viernes, 7 de octubre de 2011

CRISTO HA RESUCITADO, ¡ALELUYA!


La característica más destacada de este tiempo litúrgico es la alegría. La música, el canto, las vestiduras, las lecturas y otros textos, todo en él está orientado a expresar los sentimientos de júbilo. Tal exuberancia encuentra su punto culminante en la aclamación "Aleluya", que se oye repetir constantemente. En la noche de pascua, el sacerdote o el diácono la entona tres veces, y el pueblo la repite. Es el heraldo de la buena nueva de la resurrección.

"Aleluya" es una palabra de origen hebreo, que significa sencillamente "alabanza a Dios". Es una aclamación que la Iglesia ha heredado del Antiguo Testamento y, por tanta constituye un nexo de unión con la liturgia del templo y la sinagoga. Es difícil captar con precisión su significado en una traducción, puesto que, más que un pensamiento, expresa un sentimiento religioso, evoca una atmósfera particular de alabanza y gozo. Lo ideal sería que el Aleluya se cantara.

En la tradición occidental se ha perdido bastante la emoción del Aleluya pascual. En las celebraciones de las iglesias ortodoxas, tanto la griega como la rusa, se vive mucho más el gozo espontáneo. Algo parecido se encuentra, sin embargo, en las vibrantes congregaciones de Taizé con motivo de la pascua, de pentecostés o de un "fin de semana pascual". Nuestro pueblo ha de ser conducido a un mayor aprecio de aclamaciones como el aleluya; ésta debe llegar a ser una expresión genuina de gozo en la asamblea litúrgica.

Lo cierto es que el aleluya es la palabra clave en la liturgia pascual y expresa perfectamente la profunda alegría de este tiempo. Por eso no sorprende que los padres de la Iglesia no sólo se refiriesen al aleluya en su predicación, sino que, además, gustaran de exponerlo en sus homilías de pascua. Es característico especialmente en san Agustín, que solía repetirlo una y otra vez en sus sermones.

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