jueves, 15 de septiembre de 2011

El espejo de la caridad


ELREDO DE RIEVAULX,
“El amor como aspiración suprema de la vida cristiana y monacal”

“¡Quién me diera embriagarme de esta saludable bebida quedar absorto de admiración y presa de este suavísimo letargo, para que, amando al Señor mi Dios con todo el corazón, toda el alma y todas las fuerzas, no busque jamás mis intereses sino los de Jesucristo! Y amando al prójimo como a mí mismo, no busque mi provecho sino el del otro. ¡Oh palabra que consuma y condensa en la equidad! ¡La palabra caridad, la palabra amor, la palabra dilección, la palabra de la plena perfección interior! Palabra que desborda y nada le falta; palabra que condensa, y, en la que se compendia toda la ley y los profetas. Judío, ¿qué necesidad tienes de tantas cosas? Aquí está la circuncisión, aquí el sábado, aquí las hostias salvadoras, aquí el sacrificio perfumado, aquí el incienso más delicado. Posee la caridad y nada de esto te faltará; descuida la caridad y nada te será provechoso”[1]

BIOGRAFÍA

Elredo de Rievaulx nació en Hexham, Inglaterra, en 1110. Pasó algunos años en la corte del rey David I de Escocia hasta 1134, cuando entró en la abadía cisterciense de Rievaulx, situada cerca del valle del río Rie. Realizó un viaje a Roma y a su vuelta fue nombrado maestro de novicios y, probablemente, inició El espejo de la caridad y La amistad espiritual.
Desde 1143 a 1147 será el primer abad de S. Lorenzo de Revesby y en 1147 llegará a ser abad de Rievaulx. Desde entonces hasta su muerte, acaecida el 12 de enero de 1167, escribió otras obras: Jesús de 12 años, La Regla de las reclusas, La Plegaria Pastoral, Sermones, obras históricas y hagiográficas, y el principio de un De anima.


REFLEXIÓN

El Espejo de la caridad no es solo un simple “manual de formación de novicios”, sino un auténtico “clásico” de la literatura monástica.
Hay tres elementos que gravitan en torno a la caridad (amor): Dios, Cristo y hombre. Se desprende un “sentido” de gravitación: el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, no puede volver a la fuente de su ser (Dios), ni conseguir la unidad interior sin pasar por Cristo. Hay, pues, tres “tiempos” que abrazan la historia: el tiempo de los orígenes en el que Dios creó al hombre a su imagen, tiempo de la creación; el tiempo del retorno del hombre hacia Dios, “tiempo de la santificación”; y finalmente el tiempo que asegura el paso del uno al otro, “tiempo de la mediación” realizada por Cristo, o también “tiempo de la redención”. Cada uno de estos tiempos constituye el núcleo de cada uno de los tres libros del Espejo. San Elredo considera la caridad bajo un ángulo cósmico y universal (amor y creación) en el primer libro, bajo un ángulo particular (amor y redención) en el segundo libro y en el libro tercero bajo su ángulo singular (amor y conversión/santificación /santificación personales)
En el primer libro - donde se sitúa el texto comentado- se recomienda especialmente la excelencia de la caridad, en el segundo sale al paso de las objeciones infundadas de algunos y en el tercero se intenta concretar cómo debe manifestarse la caridad.
En este texto san Elredo expone la primacía del amor a Dios, amor que conse-cuentemente le impulsa también a amar al prójimo como a sí mismo, buscando los intereses de Jesucristo y los de cada hermano, olvidando los propios. De hecho llega a afirmar con rotundidad: Posee la caridad y nada te faltará; descuida la caridad y nada te será provechoso.
San Elredo expone la caridad como el centro único de gravedad hacia lo que todo tiende, pero también destaca algunas convicciones sólidamente enraizadas en su conciencia. Exhorta a la búsqueda de Dios, empleando un lenguaje aleccionador e instructivo a la vez. Comienza hablando en primera persona de su vivencia interior, y finaliza con una apelación, interpelando al lector -dirigiéndose al “judío”- con una interrogación retórica, preguntándole qué necesidad tiene de tantas cosas: “circuncisión”, “el sábado”, “los sacrificios”, etc., cuando una sola es necesaria: la caridad. Todo es bueno, pero solo basta el amor. Se trata de un sermón doctrinal, cargado de emotividad y empatía, exponiendo su mensaje con un lenguaje sencillo y directo. Estamos frente a un documento claramente doctrinal dentro de un marco monacal e íntimo.
A través de la sencillez de su lenguaje y haciendo uso de la reiteración como herramienta literaria, el autor dirige con habilidad al lector para que saboree la esencia de su mensaje. Estructura en dos vertientes la reiteración del término: “palabra”. En primer lugar, subraya distintos ámbitos acompañándola de un sustantivo: palabra caridad, amor, dilección, perfección interior... A continuación, explica el cometido de esa “palabra”: palabra que desborda, compensa, compendia… Por medio de esta reiteración sucesiva, imprime un ritmo melódico y lleno de belleza a su exposición, logrando así una armonía que ayuda a clarificar el mensaje central: la primacía del amor, de la caridad…
San Elredo advierte de este peligro de “desvío” del amor hacia objetos que fragmentan al hombre; él lo designa con una palabra que posee un valor técnico en su vocabulario: la “codicia”. “Desviado” de su eje o de su “órbita” natural, el hombre ignora “el reposo”. Para volver a encontrar “el camino de la paz” interior se impone un proceso de conversión, gracias al cual del estado de que es víctima, el hombre llegará a recuperar poco a poco su unidad profunda. Debe aprender a “re-ordenar” el impulso natural de su afectividad. De ahí que san Elredo suplique al Señor la gracia de amarle cono todo su corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, sin buscarse a sí mismo, sin buscar sus propios intereses sino únicamente los de Jesucristo. De este modo nunca caerá en la codicia y todo su ser unificado estará amando al Señor, radical y auténticamente, y al prójimo como a sí mismo.
El mensaje de san Elredo trasciende los límites claustrales, pues su aporte es decisivo y universal. El monasterio es una "escuela de la caridad"; en ella el hombre "reforma" su amor recuperando la semejanza divina.
La vida monástica consistirá en un aprendizaje del amor, en aprender a amar amando, de tal forma que de un amor a sí mismo, desordenado y egoísta, nazca y florezca el amor a Dios y a los hermanos, porque la felicidad perfecta comporta la comunión con Dios y con el prójimo.
Opino que el tema tratado en el texto escogido es de suma actualidad. A nivel personal, me interpela a buscar a Dios con toda el alma, viviendo todas las dimensiones de mi existencia desde el amor de Dios, siendo consciente que Dios mismo es el eje, el centro de mi vida y, consecuentemente, mi amor al prójimo será auténtico si antes me he dejado colmar del amor de Dios, ya que es el único amor puro que me hace capaz de amar a los demás como a mí misma, e incluso con el mismo amor de Dios: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. (Jn 13,34)
Es un texto actual por el mismo motivo para mi comunidad y para la Iglesia universal, pues el mensaje que nos transmite san Elredo es tan hondamente actual como lo es el Evangelio. Lo que comunica este texto es pura doctrina evangélica; es más, puedo afirmar sin miedo a equivocarme que el tema tratado en este fragmento, sea cuando sea que fuere leído, siempre será actual, pues la actualidad que encierra el mensaje de este texto es constante y eterna. Para san Elredo, como para los cistercienses, las Sagradas Escrituras eran un verdadero tesoro de sabiduría celestial, y no escribían y meditaban en nada que no se encontrara en ellas y, por esta razón, su lenguaje suele ser bíblico en la mayoría de los casos.
Lo que cuenta para san Elredo es que el lector no lo vea a él sino a la Escritura, la Palabra que recrea al ser en el interior de su corazón, a fin de que el lector se mire allí como en un espejo y se reconozca “imagen de Dios”. Lo primordial es revelar el rostro del amor, la presencia de Dios en nosotros, que da a nuestro rostro su luz, su sonrisa. De esta manera, logrará adherirse a esa semejanza por una conversión de vida, en este caso la conversión a la vida monástica.


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