no entraron a formar parte del canon.

5. ¿Qué diferencia existe entre el canon judío, ortodoxo, protestante y católico?

CANON JUDÍO: Aceptan sólo los libros protocanónicos del Antiguo Testamento, es decir, aquellos escritos en hebreo.

CANON ORTODOXO: En las Iglesias ortodoxas se aceptan en general todos los libros protocanónicos y deuterocanónicos, aunque no tienen tomada ninguna decisión "oficial".

CANON PROTESTANTE: Sólo aceptan como canónicos:

  • En el Antiguo Testamento: los protocanónicos.

  • En el Nuevo Testamento: tras muchas discusiones, terminó por aceptarse el canon "católico", es decir, el formado por el conjunto de los protocanónicos y deuterocanónicos, aunque a veces se consideran de "segunda fila" escritos como Hb, St, Jds, y Ap.

CANON CATÓLICO: Según la definición de Trento, se aceptan todos los libros, protocanónicos y deterocanónicos, con todas sus partes.

6. ¿Qué nombre reciben los libros "protocanónicos", "deuterocanónicos" y "apócrifos" en las tradiciones católica y protestante?

TRADICIÓN CATÓLICA Protocanónicos Deuterocanónicos Apócrifos
TRADICIÓN PROTESTANTE Canónicos Apócrifos Pseudoepigráficos

7. ¿Cuál es el "criterio de canonicidad"?

El único criterio válido de canonicidad, es decir, aquello que nos hace reconocer a un libro como inspirado, es la Tradición divino apostólica:

"La misma Tradición da a conocer a la Iglesia el canon de los libros sagrados" (Dei Verbum 8)

Se entiende por "Tradición divino-apostólica" a la vida de la Iglesia, desde sus comienzos en la época apostólica hasta nuestros días, que ha llegado a convertirse en "norma". Hay que distinguir la "Tradición divino-apostólica", que junto con la Sagrada Escritura es también Palabra de Dios, y cauce de transmisión de la Revelación, de las "tradiciones", que no se remontan a época apostólica, y aunque sean religiosas, no han llegado a formar parte de la Revelación.

2. El canon del Antiguo Testamento

1. El canon judío

  • En la actualidad, las comunidades hebreas sólo aceptan como canónicos los libros escritos en hebreo, es decir, los protocanónicos.

  • Historia de LA elaboración del canon judío:

    • SIGLO I: No parece existir un canon fijo de la Biblia hebrea, si bien se aceptan como libros sagrados y con autoridad los contenidos en la Ley (Gn, Ex, Lv, Nm y Dt), los Profetas y algunos Escritos, fundamentalmente los Salmos.

    • Entre 70 d.C y 135 d.C.(período entre las dos Guerras Judías): Parece ser que en esta época los judíos fariseos elaboran un canon concreto. No están claros los motivos que les llevan a esta decisión, pero podrían estar relacionados con:

      • La necesidad de tener un aglutinante que defina su identidad tras las catástrofes nacionales del 70 d.C. (primera revuelta judía, y destrucción de Jerusalén por Tito y Vespasiano) y el 135 d.C.(revuelta de Bar Kokba y represión de Adriano).

      • Distinguir los libros realmente sagrados de los libros apocalípticos.

      • Reacción frente a la constitución de otra Escritura sagrada en el seno del cristianismo.

    • Finales del s. II - comienzos del s. III: El canon ya está definido en su forma actual, tal como aparece en el Talmud.

2. El canon cristiano del Antiguo Testamento

  • Durante los siglos II y III dos comunidades religiosas, la sinagoga judía y la iglesia cristiana, están definiendo sus identidades propias, la "norma de su fe" propia, y por tanto, su "canon". La evolución histórica de la elaboración del canon cristiano es independiente de la llevada a cabo en el ámbito judío, aunque a veces entren en contacto.

  • Historia de LA elaboración del canon cristiano del at:

    • Siglo I: la Iglesia cristiana naciente hereda del judaísmo una lista de "libros sagrados", sobre cuya canonicidad, como hemos visto, no hay tomada una decisión.

    • SIGLOS II-V. Se discute sobre la validez del "canon largo" (que incluye deuterocanónicos) y "canon corto" (sólo protocanónicos). Pero esta distinción depende más del auditorio que se tenga enfrente, o de los interlocutores con quienes se tenga que discutir:

      • Ante interlocutores judíos se emplea el "canon corto", ya que se trata de demostrar que Jesús es el Mesías anunciado en las Escrituras hebreas, y para ello sólo se puede partir de un terreno común, que es el que aportan las Escrituras aceptadas por los judíos como canónicas, el "canon corto".

      • Ante interlocutores no judíos se emplea sin cortapisas el "canon largo", se trate de argumentar contra los paganos o los gnósticos, o se trate de exponer la fe ante un auditorio cristiano, sobre todo en las celebraciones litúrgicas.

    • CONCILIOS AFRICANOS DE LOS SIGLOS IV Y V: Los Concilios de Hipona (año 393) y Cartago (años 397 y 419) se decantan por el "canon largo", aunque en Oriente, el Concilio de Laodicea de Frigia (año 360) reconozca el "canon corto".

    • DEFINICIONES DOGMÁTICAS:

      • Concilio de Florencia (1441): en el Decreto sobre los Jacobitas, acepta la lista con el "canon largo" de los Concilios africanos de Hipona y Cartago.

      • Concilio de Trento (1546): definición dogmática solemne, con el "canon largo".

3. El canon del Nuevo Testamento

  • No hay declaración directa de la Iglesia apostólica sobre el canon del NT, aunque en 2 Pe 3,15 (a caballo entre los siglos I y II) se alude ya a un conjunto de cartas de Pablo, que circularía por las comunidades, que se equipara al "resto de las Escrituras".

  • HISTORIA DE LA ELABORACIÓN DEL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO:

    • HASTA 175 d.C. (Padres apostólicos y primeros Padres apologetas): No hay catálogos elaborados, pero se citan explícita o implícitamente todos los libros del NT. Se comienzan a distinguir los evangelios canónicos (Mt, Mc, Lc y Jn) de otros escritos apócrifos no canónicos llamados también "evangelios".

    • 175-450 d.C.: Dudas respecto de los deteronocanónicos:

      • Canon muratoriano (Roma año 180): falta Hb, St, 2 Pe.

      • Otras listas: unas veces faltan unos libros, y otras veces, otros.

      • Padres (Clemente Alejandrino, Ambrosio, Agustín, Jerónimo): reconocen la canonicidad de todos ellos.

    • 450 EN ADELANTE: No hay dudas sobre la canonicidad de los deuterocanónicos. Este consenso se ratificará en los Concilios de Hipona, Florencia y Trento.

4. Motivos de canonicidad

El único criterio válido de canonicidad es la Tradición divino-apostólica, es decir, el uso que la Iglesia ha hecho desde la época apostólica de estos libros, en los que ha reconocido la "norma - canon de su fe". Pero esta Tradición no se ha formado de modo irracional, sino que se ha elaborado teniendo en cuenta unos motivos de canonicidad. Estos motivos son:

  1. El origen apostólico: Se consideran canónicos aquellos escritos que surgen de los apóstoles, o de sus inmediatos colaboradores, o de las comunidades directamente emparentadas con ellos.

  2. La ortodoxia, es decir, la conformidad de estos escritos con la auténtica predicación sobre Cristo, su vida y su anuncio. Así, se rechazaron los apócrifos.

  3. La catolicidad, es decir, su uso en todas o casi todas las Iglesias, según testimonia su uso litúrgico. Los libros que fueron usados en una única Iglesia fueron rechazados.

DESARROLLO DEL CANON DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS

¿Quién estableció la lista de los libros que forman parte de la Biblia?
¿Por qué reconocemos el Evangelio de Juan y no el de Judas?


Veamos un poco de historia...

Por el año 605 Antes de Cristo, el Pueblo de Israel sufrió una dispersión o, como se le conoce bíblicamente, una "diáspora". El rey Nabucodonosor conquistó Jerusalén y llevó a los israelitas cautivos a Babilonia, comenzando la "Cautividad de Babilonia” (cf. 2 Reyes 24,12 y 2 Reyes 25,1).

Pero no todos los israelitas fueron llevados cautivos, un "resto" quedó en Israel (cf. 2 Reyes 25,12; 2 Reyes 25,22; Jeremías 40,11; Ezequiel 33,27). También un número de Israelitas no fueron cautivos a Babilonia sino que fueron a Egipto (cf. 2 Reyes 25,26; Jeremías 42,14; Jeremías 43,7).

El rey Ciro de Persia conquistó Babilonia (cf. 2 Crónicas 36,20; 2 Crónicas 36,23) y dio la libertad a los israelitas de regresar a Israel, terminando así su esclavitud. Algunos regresaron a Palestina (cf. Esdras 1,5; 7,28 y Nehemías 2,11) pero otros se fueron a Egipto, estableciéndose, en su mayoría, en la ciudad de Alejandría (fundada por Alejandro Magno en el 322 a.C, que contaba con la biblioteca más importante del mundo en esa época). Así que los judíos estaban disgregados aun después del fin del cautiverio, unos en Palestina y otros en la diáspora, sobre todo en Alejandría. En el tiempo de los Macabeos había mas judíos en Alejandría que en la misma Palestina (cf. 1 Macabeos 1,1)

La Traducción de los Setenta (Septuagésima)

En el siglo III antes de Cristo, la lengua principal de Alejandría, como en la mayor parte del mundo civilizado, era el griego. El hebreo cada vez se hablaba menos, aun entre los judíos (Jesús y sus contemporáneos en Palestina hablaban arameo)Por eso había una gran necesidad de una traducción griega de las Sagradas Escrituras.

La historia relata que Demetrio de Faleron, el bibliotecario de Plotomeo II (285-246 a.C.), quería unas copias de la Ley Judía para la Biblioteca de Alejandría. La traducción se realizó a inicios del siglo tercero a.C. y se llamó la Traducción de los Setenta (por el número de traductores que trabajaron en la obra). Comenzando con la Torá, tradujeron todas las Sagradas Escrituras, es decir todo lo que es hoy conocido por los católicos como el Antiguo Testamento. Introdujeron también una nueva organización e incluyeron Libros Sagrados que, por ser más recientes, no estaban en los antiguos cánones pero eran generalmente reconocidos como sagrados por los judíos. Se trata de siete libros, llamados hoy deuterocanónicos.

El canon de los Setenta (Septuagésima) contiene los textos originales de algunos de los deuterocanónicos (Sabiduría y 2 Macabeos) y la base canónica de otros, ya sea en parte (Ester, Daniel y Sirac) o completamente (Tobit, Judit, Baruc y 1 Macabeos).

El canon de la Septuagésima (Alejandrino) es el que usaba Jesucristo y los Apóstoles

El canon de Alejandrino, con los siete libros deuterocanónicos, era el más usado por los judíos en la era Apostólica. Este canon es el utilizado por Cristo y los escritores del Nuevo Testamento. 300 de las 350 referencias al Antiguo Testamento que se hacen en el Nuevo Testamento son tomadas de la versión alejandrina. Por eso no hay duda de que la Iglesia apostólica del primer siglo aceptó los libros deuterocanónicos como parte de su canon (libros reconocidos como Palabra de Dios). Por ejemplo, Orígenes, Padre de la Iglesia (+254), afirmó que los cristianos usaban estos libros aunque algunos líderes judíos no los aceptaban oficialmente.

Los judíos establecen un nuevo canon después Cristo

Al final del primer siglo de la era cristiana, una escuela judía hizo un nuevo canon hebreo en la ciudad de Jamnia, en Palestina. Ellos querían cerrar el período de revelación siglos antes de la venida de Jesús, buscando así distanciarse del cristianismo. Por eso cerraron el canon con los profetas Esdras (458 a.C.), Nehemías (445 a.C.), y Malaquías (433 a.C.). Por lo tanto dejaron fuera del canon los últimos siete libros reconocidos por el canon de Alejandrino.

Pero en realidad no hubo un "silencio bíblico" (una ausencia de Revelación) en los siglos precedentes al nacimiento de Jesús. Aquella era la última etapa de revelación antes de la venida del Mesías. Los judíos reconocían el canon alejandrino en tiempo de Jesús. Por eso la Iglesia siguió reconociéndolo.

De esta forma surgieron dos principales cánones del Antiguo Testamento:

1: El canon Alejandrino: Reconocido por los judíos en la
traducción de los Setenta al griego. Este canon es el más utilizado por los judíos de tiempo de Cristo y por los autores del Nuevo Testamento
. Este canon contiene los libros "deuterocanónicos" y es el reconocido por la Iglesia Católica.

2: El canon de Jamnia: Establecido por judíos que rechazaron el cristianismo y por lo tanto quisieron distanciar el período de revelación del tiempo de Jesús. Por eso rechazaron los últimos 7 libros reconocidos por el canon alejandrino.

XV siglos después de Cristo, Lutero rechaza el canon establecido por la Iglesia primitiva y adopta el canon de Jamnia. Este es el canon que aceptan los Protestantes.

La Vulgata de San Jerónimo

La primera traducción de la Biblia al latín fue hecha por San Jerónimo y se llamó la "Vulgata" (año 383 AD). El latín era para entonces el idioma común en el mundo Mediterráneo. San Jerónimo en un principio tradujo del texto hebreo del canon de Palestina. Por eso no tenía los libros deuterocanónicos. Esto produjo una polémica entre los cristianos de aquel tiempo. En defensa de su traducción, San Jerónimo escribió: "Ad Pachmmachium de optimo genere interpretandi", la cual es el primer tratado acerca del arte de traducir. Por eso se le considera el padre de esta disciplina. Ahí explica, entre otras cosas, el motivo por el cual considera mejor traducir directo del hebreo. San Jerónimo no rechazó los libros deuterocanónicos. La Iglesia aceptó su traducción con la inclusión de los libros deuterocanónicos. Por eso la Biblia Vulgata tiene los 46 libros.

La Iglesia establece el Canon de la Biblia

Es importante entender que la Iglesia fundada por Cristo precede al Nuevo Testamento. Es la Iglesia la autoridad que establece el canon de la Biblia y su correcta interpretación y no al revés, como creen algunos Protestantes. Cuando en el N.T. habla de las "Escrituras" se refiere al A.T. El nombre de "Nuevo Testamento" no se usó hasta el siglo II.

Con el tiempo, un creciente número de libros se presentaban como sagrados y causaban controversia. Entre ellos muchos eran de influencia gnóstica. Por otra parte, algunos, como los seguidores de Marción, rechazaban libros generalmente reconocidos por los Padres. La Iglesia, con la autoridad Apostólica que Cristo le dio, definió la lista (canon) de los Libros Sagrados de la Biblia.

Los concilios de la Iglesia Católica - el Concilio de Hipo, en el año 393 A.D. y el Concilio de Cartago, en el año 397 y 419 A.D., ambos en el norte de África - confirmaron el canon Alejandrino (con 46 libros para el Antiguo Testamento) y también fijaron el canon del Nuevo Testamento con 27 libros.

Para reconocer los libros del Nuevo Testamento los Padres utilizaron tres criterios:
1- que fuesen escritos por un Apóstol o su discípulo.
2- que se utilizara en la liturgia de las iglesias Apostólicas
. Ej. Roma, Corintio, Jerusalén, Antioquía, etc.
3- que estuviera en conformidad con la fe
Católica recibida de los Apóstoles.

Al no satisfacer estos criterios, algunos evangelios atribuidos a los Apóstoles (ej. Ev. de Tomás, Ev. de Pedro) fueron considerados falsos por la Iglesia y rechazados. Por otra parte fueron aceptados libros (ej. Evangelio de San Juan y Apocalipsis) que por largo tiempo habían sido controversiales por el atractivo que ejercen en grupos sectarios y milenaristas.

La carta del Papa S. Inocencio I en el 405, oficialmente recoge el canon ya fijo de 46 libros del A.T. y los 27 del N.T. El Concilio de Florencia (1442) confirmó una vez más el canon, como lo hizo también el Concilio de Trento.

A la Biblia Protestante le faltan libros

En el 1534, Martín Lutero tradujo la Biblia al alemán. Pero rechazó los últimos siete libros del A.T. porque estos contradecían sus nuevas doctrinas. Por ejemplo, al quitar los libros de Macabeos, le fue mas fácil negar el purgatorio ya que 2 Macabeos 12, 43-46 da por supuesto que existe una purificación después de la muerte. Lutero dice que Macabeos no pertenece a la Biblia. Sin embargo Hebreos 11,35 (Nuevo Testamento) hace referencia a 2 Macabeos: "Unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una resurrección mejor". Los únicos en el Antiguo Testamento a quienes se aplica este pasaje es a los mártires macabeos, que fueron torturados por conseguir la resurrección (2 Mac. 7:11, 14, 23, 29, 36).

¡Lutero consideró conveniente optar por el canon de Jamnia que los judíos habían establecido para distanciarse del cristianismo!. Lo prefirió a pesar que le faltaban libros que Jesús, los Apóstoles y la Iglesia desde el principio habían reconocido (ver arriba). Agrupó los libros que quitó de la Biblia bajo el título de "apócrifos", señalando: "estos son libros que no se tienen por iguales a las Sagradas Escrituras y sin embargo son útiles y buenos para leer".

Lamentablemente Lutero propagó sus errores junto con su rebelión. Por esa razón a la Biblia Protestante le faltan 7 libros del AT. Los consideran libros que ellos llaman "apócrifos".

  • Tobías
  • Judit
  • Ester (protocanónico con partes deuterocanónicas)
  • Daniel (protocanónico con partes deuterocanónicas)
  • I Macabeos
  • II Macabeos
  • Sabiduría
  • Eclesiástico (también llamado "Sirac")
  • Baruc

Lutero no solo eliminó libros del Antiguo Testamento sino que quiso eliminar algunos del Nuevo Testamento e hizo cambios en el Nuevo Testamento para adaptarlo a su doctrina.

Martín Lutero había declarado que la persona se salva sólo por la fe (entendiendo la fe como una declaración legal), sin necesidad de poner la fe en práctica por medio de obras. Según él todas las doctrinas deben basarse solo en la Biblia, pero la Biblia según la acomoda e interpreta él. Por eso llegó incluso a añadir la palabra "solamente" después de la palabra "justificado" en su traducción alemana de Romanos 3, 28. También se refirió a la epístola de Santiago como epístola "de paja" porque esta enseña explícitamente: "Veis que por las obras se justifica el hombre y no sólo por la fe". (Ver: Fe y obras; Estado actual del diálogo Católico-Luterano al respecto)

Lutero además se tomó la libertad de separar los libros del Nuevo Testamento de la siguiente manera:

  • Libros sobre la obra de Dios para la salvación: Juan, Romanos, Gálatas, Efesios, I Pedro y I Juan

  • Otros libros canónicos: Mateo, Marcos, Lucas, Hechos, el resto de las cartas de Pablo, II Pedro y II de Juan

  • Los libros no canónicos: Hebreos, Santiago, Judas, Apocalipsis y libros del Antiguo Testamento.

Gracias a Dios, los Protestantes y Evangélicos tienen los mismos libros que los católicos en el Nuevo Testamento porque no aceptaron los cambios de Lutero para esta parte del canon. Pero se encuentran en una posición contradictoria: Reconocen el canon establecido por la Iglesia Católica para el Nuevo Testamento (los 27 libros que ellos tienen) pero no reconocen esa misma autoridad para el canon del A.T.

Es interesante notar que la Biblia Gutenberg, la primera Biblia impresa, es la Biblia latina (Vulgata), por lo tanto, contenía los 46 libros del canon alejandrino.

El reformador español, Casiodoro de Reina, respetó el canon católico de la Biblia en su traducción, la cual es considerada una joya de literatura. Pero luego Cipriano de Valera quitó los deuterocanónicos en su versión conocida como Reina-Valera.

Posición de la Iglesia Anglicana

Según los 39 Artículos de Religión de la Iglesia de Inglaterra (1563), los libros deuterocanónicos pueden ser leídos para "ejemplo de vida e instrucción de costumbres", pero no deben ser usados para "establecer ninguna doctrina" (Artículo VI). Consecuentemente, la Biblia, versión "King James" (1611) contenía estos libros entre el N.T. y el A.T. Pero Juan Lightfoot (1643) criticó este orden alegando que los "malditos apócrifos" pudiesen ser así vistos como un puente entre el A.T. y el N.T. La Confesión de Westminster (1647) decidió que estos libros, "al no ser de inspiración divina, no son parte del canon de las Escrituras y, por lo tanto, no son de ninguna autoridad de la Iglesia de Dios ni deben ser en ninguna forma aprobados o utilizados más que otros escritos humanos."

Los Concilios modernos confirman el Canon

La Iglesia Católica, fiel a la encomienda del Señor de enseñar la verdad y refutar los errores, definió solemnemente, en el Concilio de Trento, en el año 1563, el canon del Antiguo Testamento con 46 libros siguiendo la traducción griega que siempre habían utilizado los cristianos desde el tiempo apostólico. Enseñó que los libros deuterocanónicos deben ser tratados "con igual devoción y reverencia". Esto fue una confirmación de lo que la Iglesia siempre enseñó.

Esta enseñanza del Concilio de Trento fue una vez más confirmada por el Concilio Vaticano I y por el Concilio Vaticano II (Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la Sagrada Escritura). El Catecismo de la Iglesia Católica reafirma la lista completa de los Libros Sagrados, incluyendo los deuterocanónicos.

La Biblia es un regalo del Señor, presentado como obra terminada a través de un largo proceso en el que el Espíritu Santo ha guiado a la Iglesia Católica a la plenitud de la verdad. Por la autoridad de la Iglesia se establece el canon definitivo.

Ante los que quieren introducir libros en el Canon, por ejemplo, el "Evangelio de Judas", los protestantes más conocedores han tenido que recurrir a la autoridad de la Iglesia Católica para declarar que el canon de las Escrituras ha sido fijado en los Concilios del siglo IV y no se puede cambiar.

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Biblia – La división en versículos, cómoda para el uso, desorientadora a veces (por indicar cortes donde el redactor no los puso), es casi moderna: la hizo Robert ÉSTIENNE (Stephanus) en 1550. E. Langton en 1206 había hecho, como mejor puso, la división en capítulos.

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Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta.
San Pablo -II Tesalonicenses 2,15

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Ilustre Teofilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor».
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en Él. Y Él se puso a decirles:
«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».

Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

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¿Porque la Biblia Católica tiene mas libros que la protestante?

Por el año 605 a.C., el Pueblo de Israel sufrió una dispersión o, como se le conoce Bíblicamente, una "diáspora". El rey Nabuconodosor conquistó a Jerusalén y llevó a los israelitas cautivos a Babilonia, comenzando de Babilónica" (cf. 2 Reyes 24,12 y 2 Reyes 25,1).

Pero no todos los israelitas fueron llevado cautivos, un "resto" quedó en Israel: 2 Reyes 25,12; 2 Reyes 25,22; Jeremías 40,11; Ezequiel 33,27. También un número de Israelitas no fueron cautivos a Babilonia sino que fueron a Egipto: 2 Reyes 25,26; Jeremías 42,14; Jeremías 43,7.

El rey Ciro de Persia conquistó a Babilonia (2 Crónicas 36,20; 2 Crónicas 36,23) y dio la libertad a los israelitas de regresar a Israel, terminando así su esclavitud. Algunos regresaron a Palestina (Esdras 1,5; 7,28 y Nehemías 2,11) pero otros se fueron en vez a Egipto, estableciéndose, en su mayoría, en la ciudad de Alejandría (fundada por Alejandro Magno en el 322 a.C, contaba con la biblioteca mas importante del mundo en esa época). En esta gran ciudad convivían griegos, judíos y egipcios. Así que los judíos estaban disgregados aun después del fin del cautiverio, unos en Palestina y otros en la diáspora, sobre todo en Alejandría. En el tiempo de Jesús habían mas judíos en Alejandría que en la misma Palestina (1 Macabeos 1,1)

Mientras la primera semejanza de un canon hebreo se empieza a formar, la lengua hebrea comienza a morir y desapareció completamente para el año 135 a.C. Por esta razón Jesús y sus contemporáneos en Palestina hablaban arameo, un dialecto del hebreo.

La Traducción de los Setenta (Septuagésima)

Como en la mayor parte del mundo civilizado, la lengua principal de Alejandría en el siglo III a.C. era el griego. Había por eso gran necesidad de una traducción griega de las Sagradas Escrituras. La historia relata que Demetrio de Faleron, el bibliotecario de Plotomeo II (285-246 a.C.), quería unas copias de la Ley Judía para la Biblioteca de Alejandría. La traducción se realizó a inicios del siglo tercero a.C. y se llamó la Traducción de los Setenta (por el número de traductores que trabajaron en la obra). Comenzando con el Torá, tradujeron todas las Sagradas Escrituras, es decir todo lo que es hoy conocido por los cristianos como el Antiguo Testamento. Introdujeron también una nueva organización e incluyeron Libros Sagrados que, por ser mas recientes, no estaban en los antiguos cánones pero eran generalmente reconocidos como sagrados por los judíos. Se trata de siete libros, escritos en griego, que son llamados hoy deuterocanónicos. Vemos entonces que no hay un "silencio bíblico" (una ausencia de Revelación) en los siglos precedentes al nacimiento de Jesús. La mayoría de los judíos de aquel tiempo sabían que Dios continuaba revelándose. Aquella era la última etapa de revelación antes de la venida del Mesías.

La Traducción de los Setenta contiene los textos originales de algunos de los deuterocanónicos (Sabiduría y 2 Macabeos) y la base canónica de otros, ya sea en parte (Ester, Daniel y Sirac) o completamente (Tobit, Judit, Baruc y 1 Macabeos).

La Traducción de de los Setenta es la que se usaba en tiempo de Jesucristo y los Apóstoles

La versión alejandrina, con los siete libros deuterocanónicos, se propagó mucho y era la generalmente usada por los judíos en la era Apostólica. Por esta razón no es sorprendente que esta fuera la traducción utilizada por Cristo y los escritores del Nuevo Testamento. 300 de las 350 referencias al Antiguo Testamento que se hacen en el Nuevo Testamento son tomadas de la versión alejandrina. Por es no hay duda de que la Iglesia apostólica del primer siglo aceptó los libros deuterocanónicos como parte de su canon (libros reconocidos como Palabra de Dios). Por ejemplo, Orígenes, (Padre de la Iglesia ¿?-254), afirmó que los cristianos usaban estos libros aunque algunos líderes judíos no los aceptaban oficialmente.

Al final del primer siglo de la era cristiana, una escuela judía, quizás de rabinos, hicieron un canon hebreo en la ciudad de Jamnia, en Palestina. Cerraron el canon con los profetas Esdras (458 a.C.), Nehemías (445 a.C.), y Malaquías (433 a.C.). Este canon comprendía de 22 a 24 libros. No rechazaron los libros deuterocanónicos definitivamente, pero no los incluyeron entre los canónicos. El canon reconocido por los judíos no se fijó hasta mas de cien años después. Aun entonces, los libros "deuterocanónicos" siguieron siendo leídos y respetados por los judíos. Mientras tanto los cristianos siguieron reconociendo la versión alejandrina. Es así que surgieron los dos cánones del Antíguo Testamento.

Los dos cánones del Antiguo Testamento:

El canon de Alejandría (la traducción de los Setenta al griego, hecha antes de Cristo y aceptada por todos los cristianos y muchos judíos, que contiene los libros deuterocanónicos)

El canon de Palestina (Jamnia, traducción hebrea hecha después de Cristo).

Los historiadores ponen como fecha en que se fijaron los cánones de las traducciones de Alejandría y de Palestina para el siglo segundo de nuestra era. El Obispo Melito de Sardis registró la primera lista conocida del canon alejandrino en el año 170 A.D. Contenía 45/46 libros (el libro de Lamentaciones se consideraba como parte de Jeremías). El canon Palestino contenía solo 39 libros pues no tenía los libros 7 libros Deuterocanónicos.

La Vulgata de San Jerónimo

La primera traducción de la Biblia al latín fue hecha por San Jerónimo y se llamó " (año 383 AD). El latín era entonces el idioma común en el mundo Mediterráneo. San Jerónimo en un principio tradujo del texto hebreo del canon de Palestina. Su estilo era mas elegante y en algunas frases distinto a la Traducción de los Setenta. Además le faltaban los libros deuterocanónicos por no estar en el texto hebreo. Esto produjo una polémica entre los cristianos. En defensa de su traducción, San Jerónimo escribió una carta: "Ad Pachmmachium de optimo genere interpretandi", la cual es el primer tratado acerca de la traductología. Por eso se le considera el padre de esta disciplina. Ahí explica, entre otras cosas el motivo por el cual considera inexacta a la septuagésima. Finalmente se aceptó su versión, pero con la inclusión de los libros deuterocanónicos. Por eso la Vulgata tiene todos los 46 libros.

La Iglesia establece el canon

La controversia sobre que libros son canónicos fue larga, extendiéndose hasta el siglo IV y aun mas tarde. Las polémicas con los herejes, particularmente los seguidores de Marción, que rechazaban libros generalmente reconocidos por los Padres, hizo que la Iglesia definiera con autoridad la lista de los libros sagrados (el canon).

Los concilios de la Iglesia, el Concilio de Hipo, en el año 393 A.D. y el Concilio de Cartago, en el año 397 y 419 A.D., ambos en el norte de África, confirmaron el canon Alejandrino (con 46 libros para el Antiguo Testamento) y también fijaron el canon del Nuevo Testamento con 27 libros. La carta del Papa S. Inocencio I en el 405, también oficialmente lista estos libros. Finalmente, el concilio de Florencia (1442) definitivamente estableció la lista oficial de 46 libros del A.T. y los 27 del N.T.

El canon del Nuevo Testamento se definió en el siglo IV tras un largo y difícil proceso de discernimiento. El mismo nombre de "Nuevo Testamento" no se usó hasta el siglo II. Uno de los criterios para aceptar o no los libros fue que tuviese como autor a un apóstol; su uso, especialmente en la liturgia en las Iglesias Apostólicas y la conformidad con la fe de la Iglesia. Fue bajo estos criterios que algunos evangelios atribuidos a los Apóstoles (ej. Ev de Tomás, Ev. de Pedro) fueron rechazados. El evangelio de San Juan y el Apocalipsis se consideraron por largo tiempo como dudosos por el atractivo que tenían con grupos sectarios y milenaristas.

Todos los católicos aceptaron el canon de la Biblia fijado por los concilios mencionados y, como este canon no fue causa de seria controversia hasta el siglo XVI, no se necesitó definir el canon de la Biblia como una verdad infalible.

A la Biblia Protestante le faltan libros

En el 1534, Martín Lutero tradujo la Biblia al alemán y agrupó los siete libros deuterocanónicos bajo el título de "apócrifos", señalando: "estos son libros que no se tienen por iguales a las Sagradas Escrituras y sin embargo son útiles y buenos para leer." Es así como los protestantes llegaron a considera a los deuterocanónicos como libros no aceptados en el canon, o sea como libros apócrifos.

La historia demuestra que no es verdad lo que dijo Lutero. Siempre los cristianos habían reconocido esos libros como parte de la Biblia. Los concilios del siglo IV y posteriores habían confirmado la creencia cristiana. La opinión de Lutero era mas bien la de los judíos que seguían la traducción de Jamnia. Lamentablemente Lutero propagó sus errores junto con su rebelión. Es por eso que sus seguidores, los protestantes, carecen de los libros deuterocanónicos de la Biblia:

Tobías

Judit

Ester (protocanónico con partes deuterocanónicas)

Daniel (protocanónico con partes deuterocanónicas)

I Macabeos

II Macabeos

Sabiduría

Eclesiástico (también llamado "Sirac")

Baruc

Lutero no solo eliminó libros del Antiguo Testamento sino que hizo cambios en el Nuevo Testamento.

"Él [Martín Lutero] había declarado que la persona no se justifica por la fe obrando en el amor, sino sólo por la fe. Llegó incluso a añadir la palabra "solamente" después de la palabra "justificado" en su traducción alemana de Romanos 3, 28, y llamó a la Carta de Santiago "epístola falsificada" porque Santiago dice explícitamente: "Veis que por las obras se justifica el hombre y no sólo por la fe". -Scott y Kimberly HAHN, "Roma dulce hogar", ed. Rialp, Madrid, 2000, página 57. (Scott Hahn fue ministro protestante, presbiteriano antes de su conversión)

Se tomó la libertad de separar los libros del Nuevo Testamento de la siguiente manera:

Libros sobre la obra de Dios para la salvación: Juan, Romanos, Gálatas, Efesios, I Pedro y I Juan

Otros libros canónicos: Mateo, Marcos, Lucas, Hechos, el resto de las cartas de Pablo, II Pedro y II de Juan

Los libros no canónicos: Hebreos, Santiago, Judas, Apocalipsis y libros del Antiguo Testamento.

Gracias a Dios, los protestantes tienen los mismos libros que los católicos en el Nuevo Testamento porque no aceptaron los cambios de Lutero para esta parte del canon.

Los protestantes y evangélicos se encuentran en una posición contradictoria: Reconocen el canon establecido por los concilios del siglo IV para el Nuevo Testamento (los 27 libros que ellos tienen) pero no reconocen esa misma autoridad para el canon del AT.

Es interesante notar que la Biblia Gutenberg, la primera Biblia impresa, es la Biblia latina (Vulgata), por lo tanto, contenía los 46 libros del canon alejandrino.

Posición de la Iglesia Anglicana

Según los 39 Artículos de Religión (1563) de la Iglesia de Inglaterra, los libros deuterocanónicos pueden ser leídos para "ejemplo de vida e instrucción de costumbres", pero no deben ser usados para "establecer ninguna doctrina" (Artículo VI). Consecuentemente, la Biblia, versión King James (1611) imprimió estos libros entre el N.T. y el A.T. Pero Juan Lightfoot (1643) criticó este orden alegando que los "malditos apócrifos" pudiesen ser así vistos como un puente entre el A.T. y el N.T. La Confesión de Westminster (1647) decidió que estos libros, "al no ser de inspiración divina, no son parte del canon de las Escrituras y, por lo tanto, no son de ninguna autoridad de la Iglesia de Dios ni deben ser en ninguna forma aprobados o utilizados mas que otros escritos humanos".

Clarificación Católica del Canon

La Iglesia Católica, fiel a la encomienda del Señor de enseñar la verdad y refutar los errores, definió solemnemente, en el Concilio de Trento, en el año 1563, el canon del Antiguo Testamento con 46 libros siguiendo la traducción griega que siempre habían utilizado los cristianos desde el tiempo apostólico. Confirmó así la fe cristiana de siempre y dijo que los libros deuterocanónicos deben ser tratados "con igual devoción y reverencia". El Catecismo de la Iglesia Católica reafirma la lista completa de los Libros Sagrados, incluyendo los deuterocanónicos.

Esta enseñanza del Concilio de Trento fue ratificada por el Concilio Vaticano I y por el Concilio Vaticano II (Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la Sagrada Escritura).

La Biblia es un regalo del Señor presentado como obra terminada a través de un largo proceso culminado por el Espíritu Santo en la Iglesia Católica por cuya autoridad se establece el canon definitivo.
Así se ha respetado la Palabra del Señor: «Como hubo falsos profetas en el pueblo, también entre vosotros habrá falsos maestros que promoverán sectas perniciosas. Negarán al Señor que los rescató y atraerán sobre sí una ruina inminente»... 2ª carta de S. Pedro, cap. 2

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BIBLIA: Admitimos que hubo algunos sacerdotes que sobrepasaron el límite de la prudencia al prohibir la lectura de la Biblia, no con intención de disminuir su importancia, sino para protegerla. Martín Lutero tuvo que admitir que sin la Iglesia católica él no hubiera tenido la Biblia (ver su Comentario sobre San Juan, 16).

Por siglos, el idioma universal de la Iglesia y del mundo occidental fue el latín. En todas las misas el sacerdote leía la Biblia en este idioma. Cuando el latín dejó de ser el idioma universal en el occidente, por tradición, las lecturas de la Biblia quedaron en latín pero los feligreses tenían los misales con la traducción en su propio idioma.

Los que piensan que antes de Martín Lutero no existían traducciones de la Biblia están equivocados. Antes de que él tradujera la Biblia al alemán, la Iglesia tenía ediciones completas o trozos de ella en 26 diferentes lenguas europeas, y en ruso. Por ejemplo, existía la Biblia Héxapla del año 240, la de Jerónimo, La Vulgata, del 390. Había además 30 ediciones de la Biblia completa en alemán antes de la
versión de Lutero en 1534(2), nueve antes de que él naciera. Había 62 ediciones de la Biblia, autorizadas por la Iglesia en Hebreo, 22 en griego, 20 en italiano, 26 en francés, 19 en flamenco, dos en español: la Biblia ALFONSINA (de "Alfonso el Sabio", año 1280) y la Biblia De la Casa de Alba (año 1430, AT)(3), seis en bohemio y una en eslavo, catalán y checo.(4)

La primera Biblia impresa, fue producida bajo los auspicios de la Iglesia católica- impresa por el inventor católico de la imprenta: Johannes (Juan) Gutenberg. La primera Biblia con capítulos y versículos numerados fue producida por la Iglesia católica, gracias al trabajo de Esteban Langton, Arzobispo de Canterbury, Inglaterra. A pesar de esto acusan a la Iglesia de haber intentando la destrucción de la Biblia; si hubiera deseado hacer esto, tuvo 1500 años para hacerlo.

"Las sectas protestantes dicen que solamente la Biblia es fuente de revelación. ¿Podrían ustedes con la sola Biblia dar el capítulo y versículo donde se afirma que S. Mateo, S. Marcos, S. Lucas y S. Juan son los autores de los Evangelios que llevan su nombre y certificarlo de forma apodíctica, sin tener que recurrir a la Tradición de la Iglesia Católica?. Esto es sumamente importante, ya que más del 90 % de lo que sabemos acerca de Jesús, está en estos cuatro (4) sagrados documentos del origen del cristianismo y –siguiendo vuestra tesis-, no encontrando en la Biblia tal afirmación, no son dignos de considerarlos Palabra Divina con todas sus consecuencias." ¿Hay algún protestante que pueda responder a esta pregunta?

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En todo el proceso de completar el canon la lista de libros del NT entendemos mejor que fue la Biblia la que salió de la Iglesia y no la Iglesia de la Biblia. Por eso, verdaderamente no hay separación entre "Biblia" y "Tradición". La Biblia forma parte de la Tradición de la Iglesia católica. No es cuestión de fe, de historia es materia.-

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Los Papiros Bodmer 14-15

S.S. Benedicto PP XVI recibe un manuscrito

que demuestra la historicidad de los Evangelios


Los Papiros Bodmer 14-15 están ahora en la Biblioteca Apostólica Vaticana


CIUDAD DEL VATICANO, martes, 23 enero 2007- S.S. Benedicto PP XVI ha recibido como regalo para la Santa Sede unos de los papiros más antiguos de los Evangelios que demuestran su carácter histórico.
Entregó como regalo al Papa los Papiros Bodmer 14 y 15 (P75), datados entre 175 y 225 d. C., este lunes su donante, el estadounidense Frank J. Hanna y su familia.
«El Papiro contiene cerca de la mitad de los Evangelios de Lucas y de Juan. Fue escrito en Egipto y quizá utilizado como libro litúrgico», explicó el cardenal Jean-Louis Tauran, Archivista y Bibliotecario de la Santa Romana Iglesia, durante la audiencia.
Los manuscritos pertenecían antes a la Fundación Bodmer de Cologny, a las afueras de Ginebra (Suiza) y se encuentra ahora custodiado en la Biblioteca Apostólica Vaticana.
«La Biblioteca del Papa posee el más antiguo testimonio del Evangelio de Lucas y entre los más antiguos del Evangelio de Juan», añadió el purpurado francés.
Los papiros Bodmer 14 y 15 (P75) contienen un total de 144 páginas y constituyen el manuscrito más antiguo que mantiene unidos el texto de dos Evangelios.
«Casi seguramente estaba destinado a una pequeña comunidad, una “parroquia” egipcia de lengua griega, que, como es habitual en todas las liturgias cristianas, leía el Evangelio durante la celebración eucarística», explica el diario vaticano «L’Osservatore Romano» en su edición del 24 de enero 2007
El hecho de que los Evangelios de Lucas y Juan se encontraran unidos en un mismo papiro, como sucede en este caso, es visto por los expertos como una demostración de que para las primeras comunidades cristianas los Evangelios formaban una unidad, han explicado a Zenit algunos de los participantes en el encuentro con el Papa.
El documento es decisivo pues coincide con el del «Codex Vaticanus», uno de las ediciones más antiguas de la Biblia, del siglo IV. Los Papiros Bodmer 14 y 15 demuestran, por tanto, que las versiones más antiguas del Nuevo Testamento que se conservan en su integridad corresponden con los Evangelios que ya siglos antes circulaban entre las comunidades cristianas.
Entre otras cosas, en estos papiros se encuentra la trascripción más antigua del Padrenuestro, según es relatada por Lucas.
En la entrega del papiro participó el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado; el obispo Raffaele Farina, prefecto de la Biblioteca Vaticana, y Gary Krupp KCSG, fundador de la «Pave the Way Foundation», que durante un año ha trabajado para alcanzar este resultado. Zenit-ZS07012307- 2007-01-24

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San Lucas - evangelista

El códice que corrobora la autenticidad del Evangelio
El Papiro Bodmer, presente digno de un Papa


JERUSALÉN, domingo, 22 abril 2007.- Como se puede imaginar, Benedicto XVI recibe regalos con frecuencia y no sólo en su cumpleaños o el aniversario de su elección papal. Aunque el Santo Padre indudablemente aprecia estos gestos, pocos han sido universal y personalmente tan significativos como el Papiro Bodmer 14-15 (P75).
El Papiro Bodmer, datado en el año 175, es la copia más antigua que existe de fragmentos de los Evangelios de Juan y Lucas. Descubierto en Egipto a principios de la década de los cincuenta del siglo pasado, el papiro ha tenido una influencia decisiva en el curso de los estudios bíblicos.
Cuando los estudiosos vieron tan notable concordancia entre los textos, tuvieron que reconocer que el «Codex Vaticanus», del siglo IV, la más antigua versión completa de los Evangelios, era verdaderamente auténtica.

El papiro llegó a las manos de Frank Hanna III, un hombre de negocios de Atlanta, Georgia, Estados Unidos. A través de lo que Hanna denominó complicada pero notable serie de acontecimientos, pudo comprar el papiro antes de que fuera subastado, y regalarlo en enero al Santo Padre como presente para la Iglesia.
El papiro Bodmer es la evidencia tangible de que el Evangelio que circuló entre las primeras comunidades cristianas había sido compuesto mucho antes del siglo IV y redactado en la forma que conocemos.

En resumen, dijo Hanna: «este papiro nos ayuda a autentificar nuestra Biblia cristiana. De la misma manera que tenemos la Iglesia edificada sobre los huesos de Pedro, tenemos justo al lado, en la Biblioteca Vaticana, un texto de los orígenes de la Palabra de Dios que autentifica lo que siempre habíamos tenido por verdadero».
Además, es uno de los más antiguos códices conocidos, o volúmenes encuadernados, y se cree que fue usado para la liturgia, dando a los católicos otra conexión concreta con la primera Iglesia.

Zenit habló con Hanna en Jerusalén, donde relató su propio descubrimiento del papiro Bodmer y su consiguiente significado para su fe.
«Toda esta aventura ha sido una maravillosa bendición para mí y para mi familia, y como muchas bendiciones de Dios, apareció no se sabe de dónde», dijo Hanna.

Confiesa: «Antes de de recibir una llamada telefónica en mayo del año pasado, apenas sabía lo que era un papiro, y ciertamente nunca había oído hablar del Papiro Bodmer.
«De manera que uno de los beneficios de esta experiencia es todo lo que he aprendido sobre la Escritura».

Hanna dijo que «recibió una llamada del arzobispo Pietro Sambi, el nuncio papal en Estados Unidos, quien subrayó el interés de la Iglesia por este papiro. También insistió en el interés personal que tenía en él Benedicto XVI, que es un increíble estudioso y sabía de la existencia del papiro».
El cardenal Jean-Louis Tauran, archivista y bibliotecario de la Santa Romana Iglesia, presentó una página del papiro al Santo Padre el pasado enero, después de que Hanna lo regalara al Santo Padre.

Curiosamente, es una página de en medio que marca el final del Evangelio de Lucas y el prólogo del Evangelio de Juan, mostrando el orden de los textos como ya se usaba en las primeras comunidades cristianas.
«Benedicto XVI es especialmente aficionado al Evangelio de Lucas y de Juan, así como a la explicación de la Palabra de Dios. De manera que esta página tiene un significado especial », aclara Hanna.

Añade: «Fue maravilloso ver la alegría evidente en el rostro de Benedicto XVI cuando lo recibió. El texto está tan bien conservado que si se sabe leer el griego bíblico, se puede leer como si se leyera un periódico».
«De manera que el Papa pidió sus gafas y empezó a leer con una sonrisa en sus labios. Se podía ver que era realmente capaz de disfrutar del texto».

Entre las bendiciones personales que Hanna ha experimentado en su esfuerzo por conseguir este papiro para la Iglesia, revela una experiencia vivida por su hija de 16 años, Elizabeth.
«Cuando mi hija tenía diez años, memorizamos el prólogo del Evangelio de Juan y lo recitábamos juntos camino de la escuela. Ella tenía también una fuerte devoción inusual a la Natividad», recuerda.

«Después de que pusiéramos nuestra confianza en María, supimos que al Evangelio de Lucas se le llama también el Evangelio de María o el Evangelio de la Natividad».
Todo esto, dijo Hanna, son gracias que nunca se nos hubiera ocurrido pedir.

«Roma y Jerusalén son los dos centros de la Iglesia. El hecho es que aunque muchos cristianos queremos centrarnos en nuestra naturaleza espiritual, sin embargo, nos ayuda ver toda esta evidencia física».
«Aquí, en el lugar donde vivió Jesús, vemos que cuando hablamos de Jesús no estamos hablando de una figura legendaria como Paul Bunyan o Zeus lanzando sus rayos».

«Cristo fue un hombre real que nació en una pequeña ciudad llamada Belén, que creció en Nazaret y vivió en Cafarnaún y caminó por estas calles».
«Poder tener estas manifestaciones tangibles no debería verse como una muleta. Son un realce de nuestra fe», opina.
«Apoyarse en estas cosas es como aferrarse al afecto físico de una persona amada --concluye--. Forma parte de lo que nos hace seres humanos». Zenit.

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El Fragmento Muratoriano

Todavía hay otro documento que se atribuye a Hipólito de Roma, el llamado Fragmento Muratoriano. Contiene la más antigua lista de escritos del Nuevo Testamento aceptados como inspirados. Es, por consiguiente, de grandísima importancia para la historia del Canon. Fue descubierto y publicado por L. A. Muratori en 1740 de un manuscrito del siglo VIII de la Biblioteca Ambrosiana de Milán. Su latín es incorrecto y defectuosa su ortografía. Otros cuatro fragmentos del mismo texto se encontraron en códices de los siglos XI y XII en Montecasino. El manuscrito de la Biblioteca Ambrosiana provenía originalmente del antiguo monasterio de Bobbio. Está mutilado al principio y al fin y empieza a la mitad de una frase sobre el evangelio de Marcos. El fragmento comprende en total 85 líneas. No se contenta con enumerar los diferentes libros, sino que también demuestra su origen apostólico y da otros pormenores concernientes a la paternidad y canonicidad, especialmente por lo que se refiere al evangelio de San Juan. Después de los Evangelios, la lista enumera los Hechos de los Apóstoles, trece epístolas de San Pablo, las epístolas de San Juan y de San Judas, y dos Apocalipsis, el de Juan y el de Pedro. No se hace mención de la epístola a los Hebreos, ni de las de Santiago y San Pedro. Otras epístolas de San Pablo, como las escritas a los Laodicenses y a los Alejandrinos, son tachadas de heréticas: "Circulan, además, una epístola a los Laodicenses y otra a los Alejandrinos falsificadas bajo el nombre de Pablo, para favorecer a la herejía de Marción, y algunas otras que no pueden recibirse en la Iglesia católica, porque no conviene mezclar la hiel con la miel" (3). Es interesante que en este canon, el más antiguo del Nuevo Testamento, se cite también el libro de la Sabiduría, "escrito por los amigos de Salomón." El Apocalipsis de Pedro (cf. p.143s) viene mencionado después del de San Juan, pero con cierto recelo: "aunque algunos entre nosotros no quieren que se lea en la Iglesia": esto indica que había oposición contra él. Se recomienda el Pastor de Hermas (cf. p.97-109) como lectura privada, pero no es aceptado como libro inspirado, por pertenecer al período post-apostólico: "En cuanto al Pastor, lo escribió muy recientemente Hermas en nuestros tiempos en la ciudad de Roma, cuando su hermano, el obispo Pío, estaba sentado en la cátedra de la Iglesia de Roma. Y por eso conviene también leerlo, pero no al pueblo públicamente en la iglesia, ni entre los profetas, porque su número ya está completo, ni entre los Apóstoles, hasta el fin de los tiempos" (4). Al final se rechazan otras obras heréticas: "De [los escritos de] Arsínoo, llamado también Valentín, o de Milcíades, no recibimos nada absolutamente. También [se rechazan] los que escribieron el nuevo libro de los Salmos para Marción, juntamente con Basílides y el fundador de los catafrigios asiáticos" (4).

El párrafo que trata del Pastor de Hermas indica que el Canon Muratoriano fue compuesto poco después de haber gobernado Pío la Iglesia de Roma (142-155), probablemente antes de finalizar el siglo II. Se admite generalmente su origen romano, como lo sugiere la mención "de la ciudad." Sin embargo, no se puede considerar como un documento oficial que implique la responsabilidad de la Iglesia de Roma, como sostuvo A. v. Harnack. H. Koch ha demostrado que son muchas las razones que militan contra esa teoría.

Se discute todavía si fue el griego o el latín la lengua original del documento. J. B. Lighfoot, con muchos otros, se decidió por el griego y consideró la obra actual como una traducción literal más bien torpe y que, además, se ha corrompido en el curso de su transmisión. Se funda en que la literatura de la Iglesia romana en aquella época era aún griega, como lo demuestra el ejemplo de Hipólito. Hacen observar también que la estructura y la conexión de las frases son griegas. Sin embargo, las recientes investigaciones de C. Mohrmann han demostrado que el cambio de lengua en la comunidad cristiana de Roma había empezado a realizarse hacia la mitad del siglo II y que por esa época existían ya versiones latinas del Antiguo Testamento. A pesar de esto, queda siempre la posibilidad de que el original fuera griego, puesto que el juego de palabras fel enim cum melle misceri non congruit apenas significa nada en contra.

Por falta de pruebas concretas no podemos atribuir este fragmento con certeza a ningún autor determinado. J. B. Lighfoot ha defendido con fuerza la paternidad de Hipólito de Roma. Th. H. Robinson, Th. Zahn, N. Bonwetsch, M. J. Lagrange son de la misma opinión. Por lo que se refiere al tiempo de su composición, dicen que sería una de las primeras obras de Hipólito. Podemos atribuírsela a él con mayores probabilidades que a cualquiera de los autores cuyos nombres se han sugerido, e. g. Clemente de Alejandría, Melitón de Sardes y Polícrates de Efeso.

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DE CÓMO LA IGLESIA CATÓLICA IBA ESCRIBÍENDO EL NUEVO TESTAMENTO… El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya San Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: "Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce: "(1 Co 15, 3-4). El Apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco (cf. Hch 9, 3-18).

El que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 16,10).
Es cierto que no podemos escuchar las palabras de Jesús, como podemos escuchar, por ejemplo, las palabras del Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, por medio de un video o un DVD. En este caso estaremos escuchando las palabras del difunto Papa. Jesús, en cambio, no es un difunto; él está vivo y está hablando hoy. En efecto, él aseguró a sus apóstoles que hablaría a través de ellos y en ellos: “El que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 16,10).
La voz de Cristo no cesó cuando murió el último apóstol, como enseña el Catecismo: “Por institución divina los Obispos han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha a ellos, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia a ellos, desprecia a Cristo y al que lo envió” (N. 862). La recomendación de Dios no está errada –‘absit’- cuando nos manda escuchar a Jesús, porque Jesús está vivo hoy y habla a través de los legítimos pastores de la Iglesia que son sucesores de esos apóstoles. “Escuchémosles”. Dos milenios, solo la Iglesia Católica anunciando a Cristo: “El que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 16,10).

“fidem custodire, concordiam servare”», custodiar la fe, conservar la concordia.

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CANON BÍBLICO - 2
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

En Gál 6,14-16, san Pablo escribió en grandes caracteres sobre la norma (en griego, kanon) de aquellos que viven bajo la paz y misericordia de Dios: la cruz, libertad de la obligación legal de circuncisión, y ser una nueva creación en Cristo. Así, un canon abarca lo que es normativo y de relevancia criteriológica para el discurso y la conducta cristianos. En el desarrollo definitivo del vocabulario cristiano en tiempos patrísticos, el término canon vino a significar la lista oficial de los libros de la Escritura que dan testimonio autorizado de la revelación de Dios.

1. ACLARACIÓN CONCEPTUAL. En su sentido etimológico, el término griego kanon se refiere a una vara o regla recta usada por un carpintero o albañil para averiguar si ha ensamblado determinados materiales de construcción en un nivel o de manera recta. En sentido figurado, un canon es un patrón o norma por el que se juzga correcto un pensamiento o doctrina: En arte y literatura, eruditos de la época helenística prepararon listas de aquellas obras antiguas que poseían forma ejemplar y estilo lingüístico, a las que se les ascribió categoría canónica como modelos.

En el uso cristiano primitivo, el corazón de la enseñanza apostólica transmitida era el "canon de la verdad" que proveía un contexto normativo para la especulación teológica (Clemente de Alejandría, Orígenes) y servía de prueba crítica mediante la cual demostrar que las doctrinas marcionitas y gnósticas estaban desviadas y debían ser excluidas (Tertuliano, Ireneo). A partir del año 300 d.C. las disposiciones doctrinales y disciplinarias de los sínodos episcopales eran los cánones, que regulaban la enseñanza y la vida de la Iglesia.

La aplicación del término canon a las Escrituras de la Iglesia es, de hecho, un uso lingüístico en el que un término conlleva dos significados que coinciden en parte. San Atanasio escribió en el año 351 que El pastor de Hermas "no está en el canon" (PG 25,448). La Carta festal del año 367, del mismo escritor, cataloga los libros del AT y del NT que están incluidos en el canon ya completo y cerrado (ta kanonizoména), en oposición a los libros apócrifos no igualmente incluidos (CSEO 151,34-37). Así, el canon es la lista o índice completo de los libros sagrados que constituyen la Biblia de la Iglesia.

Sin embargo, aparece un matiz diferente de significado cuando los cristianos hacen referencia a "las Escrituras canónicas". Santo Tomás dice que la sagrada doctrina utiliza las Escrituras canónicas como su propia y genuina fuente de datos y evidencia probativa. La razón es que "nuestra fe está basada sobre la revelación hecha a los apóstoles y profetas que compusieron las Escrituras canónicas" (S. Th. I, 1,8). Por eso los libros del canon están especialmente autorizados. San Agustín veneraba los libros, ahora denominados "canónicos", hasta el punto de creer firmemente que ninguno de los autores se desvió jamás en lo más mínimo de la verdad (Ep. 82,3; CSEL 34/2, 354). En el libro segundo de su obra De doctrina christiana (428), Agustín hizo una relación de las Escrituras canónicas de las Iglesias, y añadió después que estas obras proveían de una guía y alimento más que suficientes para una completa vida cristiana de fe, esperanza y caridad ("In his enim quae aperte in scripturis posita sunt, inveniuntur illa omnia quae continent fidem moresque vivendi, spem scilicet atque caritatem") (CSEL 80,42).

El canon cristiano de la Escritura es, en primer lugar, la enumeración completa de esos libros que la Iglesia recibe oficialmente como parte de su base como comunidad de fe. Pero en cuanto canónicos, estos libros sirven además como norma profética y apostólica, o patrón, de lo que es propio y legítimo en la transmisión de la verdad revelada y en la configuración de las vidas cristianas.

Canonicidad, sin embargo, no se identifica sencillamente con inspiración. La fe reconoce los libros canónicos como inspirados; pero, por sí mismo, el canon no excluye la posibilidad de que otros escritos, no reconocidos ahora como canónicos, hubieran sido compuestos con la asistencia y guía carismática del Espíritu. Todavía más, la inclusión en el canon no supone una determinación de autenticidad literaria, es decir, de redacción final, por parte de quien es señalado como autor de la obra. La canonicidad de una obra bíblica es totalmente compatible con la obra que es pseudónima en origen. Por ejemplo, las epístolas de Timoteo y Tito, como obras incluidas en el canon del NT, están por esa razón garantizadas como portadoras de tradiciones apostólicas normativas de doctrina y orden eclesiales. Pero la condición canónica no excluye que estas obras sean escritas, no por el apóstol Pablo, sino por otro autor que reformuló la tradición paulina para la situación de las Iglesias un cuarto de siglo después de la muerte de Pablo.

2. EL CANON CRISTIANO DEL ANTIGUO TESTAMENTO.

En el judaísmo, hasta cerca del año 100 d.C., existe un sólido núcleo de libros autorizados, divididos en Torá, profecía y "otros escritos" (Si., prólogo). Las dos primeras partes eran colecciones cerradas en la época de Jesús, mientras que el número de libros, en la tercera parte de las Escrituras judías, parece haber sido considerado de modo diferente por los diversos grupos (saduceos, fariseos, esenios, samaritanos, judíos de la diáspora). Pero tras los traumáticos acontecimientos del año 70 d.C., con la destrucción del templo, la concepción de los fariseos sobre la inspiración y el canon prevaleció en el judaísmo reconstituido. Se creía que el carisma profético había cesado en el siglo v a. C., y la autoridad omnímoda, para el culto y la enseñanza sinagogales, fue adscrita a un canon cerrado de veintidós libros. Éstos incluían los cinco preeminentes libros de Moisés, doce libros de profecía (tanto historia profética, desde Josué, pasando por Job y Esdras-Nehemías, como los libros proféticos de Isaías, Jeremías-Lamentaciones, Ezequiel, Daniel y el único libro de los doce profetas menores) y sólo otros cinco escritos (Ester, Salmos, Proverbios, Qohélet y el Cantar de los Cantares).

La compleja historia de la admisión cristiana de las Escrituras de Israel ha sido estudiada desde una variedad de perspectivas por A.C. Sundberg, H. von Campenhausen, R.A. Greer, R. Beckwith y muchos otros. En nuestra exposición pasamos por alto la visión propia de Jesús de las Escrituras de Israel y la extremadamente fructífera relectura de la Iglesia apostólica de ellas a la luz del acontecimiento-Cristo y su propia misión universal.

El cierre definitivo del canon judío no tuvo un impacto inmediato sobre los cristianos de los siglos II y III. Sin embargo, un desarrollo de mayor significación fue la reacción, de gran alcance en la Iglesia, contra la impugnación de Marción de que las Escrituras de Israel tuvieran alguna relevancia para los cristianos. Justino mártir, Ireneo, Orígenes y otros montaron una gran campaña didáctica en defensa del AT como indispensable para los cristianos por su riqueza de instrucción sobre la economía de salvación ideada y desarrollada en la historia por el único Dios, que es a la vez Señor de Israel y el Padre de Jesucristo.

Finalmente surgió el tema de la extensión material del AT cristiano, específicamente en forma de dicusión sobre la naturaleza de ciertos libros no incluidos en el canon judío: Tobías, Judit, 1-2 Macabeos, Sabiduría, Sirácida, Baruc y partes de Daniel (3,25-90; cc. 13-14). Estas obras se llaman ahora deuterocanónicas en lenguaje católico, pero están catalogadas entre los apócrifos, o libros no-canónicos por la mayoría de los protestantes.

Algunos escritores eclesiásticos de Oriente sostenían que el AT cristiano debería quedar limitado a sólo aquellos libros utilizados por sus contemporáneos judíos. Orígenes sabía que algunas Iglesias cristianas hacían uso catequético de Tobías, y san Atanasio consideraba los libros deuterocanónicos instructivos para una vida piadosa; pero para estos padres, y para san Cirilo de Jerusalén el canon cristiano no incluye estas obras. San Jerónimo, después de su estancia en Palestina, se convirtió en un convencido defensor del canon restringido de libros escritos originalmente en hebreo, y él tradujo Tobías a la Vulgata latina sólo por mandato episcopal. En Occidente, sin embargo, san Agustín fue un tajante defensor del canon más largo, apelando tanto al uso de los libros deuterocanónicos en la liturgia de numerosas Iglesias como discutiendo en detalle a favor de su benéfica contribución a la doctrina y a la piedad a la vez. Cánones de la Escritura promulgados por los concilios de Hipona (393 d.C.) y de Cartago (397) otorgaron sanción oficial al canon extenso, que el papa Inocencio I confirmó en el año 405 (DS 213).

La autoridad de san Agustín, unida a la de la Iglesia de Roma, aseguró la inclusión de los libros deuterocanónicos en el AT cristiano de la antigüedad tardía y de la Edad Media. Pero la reforma protestante desafió esta situación de pacífica posesión. En la disputa de Leipzig, de 1519, de Lutero contra Johann Eck, el reformador de Wittenberg planteó dudas acerca del uso teológico de 1-2Macabeos para justificar la oración, ofrendas e indulgencias por las almas del purgatorio. La autoridad de san Jerónimo llegó a figurar de modo prominente en un proceso protestante más amplio contra los siete libros deuterocanónicos, argumento al que Andreas Karlstadt, colega de Lutero, dio una forma más sistemática en su obra De canonicis scripturis libellus (1521). En sus biblias en lengua vernácula, tanto Lutero como Zuinglio habían impreso los libros impugnados en un apéndice, pero las ediciones calvinistas eliminaron estas obras totalmente de la Biblia.

Escritores controversistas católicos, tales como Johann Cochlaeus y Johann Dietenberger, lucharon a favor de la canonicidad de los libros cuestionados, sobre la base del número y la autoridad de sus antiguos defensores y su uso en la Iglesia. Cuando el concilio de Trento comenzó su tarea en diciembre de 1545, las primeras discusiones mostraron que la mayoría de los obispos quería sencillamente recibir y promulgar solemnemente el canon que había sido presentado por el concilio de Florencia, un siglo antes en sus negociaciones para la reunificación con los jacobitas o cristianos coptos de Etiopía (DS 1334-35). Jerónimo Seripando, superior general de los agustinos, abogó por admitir alguna diferencia dentro del AT, por ejemplo, entre libros canónicos que versan sobre asuntos de fe y otros que pertenecen a un canon morum; pero una abrumadora mayoría se opuso incluso a discutir el contenido del canon. Así, en la cuarta sesión del concilio de Trento (8 de abril de 1546), el concilio promulgó su Decretum de libris sacris el traditionibus recipiendis, que incluye una adhesión formal de los libros deuterocanónicos como parte de los libros inspirados y normativos del AT (DS 1502).

3. EL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO. El canon de los escritos apostólicos cristianos se formuló, con el tiempo, a través de una gradual criba y separación de ciertos libros procedentes de un cuerpo más amplio de literatura cristiana primitiva. Numerosos procesos de esta selección de obras normativas permanecen oscuros desde el punto de vista histórico, como lo están muchas de las normas y motivos aducidos para referirse a decisiones que conciernen a determinados libros. Por el año 200 d.C., sin embargo, el proceso estaba muy avanzado; pero pasó otro siglo y medio antes de que el canon del NT tuviera la exacta configuración que conocemos hoy.

Las comunidades cristianas de fundación apostólica tenían desde el comienzo una serie de escritos canónicos tomados del judaísmo, aun cuando los límites externos de esta colección no fuera un asunto de primitivo consenso. Todavía más: estas comunidades tenían las palabras y obras autorizadas de Jesús, que se estaban transmitiendo oralmente como una tradición superior a las escrituras de Israel y con valor de norma para su interpretación. Incluso antes de que las tradiciones que derivan de Jesús fueran puestas por escrito, algunas de las comunidades más primitivas también habían valorado cartas de instrucción pastoral apostólica, que servían tanto para traer a la memoria el evangelio original predicado como para explicar sus implicaciones para el culto y la vida de cada día.

La segunda carta de Pedro, escrita en torno al año 100 d.C., da testimonio de la existencia, en un área de la Iglesia, de un corpus paulinum, que se coloca al mismo nivel que "el resto de la Sagrada Escritura" (3,15-16). Pero incluso aunque la literatura de los años 100-150 d.C. está llena de ecos de escritos finalmente incluidos en el canon del NT, la mayoría de los escritores de la época parecen inspirarse más en la continua transmisión oral de las palabras de Jesús y de la instrucción apostólica. A mitad de siglo, Taciano utilizaba los cuatro evangelios como una cantera de la que tomaba materiales para su armonía escrita, el Diatessaron, que, a su vez, fue ampliamente utilizado durante dos siglos en las Iglesias de Siria. Taciano muestra que los cuatro evangelios eran altamente estimados en torno al año 150 d.C., pero también que su estilo de composición no tenía ya condición canónica en las Iglesias.

Dos factores estimularon la formulación de un canon del NT a finales del siglo II. La idea de Marción, radicalmente paulina, de la salvación gratuita en Cristo, le llevó a establecer su pequeño canon de auténtica instrucción cristiana, consistente en diez cartas de Pablo y una versión del evangelio de Lucas purificada de todas las referencias al Dios de Moisés. El gnosticismo del siglo ii, sin embargo, caminaba en una dirección opuesta a Marción. Sus maestros, que a menudo aseguraban recibir instrucciones transmitidas en secretos encuentros con el Jesús resucitado, eran prolíficos en producir nuevos evangelios y cartas de supuesto origen en el Señor y apostólico. Un grupo de representantes de las grandes Iglesias, entre los que sobresale Ireneo de Lyon, sometieron tanto a las doctrinas marcionistas como gnósticas a una crítica aplastante y establecieron así las condiciones en las que pudiera articularse un canon cristiano. Éste incluiría una gama completa de obras apostólicas que Marción admitía, aunque cribando y extirpando como espúreas las obras de procedencia gnóstica.

Abundante información sobre la formación del canon cristiano a finales del siglo n la ofrece el fragmento de Muratori, cuyo texto latino se encuentra en Enchiridion Biblicum (Roma 1961, 1-3), con una traducción en italiano disponible en Apocrifi del Nuovo Testamento, preparada por L. Moraldi (vol. 1, Turin 1971, 15-17). Generalmente, se considera que refleja convicciones mantenidas en Roma en torno al año 200 d. C.; el fragmento afirma el carácter normativo de sólo cuatro evangelios, Hechos de los Apóstoles y trece cartas paulinas y otras tres apostólicas. El Apocalipsis de Juan es canónico, pero junto a él se coloca un Apocalipsis de Pedro que, sin embargo, algunos decían considerar inapropiado para la lectura en la Iglesia. Extrañamente, el libro de la Sabiduría de Salomón es aceptado como cristiano, mientras que no se hace mención de Hebreos, 1-2Pedro, Santiago y 3Juan. El fragmento expresa firmes convicciones sobre excluir del uso cristiano tanto dos cartas infectadas de ideas de Marción como ciertas obras no nombradas de maestros gnósticos. El autor recomienda la lectura privada de El pastor, de Hermas, aunque negándole un puesto en las lecturas litúrgicas. Así, por el año 200 d.C., un fuerte sentido de tener un patrimonio apostólico canónico estaba presente al menos en una Iglesia, donde se estaban aplicando criterios definidos en orden a mostrar la canonicidad de obras recibidas como fundamentales para la Iglesia entera.

De centros como el que produjo el "canon" muratoriano se irradió luego a numerosas otras Iglesias una nueva claridad sobre la serie de libros apostólicos que eran fundacionales de un modo exclusivo para el cristianismo. Sin embargo, un siglo más tarde, Eusebio cuenta que todavía existen ciertas discrepancias entre las listas oficiales de los libros del NT utilizados en las diferentes Iglesias. Algunas niegan la canonicidad de Santiago, 2Pedro, Judas, y 2-3Juan, mientras que el Apocalipsis de Juan es todavía objeto de debate (Historia eclesiástica III, 25; CGS 9/ 1,250-253). La oscuridad envuelve el modo en que la canonicidad de las cartas católicas y el Apocalipsis llegó a ser ampliamente reconocida. El canon del NT más primitivo existente, ajustado a todo uso posterior, se halla en la Carta festal de Atanasio, del 367, que pretendía imponer una cierta uniformidad sobre los leccionarios de las Iglesias egipcias y excluir el uso de evangelios y apocalipsis gnósticos. Los cánones occidentales de Hipona (393), Cartago (397) y del papa Inocencio (405) coincidían con Atanasio en catalogar veintisiete libros, que, juntos y de modo exclusivo, componen el NT de las Iglesias cristianas.

4. SIGNIFICACIÓN TEOLÓGICA DEL CANON. El canon de la Escritura sirve para identificar y delimitar, para los creyentes, un conjunto de obras recibidas y leídas como "palabra de Dios", es decir, que conllevan en forma escrita un compendio seguro de las experiencias de mediadores elegidos de la autocomunicación de Dios en la historia y en la iluminación personal. La Escritura evoluciona desde lo que Moisés escribió en el Sinaí (Éx 34,28), lo que los profetas de Yhwh fueron enviados a proclamar (Am 7,15; Is 6,8s) y lo que los discípulos de Jesús oyeron, vieron, recordaron y volvieron a contar concerniente a la palabra de vida (1Jn 1,1-3). La reflexión teológica sobre un canon cerrado y normativo se produce en dos áreas generales: 1) la relación entre el canon y la Iglesia, y 2) la relevancia hermenéutica del canon.

a) Sociológicamente, la formación del canon es un paso hacia la estandarización de la doctrina y la estabilización de las normas comunitarias. El canon traza una línea precisa en torno a un cuerpo de literatura que expresa de modo único la identidad que una comunidad dada tiene por derivación desde su fundación. Este efecto restrictivo, sin embargo, es sólo una cara de la formación del canon. Porque el canon también sirve para identificar aquellas obras que uno, sin duda, espera que sean dignas de fe e instructivas, con poder de infundir una vitalidad y estilo de vida que estén de acuerdo con la auténtica visión que la comunidad tiene de sí misma (cf 2Tim 3,16s). Las Escrituras canónicas, por tanto, son un medio indispensable por el que "la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree" (DV 8,1).

Un argumento de la ilustración, un tanto sofisticado, pretende descubrir un círculo vicioso en el aserto de la Iglesia que, por una parte, lo hace derivar de los profetas y apóstoles, tal como son conocidos a través de sus escritos, y, por otra parte, se arroga después para sí misma la legitimación de las Escrituras mediante la promulgación de su canon. Esto, sin embargo, es malinterpretar la naturaleza del canon cristiano. Al principio, los cristianos de la era apostólica sencillamente se encontraban en posesión de las Escrituras de Israel, que, al releerlas, demostraban decir mucho sobre Jesús (cf Lc 24,44). En el siglo ii, la colección del cuarto evangelio rápidamente se impuso por sí misma, a pesar de la coincidencia y discrepancias entre los diferentes evangelios. En el mismo período se asumió simplemente que las cartas coleccionadas del apóstol Pablo estaban autorizadas, sin cuestión ni discusión, al igual que lo estaba una carta central de instrucción apostólica como 1Juan. En esencia, la Iglesia no confirió status canónico a sus escrituras.

Los pasos posteriores que conducen al canon definitivo implicaron luego intervenciones por parte de numerosos hombres de Iglesia, es decir, pastores que seleccionaban lecturas litúrgicas, teólogos que criticaban las obras carentes de autenticidad y obispos que, individualmente o en sínodos, promulgaban cánones. Pero estas acciones no constituyen la autoridad de los libros así "canonizados".

Una comprensión teológica del canon puede ponerse de relieve mejor resaltando su afinidad con el "depósito" que resulta del variado ministerio apostólico de predicación, instrucción y organización -con amplio uso de Moisés, profetas y Salmos- en las Iglesias más primitivas. Las últimas cartas del NT atestiguan la percepción de que los resultados de este ministerio forman un todo identificable que está ya completo. El canon del NT reconoce que esto mismo es verdad de aquellas obras escritas que expresan con fidelidad "la fe, que de una vez para siempre ha sido transmitida a los santos" (Judas 3). Hombres de Iglesia articularon con creciente precisión los límites externos de esta transmisión apostólica, del mismo modo que marcaron el punto histórico en el que llegó a su fin la privilegiada y verdaderamente fundante comunicación de los apóstoles con las Iglesias. El canon cristiano del AT surgió de un análogo proceso de reconocimiento de aquellas obras que encajaban armoniosamente en la vida, enseñanza y culto que derivan de Jesucristo y sus apóstoles.

Es tópico enumerar tres factores como los criterios que figuraron de manera central en la formación eclesial del canon bíblico cristiano. Son éstos la recta "regla de fe", apostolicidad y su asiduo uso en el culto. Existe algo más que una pequeña chispa de evidencia para tal relación, pero la evidencia está dispersa e incompleta.

Ireneo y el fragmento muratoriano arguyen desde la tradición, es decir, la fe transmitida de la Iglesia, en su rechazo de la literatura marcionita y gnóstica a partir de una consideración cristiana más antigua. Las obras que ellos atacan socavan la fe en "Dios el Padre todopoderoso, creador de cielos y tierra" y farfullan demasiada palabrería sin decir nada sobre la presencia hecha carne del Hijo de Dios en una vida y muerte totalmente humanas.

Pero, por otra parte, los propios escritos centrales del NT han contribuido no poco a solidificar estos principios del "canon de verdad" eclesial. Sería erróneo pensar que la regla de fe se aplicó a los libros canónicos desde fuera. Tradición y Escritura, desde el principio, fueron coinherentes la una a la otra.

El origen apostólico de las "epístolas católicas" fue decisivo para la inclusión final en el canon que conocemos hoy. Pero después, por evidencia exegética, nos vemos en la necesidad de considerar estas cartas como portadoras de tradición apostólica más que de palabras apostólicas directas. El criterio de apostolicidad parece, de hecho, encerrar el reconocimientos de la Iglesia del único y limitado espacio de tiempo en el que su fundación fue completada por el ministerio de la enseñanza de los apóstoles y sus más estrechos colaboradores.

El uso en la liturgia ofreció a Agustín persuasivos argumentos a favor de los libros deuterocanónicos del AT. Pero también es verdad que ciertos libros, que actualmente no están en el canon, tuvieron empleos limitados de uso litúrgico; por ejemplo, la Primera carta de Clemente, el Diatessaron y El pastor, de Hermas, que el fragmento muratoriano y Atanasio ponen especial cuidado en excluir. El uso litúrgico es una precondición necesaria para la inclusión, pero por sí misma no fue suficiente para resolver los casos en disputa. En cada avance crítico hacia el canon completo se resolvieron problemas mediante una única configuración de consideraciones y normas que llegaron a unirse por caminos que sólo parcialmente y de modo aproximado podemos recuperar.

Lo que destaca es que la gente de Iglesia sabía de dónde había venido su fe y su vida. Consecuentemente, pusieron especial cuidado en mantenerse en contacto con los acontecimientos fundacionales, enseñanzas y personajes del cristianismo a través de los documentos que habían sido transmitidos. Estos documentos siguen siendo canónicos para la Iglesia de toda época porque sirven para hacer que la Iglesia sea "apostólica", como confiesa el credo que es y seguirá siendo. Hoy, a causa de esta canonicidad, "toda la predicación de la Iglesia, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la Sagrada Escrituró" (DV 21).

b) El canon ofrece a los cristianos una lista precisa de los libros que deberán estar siempre leyendo e interpretando en orden a profundizar su propia autenticidad y para aplicar la palabra de Dios a las cambiantes circunstancias de sus vidas. Pero surgen preguntas que conciernen a la propia contribución del canon al continuo proyecto de interpretación bíblica, sea ésta homilética, erudita o doctrinal.

1. El canon cristiano tiene una configuración peculiar, al reunir los libros de la anterior alianza de Dios con Israel y los libros que se refieren directamente a Jesús. Esta configuración canónica parece profundamente normativa para todo pensar cristiano, como está expresado en el sugestivo título de D.L. Baker Two Testaments, One Bible, y como han expuesto en escritos recientes L. Sabourin, P. Grelot, P.-M. Beaude y H. Simian Yofre.

La cruz y resurrección del Cristo de Israel, junto con la misión universal adoptada por sus seguidores, se combinan para situar las experiencias reveladoras primitivas de Israel en un nuevo contexto de cumplimiento y ampliación. Pero la nueva comprensión y la nueva inclusión no separan la fe y vida cristianas de sus raíces en Israel.

Un pensamiento integral cristiano, y de modo específico cualquier teología bíblica digna de tal nombre, debe inspirarse en el precioso patrimonio recibido de Israel. La predicación y enseñanza cristianas tienen una peculiar dinámica de movimiento de la promesa al cumplimiento han sido reiteradamente fecundadas por la recuperación de temas olvidados de la primera alianza, tales como el benigno propósito de Dios hacia toda la creación (Gén 9,8-17) y la identidad de la Iglesia como prefigurada en el pueblo elegido, siempre en movimiento hacia la libertad dada por Dios a través de las vicisitudes de la vida en este mundo (LG 9).

El canon cristiano bipartito está profundamente adecuado para la interpretación, mientras que cualquier especie de marcionismo recrudescente supone una amenaza vital para la teología y predicación cristianas.

2. Una reciente oleada de escritos en Norteamérica, especialmente a cargo de B. Childs y J.A..Sanders, está apremiando a que ciertos principios de "crítica canónica" se conviertan en normativos en la interpretación bíblica.

Los críticos del canon afirman, primero, que la interpretación debe centrarse sobre la "forma canónica" final de la Biblia y de cada libro bíblico. La exégesis histórico-crítica ha ofrecido demasiado a menudo reconstrucciones hipotéticas de estratos más antiguos de la tradición y de influencias redaccionales precanónicas en la génesis del texto bíblico. Los exegetas se deleitan muchas veces en aislar adiciones, reformulaciones y refundiciones que cambian e incluso malinterpretan el tronco original del relato o de la doctrina. El peligro aquí reside en tomar una unidad precanónica como normativa, mientras que en adiciones posteriores, que forman ahora parte del texto canónico, son devaluadas como añadidos secundarios. La crítica canónica insiste en que la exégesis busque por encima de todo comprender y explicar la forma foral de los textos bíblicos. La interpretación debería intentar recobrar lo que fue comunicado a la comunidad de fe por el redactor final de los textos tal como los tenemos ahora.

Si los estratos más primitivos son identificados en el texto final, la crítica canónica recomienda que sean vistos y explicados no sólo históricamente, sino, precisamente, como discurso canónico. Esto supone considerar las tradiciones particulares en relación con las situaciones alas que dan un tratamiento de categoría normativa.

Las tradiciones que sobrevivieron para ser incluidas en el texto final se habían puesto ya a prueba a sí mismas en su canonicidad, es decir, en su experimentada normatividad religiosa para aquellos que las articularon y recibieron. La interpretación debería esclarecer precisamente cómo ofrecieron guía e inspiración dichos pasajes en la situación en la que se formularon.

En el plano de nuestros dos Testamentos, en su totalidad respectiva, la interpretación, canónicamente orientada se ocupa de la conexión bíblica interna de obras, a menudo muy diversas, incluidas en el canon. .Uno piensa en las tendencias contrarias de obras como Isaías y Qohélet, o de Gálatas y primera de Timoteo. Las colecciones canónicas han unido estas obras en la misma Biblia, en una clara apertura tanto a la diversidad, que manifiesta la riqueza de la revelación como a una dinámica de mutua corrección, en oposición a la supremacía de cualquier línea única de doctrina.

Gran número de los que practican otros modelos de exégesis han reseñado negativamente las obras en las que los críticos del canon exponen su programa. Sin embargo, su obra no carece de importancia teológica, tanto por su énfasis sobre el texto final, que es ciertamente el texto inspirado, como por su énfasis sobre los valores para la práctica religiosa que todas las partes de la Escritura demostraron a lo largo de su camino hasta la inclusión en el canon. La mentalidad contemporánea permanecerá, muy acertadamente, empeñada en la explicación en términos de desarrollo genético; pero con la Biblia está bien prestar constante atención a la actualidad religiosa de los textos que se demostraron normativos, o canónicos, en situaciones particulares.

b) Moviéndose en una dirección contraria a la de los críticos del canon, un grupo de teólogos europeos continentales urgían la importancia de establecer un "canon dentro del canon", tanto por ser religiosamente beneficioso como necesario doctrinalmente.

En esta propuesta, expuesta por escritores como W. Marxsen, E. Káseman e I. Lónning, existe alguna influencia de la hermenéutica luterana, pero la motivación principal surge de la moderna percepción de acusadas diferencias entre las perspectivas doctrinales y eclesiológicas de diferentes autores del NT. Este pluralismo, en el que estos autores encuentran algunos frentes incompatibles, obliga al intérprete a encontrar un criterio de doctrina normativa por la que distinguir entre lo que es normativo en el NT y lo que no lo es por su discrepancia con el centro verdaderamente canónico de nuestra colección de escritos cristianos del siglo I. La escatología de Pablo está en desacuerdo en la de Lucas-Hechos, y las palabras de Jesús sobre el obligado cumplimiento de cada `jota y tilde" de la ley (Mt 5,18) choca con la declaración programática de Pablo de que Cristo es "el fin de la ley" (Rom 10,4). La lectura atenta del NT ofrece el imperativo de que uno encuentra un núcleo doctrinal, y por eso margina las porciones de la colección que no encajan con el centro verdaderamente canónico.

Se ha expresado una fuerte oposición al canon dentro del canon, y no precisamente por parte de los católicos, que ven evolucionar la Iglesia del NT hacia la forma que toma en documentos "católicos primitivos", tales como Lucas-Hechos y las epístolas pastorales. También autores protestantes, como K. Stendahl, E. Best y B. Metzger, insisten en la rica fertilidad hallada en la auténtica diversidad de doctrina del NT. La colección canónica es pluralista en contenido; pero, en consecuencia, las Iglesias están provistas de una abundancia de textos y doctrinas que se demuestran aplicables a las necesidades y desafíos de culturas enormemente diversas.

Quienes se oponen a un canon dentro del canon consideran que las tensiones existentes en el NT son debidas a las diversas situaciones a las que Jesús y sus apóstoles llevaron el mensaje de salvación para interesarse por las vidas de los creyentes en situaciones muy diferentes del siglo I. La selección de un centro normativo no es necesariamente arbitraria y subjetiva; pero, al tender a fijar su atención en un mensaje especialmente "moderno", corre el riesgo de convertirse pronto en "anticuado". El canon protege a los creyentes de los extremos en la búsqueda de relevancia, mientras establece los límites de lo que es aceptable. El canon es ecuménicamente indispensable, puesto que preserva a las comunidades de cuestionar a la ligera la legitimidad cristiana de otras comunidades. Por último, el canon del NT es la instancia primera del ideal de unidad en la diversidad reconciliada.

Con todo, una serie de prioridades personales y confesionales, dentro de la colección canónica, parece inevitable. Jesús mismo recapituló el conjunto de la Torá en sólo dos mandamientos, y Pablo declaró que la promesa hecha a Abrahán en Gén 12,3 está por encima de la ley dada en el Sinaí (Gál 3,7-22). Se puede admitir que individuos y comunidades tengan algo parecido a una hierarchia librorum, similar a la hierarchia veritatum de UR 11. Pero la clave para pensar y vivir en total acuerdo con las Escrituras es permanecer siempre dispuesto a oír la palabra de Dios, incluso cuando resuena con su misterioso impacto desde lugares de la Escritura que uno podría por un tiempo considerar que son los límites exteriores de la colección canónica.

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J. Wicks

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Cómo se dividió la Biblia en capítulos y versículos

por Ricardo Moraleja Ortega

¿Sabía qué los textos bíblicos más antiguos en las lenguas originales no estaban divididos en capítulos ni en versículos?

En los “originales” no había separación entre las palabras, ni vocales, ni signos de puntuación, ni títulos de cabecera que ayudasen a localizar los pasajes bíblicos.

Se puede decir que fue a partir del Renacimiento cuando se empiezan a editar los primeros libros modernos, con páginas, títulos, capítulos e índices. Estos primeros libros impresos imitaban a los manuscritos y ofrecían un texto extenso y continuado, desde la primera página hasta la última, sin divisiones en párrafos o estrofas. La Biblia no se ha escapado a esta regla, aunque, algunos datos bíblicos nos hacen pensar que en la época de Jesús ya existía algún tipo de división textual, especialmente en aquellos pasajes que eran más populares y que se leían cíclicamente en las sinagogas (Lc 4.17, Hch 13.15; 15.21, 2 Cor 3.14). Además algunos de estos pasajes eran conocidos por un título que hacía referencia a su temática (Mr 12.26; Lc 20.37, Rom 11.2, Hch 8.3). Se tiene constancia de que en el s.I d.C. existía la costumbre de leer la Torá en la mañana del sábado. Podemos suponer que resultaba muy difícil usar un texto largo, sin ningún tipo de divisiones que facilitase de la búsqueda del pasaje determinado para la lectura pública.

En el transcurso de la Edad Media los masoretas (especialistas judíos encargados de fijar, conservar el texto exacto de la Biblia), concibieron una división en frases cortas, pero con sentido completo, lo cual permitía dar un cierto ritmo a la voz del lector. Hay que precisar que estas divisiones no aparecían en los rollos de la sinagoga reservados al culto, cuyo texto no debe de llevar ningún signo añadido.

Divisiones actuales

Nuestra actual división en capítulos parece haber sido esbozada en el siglo XI por Lanfranc, consejero de Guillermo el conquistador. En los albores del siglo XIII, en París, Stephen Langton, profesor en la Sorbona, que llegó a ser arzobispo de Canterbury, desarrolló el esbozo, y lo llevó a cabo. Él estableció una división en capítulos, más o menos iguales, muy similar al que tenemos en nuestras Biblias impresas. Hacia el 1226, los libreros de París, introducen estas divisiones en capítulos en el texto bíblico, dando lugar a la que se conoce como la Biblia Parisina. Desde entonces esta división se hizo universal.

El primer libro bíblico impreso dotado de esta presentación versificada y numerada fue el de los salmos, concretamente el Psalterium quintuplex de Lefevre D´Etaples, publicado en 1509, Henri Estienne, quién ostentó el prestigioso título de impresor del rey para el hebreo, el latín y el griego.

Robert Estienne, (o Stephanus), hijo de Henri, popularizó el uso de la numeración de versículos para toda la Biblia. Para los libros protocanónicos del Antiguo Testamento adoptó la división del dominico italiano de finales del s.XV, Sanctes Paginus. Y para los deuterocanónicos y todo el Nuevo Testamento elaboró una nueva división. Se cuenta que este trabajo lo realizó en el transcurso de un viaje a caballo de París a Lión. En 1551 publicó el Nuevo Testamento griego, y cuatro años más tarde publicó la Biblia completa en latín. En ambos casos los números de los versículos no figuraban en el texto bíblico, sino al margen. En 1565, Teodoro de Beza inscribe los números de los versículos en el interior del texto mismo.

El recurso de dividir el texto bíblico en capítulos y versículos numerados permite desde entonces encontrar inmediatamente un pasaje, sea cual sea la puesta en página adoptada por la edición.

Las divisiones en los capítulos y versículos no son perfectas.

Aunque Estienne y Langton intentaron mantener un buen equilibrio entre el número de versículos por capítulo, en algunos lugares su división del texto resulta artificial y discutida, pues no respeta la unidad del discurso o del relato.


Libro


Nº versículos


Nº capítulos

Promedio de versículos por capítulos

Génesis

1531

28

30.62

Éxodo

1213

16

30.33

Levítico

859

27

31.81

Por ejemplo, para algunos especialistas, la transición entre los capítulos 7 y 8 del Evangelio según San Juan no es acertada, pues el discurso no acaba en 7.53, sino en 8.1. Por tanto el capítulo 8 debería comenzar con el versículo 2. En este caso, la situación es especialmente compleja, pues el texto 7.53-8.11 no aparece en la mayoría de los manuscritos; otros lo incorporan en lugar diferente. El relato parece haber sido una historia conservada primero en forma independiente y luego incluida aquí. La narración interrumpida en 7.52 parece que continúa en 18.12.

Otro ejemplo interesante lo encontramos en el Salmo 19. Un gran número de especialistas opinan que la última línea del versículo 4 debe ser el comienzo del versículo 5, pues se refiere, al igual que los versículos 5 y 6, al mismo protagonista (el sol) que recorre el espacio celeste y define el pulso del día y la noche con su presencia y ausencia.

Por último, cabe mencionar que la numeración de los salmos en el texto hebreo difiere de la utilizada en las versiones griega (LXX) y latina (Vulgata). Esta diferencia se debe a que algunos salmos han sido divididos y otros fusionados. Así, por ejemplo, los salmos 9 y 10 del hebreo corresponden al salmo 9 de las versiones ‘griega y latina’, mientras que los salmos 114 y 115 de la LXX corresponden al 116 del texto hebreo. Lo mismo sucede con el salmo 147 del texto hebreo que queda dividido en dos salmos (146-147) en la versión griega.

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Hugo de Saint Cher o de San Caro - Nació en Saint Cher, cerca de Vienne, en Dauphiné (Francia), en los últimos años del siglo XII. Estudió filosofía, teología y derecho en París, donde más tarde fue maestro de leyes. Atraído por la predicación de Jordán de Sajonia y de su discípulo predilecto Humberto de Romans, adoptó la misma resolución que éste tomando el hábito dominicano en el convento de Saint Jacques de París el 22 de febrero de 1225. Muy pronto, apenas dos años más tarde, en 1227 fue nombrado provincial de Francia, en 1230, lo encontramos como prior del convento de Saint Jacques, y más tarde nuevamente como provincial de 1236-1244. Enseñó en la Universidad como lector de teología en 1229 cuando regía la cátedra el célebre Rolando de Cremona, y lo sucedió al partir éste a Toulouse, siendo maestro de 1231 a 1234; tuvo que interrumpir su enseñanza para ser uno de los cuatro legados de Gregorio IX en el concilio de Ninfea, reunido a petición de la Iglesia griega temerosa de una acometida de los turcos.

Su profunda ciencia teológica y su experiencia de las necesidades del momento le llevaron a emprender una de las mayores empresas de la teología bíblica en la Edad Media, la expurgación de la Biblia llena de interpolaciones y faltas. Esta gigantesca obra fue realizada por los dominicos de Saint Jacques, bajo la dirección de Hugo de San Caro, y fue el texto oficial de la Iglesia hasta el concilio de Trento. Esta empresa se estaba terminando en 1236, puesto que en el Capítulo Generalísimo celebrado en París aquel año se dispone entre otras cosas lo siguiente: Volumus et mandamus ut secundum correctionem qui faciunt fratres quibus hic injugimur in provincia Francia bible aliae ordinis corrigatur et punctentur.

Otra obra de innegable originalidad, fruto de su pluma es la primera concordancia de la Biblia, concluida hacia el 1250, y que dio gran renombre a su autor.

En 1244, el papa Inocencio IV lo creó cardenal con el título presbiteral de Santa Sabina, y al año siguiente, durante el I Concilio de Lyón fue uno de los grandes apoyos del pontífice.

A la muerte del emperador Federico II, el papa Inocencio IV lo envió como su legado a Alemania y Holanda (1251-1253).

Amigo de la beata Juliana de Mont Cornillón, vidente promotora del culto eucarístico, cuyo espíritu había aprobado en 1240 cuando siendo provincial de Francia visitó el convento de Lieja, al volver a aquella ciudad en su calidad de Legado Pontificio en 1252, instituyó solemnemente con toda su autoridad en cuanto legado, la fiesta del Corpus Christi, que extendiera después a toda la Iglesia el papa Urbano IV.

El mismo año 1252, el cardenal San Caro influyó notablemente para que fray Tomás de Aquino, sin tener la edad requerida pudiera acceder al magisterio en la universidad de París. Por encargo de Inocencio IV, revisó e introdujo algunos cambios en la regla carmelitana de Alberto de Jerusalén, y a la muerte del pontífice, valiéndose de la amistad que le unía con Alejandro IV, el nuevo Pontífice, consiguió el poder de modificar las constituciones dominicanas, con la sola autoridad del Capítulo General; el propio Alejandro IV lo nombró como uno de los examinadores del llamado “Evangelium Aeternum”, mientras que Urbano IV lo nombró penitenciario mayor en 1256. Ese mismo año tomó parte en Agnani, en las controversias contra los mendicantes.

Por fin, el 19 de marzo de 1263 falleció en la corte pontifical de Orvieto; su antiguo amigo Urbano IV presidió sus exequias. Sus restos fueron trasladados al convento de Lyón, donde el cardenal legado Guy los colocó en el altar de la capilla mayor. Hugo de San Caro goza desde tiempo inmemorial del título y honores de beato, aunque éste nunca ha sido confirmado por la Sede Apostólica.

Los escritos de San Caro

-Escribió su “Commentaria in IV. libros Sententiarum” de Pedro Lombardo, como temario teológico, que ejerció gran influencia en la universidad de París.

-Quaestiones disputatae.

-Gracias a los esfuerzos de Hugo, los dominicos tuvieron un nuevo “Correctorium” bíblico, cuyo manuscrito es conocido como el “Correctorium Hugonis” y “Correctorium Praedicatorum”.
A él se debe también la división en capítulos de todos los libros de la Biblia en el año 1250.

-“Postillae in universa Biblia juxta quadruplicem sensum, litteralem, allegoricum, moralem, anagogicum”. Han sido frecuentemente impresas, y atestiguan su incansable trabajo como compilador de explicaciones del texto sagrado.

Con sus magníficos comentarios a la Sagrada Escritura se ha podido formar un excelente libro, De vita spirituali, distribuido, según las tres vías de la vida interior, completado con una cuarta parte sobre la vida espiritual de los sacerdotes.

-Ha sido considerado justamente como el primer autor de una “Concordancia” verbal de la Sagrada Escritura, un trabajo que ha servido de modelo para todas las publicaciones posteriores sobre el tema.

-"Speculum Sacerdotum et Ecclesiae".

-"Sermones dominicales".

-"Sermones de Tempore et Sanctis".

-Quétif y Échard, le atribuyen también un Seminarium Praedicationis.

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Biblia de Gutenberg

ª) "La actual división de la BIblia en capítulos y versículos se reminta al siglo XVI por Roberto Stephan; si bien el primero que introdujo la división de los capítulos, en las copias de la versión latina de la Vulgata fue Stephan Langton hacia el 1214; y más tarde, Sanctes Pagnini dividió cada capítulo en versículos; en la edición de la Biblia hecha en Lyon en el año 1528".
Tomado de "Conocer la Biblia" de Josemaría Monforte. Ed. Rialp. Madrid. 2002 (7ª edición).
ª) Agradecemos este escueto aporte enviado por un académico católico de Argentina, el 2004.12.08 dia de la ´Inmaculada Concepción de la Stma. Virgen María´ madre de Dios y de la Iglesia.-

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Un libro histórico -como son los evangelios por ejemplo- merece credibilidad cuando reúne tres condiciones básicas: ser auténtico, verídico e íntegro. Es decir, cuándo el libro fue escrito en la época y por el autor que se le atribuye (autenticidad), cuando el autor del libro conoció los sucesos que refiere y no quiere engañar a sus lectores (veracidad), y, por último, cuando ha llegado hasta nosotros sin alteración sustancial (integridad).

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Historia - La historia de la Iglesia es una historia de muchos y diversos movimientos de reforma. Ver el libro de san Cipriano, De lapsis, escrito poco después de la persecución de Decio del año 250-251

-.- 2006 - También hoy la humanidad lleva en sí los signos del pecado, que le impide progresar con agilidad en los valores de fraternidad, justicia y paz, a pesar de sus propósitos hechos en solemnes declaraciones. ¿Por qué? ¿Qué es lo que entorpece su camino? ¿Qué es lo que paraliza este desarrollo integral? Sabemos bien que, en el plano histórico, las causas son múltiples y el problema es complejo. Pero la palabra de Dios nos invita a tener una mirada de fe y a confiar, como las personas que llevaron al paralítico, a quien sólo Jesús puede curar verdaderamente.

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Historia - «Conocer y profundizar el pasado de un pueblo es afianzar y enriquecer su propia identidad. ¡No rompáis con vuestras raíces cristianas! Sólo así seréis capaces de aportar al mundo». S. S. Juan Pablo II – Madrid. 2003.05

Visión objetiva: Con frecuencia en los análisis históricos se peca de falta de objetividad por juzgar con valores actuales los sucesos del pasado. Esto no significa relativizar el juicio valórico de los sucesos, sino extirpar ciertos moralismos actuales que no son reales, que suponen una "moral" moderna y postmoderna que juzga enloquecidamente las cosas. Desde una perspectiva objetiva tenemos que condenar sin reserva los errores ocurridos en l período analizado, pero sin rasgar vestiduras por la "monstruosa" noticia del descubrimiento y civilización europea en América, maldiciendo la hora en que se produjo al estilo del cuestionado activista verde Jacques Cousteau quien declaró en 1992 que la llegada de la Colón a América "fue un desastre peor que la lluvia de meteoritos que acabó con los dinosaurios en la prehistoria".

Aquí la premisa tribalista de "cada uno en su tierra sin invadir otra" queda desvanecida por el absurdo ante el dinamismo y realidad de la historia. Toda civilización es el fruto de una mezcla frecuentemente nada pacífica. La misma epopeya del Pueblo de Dios suponía conquistar una tierra prometida ocupada por tribus locales. Los mismos europeos provienen de invasiones y nuevas invasiones que mezclaron sus sangres e hicieron nacer las distintas culturas que dan alma al Viejo Mundo.

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Historia y mentira - Al hombre actual «le dicen» muchas más cosas que al de ninguna otra época de la Historia. Lo bombardean o lo ametrallan con dichos constantes, muchos cada día, con recursos que no habían existido hasta ahora. Lee más que nunca, oye voces ajenas todo el tiempo, acompañadas de la imagen y el gesto. Se solicita su atención desde la publicidad, la política, las campañas, las consignas. En multitud de casos no tiene medio de decidir si lo que se le dice es verdadero o falso; aun cuando esto es posible, se siente aturdido por múltiples solicitaciones, no tiene tiempo ni calma para reaccionar a ellas. Esto va causando en grandes mayorías una actitud de atonía e indiferencia. La verdad y la falsedad desaparecen del horizonte, y el hombre queda inerme frente a esta última. En época de elecciones esto es aterrador. Algunos políticos -no todos- usan la mentira como instrumento primario, sin el menor escrúpulo, con evidente delectación. No todos, al menos con gran desproporción. Pero lo grave es que esto no tiene demasiadas consecuencias. Si existiera eso que echo de menos, sensibilidad para la verdad, respeto a ella, la falsedad sistemática bastaría para descalificar a quien la usase y asegurar su derrota. Temo que no sea así, que se pueda usar la mentira con impunidad. En ciertos medios hay incluso un extraño placer en ella, se paladea el «ingenio» del que la usa, se admira la habilidad para pasar por encima de la verdad y pisotearla. Julián Marías, de la Real Academia Española

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XX siglos de historia - Gracias a hombres y mujeres obedientes al Espíritu Santo, han surgido en la Iglesia muchas obras de caridad, dedicadas a promover el desarrollo: hospitales, universidades, escuelas de formación profesional, pequeñas empresas. Son iniciativas que han demostrado, mucho antes que otras actuaciones de la sociedad civil, la sincera preocupación hacia el hombre por parte de personas movidas por el mensaje evangélico.

Jesús, Rey del universo. - Él es el Rey de bondad y donador de gracia que alimenta a su pueblo, y quiere reunirlo en torno a Él como un pastor que vela por su rebaño y recobra sus ovejas de todos los lugares donde estaban dispersas en los días de nubes y brumas (cf. Ez 34, 12).

Dos mil años de evangelización - En el monte de los Olivos, el día de la Ascensión, antes de subir al Padre, Jesús pronunció la profecía de la evangelización: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16, 15).

«En estas palabras está contenida la proclama solemne de la evangelización» Juan Pablo II. Los discípulos del divino Redentor acogieron esta consigna y desde entonces, a lo largo de la historia y en todos los meridianos del orbe, la Iglesia se torna católica catolizando, y no ha hecho otra cosa que ejecutar el mandato de su Señor: evangelizar. «Evangelizare Iesum Christum»: «Anunciar a Jesucristo» (cf. Ga 1, 16), como se expresa san Pablo con frase lapidaria y emblemática.

La Iglesia es en la historia una anticipación del reino de Dios, y lo demuestra también por ser católica, es decir, universal.

No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido.

En pocas palabras: si Cristo fundó una Iglesia y el diablo la corrompió y luego tuvo que venir Lutero para "reformarla": ¿Qué papel hace Cristo prometiendo una Iglesia invencible? Y si eso fuera posible: ¿Cuál de las miles de divisiones del protestantismo heredó el "Espíritu de Verdad" del que Cristo habla y que promete con tanta certeza?.

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«La escritura de la historia se ve obstaculizada a veces por presiones ideológicas, políticas o económicas; en consecuencia, la verdad se ofusca y la misma historia termina por encontrarse prisionera de los poderosos. El estudio científico genuino es nuestra mejor defensa contra las presiones de ese tipo y contra las distorsiones que pueden engendrar» (1999). S.S. JUAN PABLO II – MAGNO

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250 años primeros de la Iglesia Católica - En ese salto que va de "Hechos de los Apóstoles" a esa "iglesia oficial y corrupta" que algunos protestantes y neo-gnósticos sitúan en el 325, con Constantino, pasan unos 250 años de vida cotidiana, de los que sabemos bastantes cosas; las suficientes, al menos, para desmontar historietas neopaganas, gnosticoides y demás morralla en la estela de El Código da Vinci y otras revisiones fantasiosas de los evangelios apócrifos.
Recomendamos vivamente
: La vida cotidiana de los primeros cristianos
Adalbert G. Hamman - Trad. Manuel Morera - Ediciones Palabra, 1999 - Colección Arcaduz - 294 pág. 2006

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"Obras todas del Señor, bendecid al Señor".-

¡Gloria y alabanza a ti, Santísima Trinidad, único y eterno Dios!

San Juan Crisóstomo (†14 de septiembre de 407) meditando el libro del Génesis, guía a los fieles de la creación al Creador, que es el Dios de la condescendencia, y por eso llamado también «padre tierno», médico de las almas, madre y amigo afectuoso. Une a Dios Creador y Dios Salvador, ya que Dios deseó tanto la salvación del hombre que no se reservó a su único Hijo. Comentando los Hechos de los Apóstoles propone el modelo de la Iglesia primitiva, desarrollando una utopía social, casi una «ciudad ideal». Trataba de dar un rostro cristiano a la ciudad, afrontando los principales problemas, especialmente las relaciones entre ricos y pobres, a través de una inédita solidaridad.


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